El gato como hilo conductor de la
política, la biología, la física cuántica y la literatura.
Gato
variopinto
Deng Xiaoping
decía: “No importa el color del gato, siempre que cace ratones”. La
frase, metáfora de sus reformas económicas, se volvió casi un proverbio
político. Pero la naturaleza del gato va más allá de la política: está hecho
para cazar ratones. Lo curioso es que, con el tiempo, los ratones parecen
acostumbrarse a vivir bajo sus zarpazos, como si la violencia diaria se
volviera parte del paisaje.
La biología explica un aspecto inesperado de
esta relación. Los gatos producen felinina, un compuesto químico
presente en su orina que altera el comportamiento de los ratones.
Investigadores rusos mostraron que los roedores, expuestos desde pequeños a
esta sustancia, reaccionan con menos miedo al olor del gato. Es decir: lo
reconocen, lo sufren, pero no huyen. Como si estuvieran biológicamente
predispuestos a convivir con su depredador. Los seres
humanos también la producimos felinina, es
un precursor de la feromona, aunque por supuesto en dosis menos
importante, tal vez eso justifique algunos comportamientos…
La investigadora Vera
Voznessenskaya explicó la intimidad del proceso: Las neuronas de los ratones
son sensibles a la felinina, la cual les
genera una reacción que incluye un aumento en los niveles de las hormonas del
estrés, pero el estudio revelo además que los ratones bebés expuestos a este
compuesto durante un "período
crítico", tienden a mostrar menos señales de miedo y son más reacios a
huir cuando perciben este aroma. La felinina comienza a degradarse rápidamente y emite un fuerte olor
característico que proviene de la presencia de azufre. Esta es su arma secreta. ¿La oliste?
Este proceso vendría ocurriendo desde milenios, la paradoja central de la felinina es que, a mayor reacción, menor es la
respuesta, daría la impresión de que sufren pero que les gusta que los coman. Esta manera de proceder es ¨útil¨
para el ratón, ya que huir no es siempre la mejor opción, debido a que
necesitan conseguir alimentos a costa del riesgo del tener cerca los gatos.
Pero los beneficios siempre son más importantes para los gatos, ya que "logran
mantener a su alrededor la cantidad de
ratones que necesitan". Hum…
El gato de Schrödinger
Es
un experimento mental que consiste en un gato dentro de una caja en estado
zombi, ni vivo ni muerto, al abrir la caja la observación produce el ¨colapso de onda¨ definiendo la
situación y así podemos tener un gato vivo o un gato muerto, según se modifica
el espín del electrón, que hasta ese momento era neutro, no es tan sencillo de entender, pero merece ser tenido en cuenta porque es un
desafío de la mecánica cuántica, que asegura que el observador modifica el
experimento. A Einstein nunca estuvo de acuerdo, con esta intervención
del observador en el experimento. Pero el
gato cuántico sigue ahí, recordándonos que la lógica cotidiana no alcanza para
entender el mundo microscópico.
El gato de Cheshire
Lewis Carroll nos regaló al, capaz de desvanecerse hasta quedar reducido a su sonrisa flotante. “He
visto a menudo un gato sin sonrisa —dice Alicia—, pero nunca una sonrisa sin
gato”. Aquí la paradoja es otra: lo que permanece no es el cuerpo, sino lo
intangible, la huella, lo que escapa al control de la razón.
Conclusión
Lo que me mandaste es muy bueno te agrego algo
de, Los gatos —político, biológico, cuántico y literario— muestran distintas
caras de un mismo enigma: la paradoja del poder y de la percepción.
- El gato variopinto: gobierna sin importar su color, habituando a
los ratones al zarpazo.
- La felinina el poder invisible: metáfora de los discursos que
neutralizan el miedo y normalizan la sumisión.
- El gato cuántico: encarna la ambigüedad del poder, vivo y muerto,
abierto y cerrado, liberal y autoritario al mismo tiempo.
- El gato de Cheshire: revela que lo más duradero no es el poder
mismo, sino la sonrisa cultural que deja en la conciencia colectiva.
Lo político, como lo cuántico o lo literario, no puede reducirse a una
lógica lineal. La realidad está hecha de paradojas químicas, sociales y
simbólicas que nos condicionan sin que lo notemos, que lo real nunca se deja atrapar del todo Y mientras tanto, el gato
—con o sin sonrisa, visible o invisible— nunca deja de cazar. La enseñanza es
incómoda: vivimos rodeados de gatos, visibles o invisibles, y lo más peligroso
no es que cacen, sino que aprendamos a convivir con su olor hasta olvidarnos de
que estamos siendo cazados. En todos
ellos late la misma lección:
*La realidad —sea política, biológica,
física o literaria— no es lineal ni transparente, desafían nuestra lógica y nos obligan a pensar
más allá de lo evidente* .
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