lunes, noviembre 03, 2025

TRABAJO

  

https://cosasdejordi.files.wordpress.com/2012/08/sudor2.jpg

“Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás.”

El 30 de abril de 2015, víspera del Día del Trabajador, Miguel propuso en nuestra mesa una pregunta ¨sencilla¨: ¿Qué es el trabajo?

La fecha, cercana a la conmemoración de los mártires de Chicago, parecía propicia para detenernos y pensar. Entre risas y recuerdos, la pregunta empezó a desplegarse como un hilo invisible entre las tazas de café. Se habló de los “haraganes” —siempre los otros, claro—, de los que nunca le dan trabajo a nadie, y de aquellos que trabajan tanto que parecen no tener tiempo para sí mismos.

Eduardo, con su ironía característica, rompió el hielo: Mi padre fue un hombre activo, trabajó desde joven, incluso jugó en la primera de Boca Unidos. Creo que toda esa energía previa a mi nacimiento me dejó un cansancio cuasi genético. Las risas fueron inevitables, pero su comentario dejó flotando una idea profunda: el trabajo como herencia, como una fuerza cultural y corporal que se transmite, más allá de la biología.

Guillermo sostuvo que él podía “trabajar con gusto”. Arturo, en cambio, fue tajante:
—¡El trabajo es un castigo! . Su sentencia nos devolvió al origen bíblico: el trabajo como consecuencia de una caída, como pena impuesta por haber probado el fruto del conocimiento. En esa lectura ancestral, trabajar era pagar el precio de la conciencia.

Sin embargo, algo cambió con el tiempo. Cuando el trabajo dejó de ser solo fatiga y se volvió creación, el ser humano comenzó a participar activamente en la transformación del mundo. Trabajar ya no fue solo sobrevivir, sino afirmarse frente al caos: poner forma, ritmo y sentido donde antes había pura materia.

 

Miguel recordó entonces una frase de un contador:
—En economía, el trabajo es costo.

Alguien replicó:
—Y también es dignidad.

 

Ese contrapunto marcó un silencio. Las personas que no pueden trabajar —por exclusión, enfermedad o invisibilidad social— suelen sentirse menos por la pérdida de ingresos, y más por la pérdida de reconocimiento. Trabajar es ser parte del mundo. Escribir, sembrar, enseñar, reparar, cuidar o construir son modos distintos de decir: “aquí estoy”.

La dignidad del trabajo no proviene del esfuerzo físico ni del resultado económico, sino de la posibilidad de verse reflejado en lo que uno hace. Cuando eso se rompe, sobreviene lo que Marx llamó alienación: el trabajador ya no se reconoce en su obra.

Aunque el trabajo acompaña al ser humano desde sus orígenes, pocas palabras tan comunes esconden una raíz tan profunda. Como decía Eduardo Galeano citando a J. Wagenberg en su búsqueda de las raíces fundamentales , las palabras cotidianas suelen ser “ventanas a lo invisible”, pero raramente nos detenemos a mirar a través de ellas.

Trabajo es una de esas palabras. Se pronuncia a diario, pero casi nunca  solemos indagar en sus raíces filosóficas, religiosas o físicas, como si se tratara de un hecho puramente instrumental, una rutina inevitable. Sin embargo, bajo su aparente trivialidad, el trabajo toca los cimientos mismos de lo humano: La energía, el sentido, la creación, la culpa y la dignidad.

En una de nuestras últimas charlas, Carlos recordó que desde la física el trabajo se define como el producto entre una fuerza y un desplazamiento. Su explicación fue precisa, pero dejó abierta una intuición: porque detrás de esa definición exacta late una historia más compleja —la del esfuerzo, el castigo, la transformación y la conciencia— que atraviesa siglos de pensamiento y de experiencia. Fue a partir de esa conversación que retome esa vieja escena, ocurrida una década atrás, en una tarde de café.

Valor, precio y sentido

Desde una mirada concreta, el trabajo transforma una materia en producto. En ese proceso se articulan tres elementos: materia prima, medios de producción y fuerza de trabajo. Esta última no es otra cosa que energía humana: física, mental, emocional. Pero el núcleo del trabajo no está sólo en el movimiento de esa energía, sino en la relación entre valor, precio y sentido.

En economía, se dice que: Valor ≥ Precio > Costo.

