Formas,
fractales y la rebelión de la incertidumbre
Blanca y Edgardo leyendo antes de entrar a la Sagrada Familia
Hace años visitamos ¨La Sagrada
familia¨. Días atrás en un charla en el ¨laboratorio de café de Marta¨ , Miguel
menciono
por una circunstancia especial de la charla de los laboratoristas, la importancia de forma y fondo. Me
pareció apropiado releer La rebelión de las formas, de Jorge Wagensberg, cuya tesis central gira
en torno a un concepto potente: ¨La forma como frontera significativa, como
superficie que separa, pero también como lugar donde emerge el sentido¨.
La forma no solo se expresa
en lo singular, la naturaleza ¨habla en fractales¨: patrones que se repiten y
Gaudí, como pocos, supo escuchar esa geometría. Su arquitectura es un fractal ,
una resonancia entre lo pequeño y lo grande, entre lo biológico y lo cultural.
La forma no solo dice algo
del objeto dice algo del entorno, del pasado y del futuro probable de ese
objeto. Es un acto de selección.
Y Wagensberg
distingue tres niveles de selección: la fundamental, la natural y la cultural. En cada una de ellas, la
forma emerge como respuesta a la incertidumbre, como dispositivo de adaptación
y de sentido.
En la
fundamental: En el
mundo inerte, la forma es el resultado de la simetría del entorno: de la
isotropía del espacio-tiempo. Por eso la esfera es la forma más recurrente.
No es casual que los planetas lo sean. La esfera es la forma mínima, cerrada,
resistente, perfecta para soportar lo que no se puede cambiar.
En la
natural: En el mundo vivo, la forma responde al
movimiento y a la relación: la simetría bilateral permitió diferenciar un
frente de avance, un dorso, unos laterales. Aparecen los ojos, las bocas, las
direcciones. El ser vivo necesita forma para orientarse, para decidir. Nada
representa mejor esta lógica que la membrana celular. Lejos de ser una mera
frontera pasiva, la membrana es una arquitectura activa, una forma
inteligente que permite la vida. Cuando comencé medicina , la membrana y ,el
potencial de membrana en reposo muchas veces saco el sueño a muchos. La membrana
selecciona, regula, comunica, adapta, repara, responde con plasticidad, pero
también con memoria. Conserva la forma no por rigidez, sino por una estrategia
dinámica de adaptación constante. De hecho, podríamos decir que la inteligencia
empieza allí: donde una forma decide activamente; qué dejar entrar, qué dejar salir, y cómo
mantener su integridad sin aislarse. Es, en palabras de Wagensberg, la rebelión contra la incertidumbre.
En la cultural: La cultura es el arte de anticipar la incertidumbre a través de la
forma. La obra de Antonio Gaudí, especialmente la Sagrada Familia, parece una
manifestación radical de esa rebelión de las formas. Gaudí no imitó la naturaleza, la