El productor busca que el precio refleje su esfuerzo; el consumidor, que el valor percibido justifique el pago. Pero detrás de las fórmulas y balances emerge una pregunta filosófica: ¿de dónde proviene el valor?

Spinoza lo dijo con precisión: “No valoremos las cosas porque sean buenas; son buenas porque las valoramos.”  El valor nace del acto de valorar: de atribuir sentido. Así, el trabajo no solo produce bienes; produce mundo. Trabajar es valorar activamente la realidad.

Desde la física: energía, dirección y transformación

Como recordó Carlos, en física el trabajo tiene una definición exacta:

Trabajo (W) = Fuerza (F) × Desplazamiento (d) × cos(θ)

Es decir: el trabajo es energía que actúa con dirección. Podemos ejercer una fuerza enorme sin mover nada —como cuando empujamos una pared—, pero sólo hay trabajo cuando la energía transforma algo.

Si lo trasladamos al plano humano, trabajamos verdaderamente cuando nuestro esfuerzo produce desplazamiento, cuando algo —fuera o dentro de nosotros— cambia de lugar. Una vida llena de esfuerzo sin dirección sería como aplicar fuerza sin movimiento: energía sin transformación.

Desde esta perspectiva, el trabajo humano se vuelve una forma de energía organizada, un modo de convertir el caos en estructura, la posibilidad en realidad. Cada obra, cada idea, cada cultivo o herramienta es una pequeña negación de la entropía, una chispa que resiste el desorden natural del universo.

Comunicación, intercambio y trascendencia

Propuse sumar tres palabras que creo condensan la esencia del trabajo: comunicación, intercambio y trascendencia. Comunicación, porque todo trabajo expresa algo: una intención, una forma, una huella. Intercambio, porque ningún trabajo tiene sentido sin otro que lo reciba, lo use o lo interprete. Trascendencia, porque lo hecho permanece y nos continúa más allá del instante.

 

 

Adenda

 

 

 ¨Cuando te hagas mayor puede que no tengas empleo¨, así comienza el capítulo sobre trabajo N.Y.Harar dicen que los humanos tenemos dos capacidades;  la física y la cognitiva, que competíamos humanos y máquinas y que de esa lucha surgieron nuevos servicios, pero hoy la IA conoce nuestras capacidades y emociones y que no tenemos una tercera capacidad. La tecnología descubrió que las elecciones que tomamos no resultan de un misterioso libre albedrio, sino del trabajo de millones de neuronas que calculan probabilidades en fracciones de segundo, que la ¨intuición  es reconocimiento de patrones¨.

 

Nuestros algoritmos cerebrales se basan en ensayo error, en atajos y circuitos anticuados adaptados a la sabana africana y no a la jungla urbana. Asegura  que la amenaza de la perdida de trabajo es la combinación de la infotecnologia y biotecnología, capacidades que se potencian con conectividad y actualización ordenadores en red. Harari postula; ¨lo que se debe proteger es al ser humano no a los puestos de trabajo¨, porque es probable que poco se libre en el futuro de la automatización.

 

Por eso la idea de tener un puesto de trabajo de por vida es totalmente arcaica,  el modelo en que se iba a la universidad y se vivía  hasta la jubilación es inefectivo .Los cambios radicales suceden y sucederán.

 

Epílogo: del sudor al sentido

Hablar del trabajo es abrir una ¨ventana¨ que nos permite entrar a raíces insospechadas en lo cotidiano,  porque  es un territorio compartido por muchas disciplinas: la economía, la filosofía, la ética, la psicología, la física. Cada una ilumina una parte, pero todas coinciden en algo esencial: trabajar es participar de la realidad.

Lo cual permite además que el relato bíblico del Génesis pueda releerse desde otra mirada: el “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente” no como castigo, sino como invitación a la conciencia. El pan es el símbolo del sentido que construimos al transformar la materia en significado. Porque, en definitiva, trabajar es dejar una marca en el polvo del que venimos y al que volveremos. Y en esa huella —el más humano de los gestos— encontramos no solo supervivencia, sino también sentido.

El trabajo nos separó del paraíso, pero también nos dio la posibilidad de recrearlo, con las manos, la mente y la energía.

                                                                                                          (Génesis 3:19)

 

 

 


No hay comentarios: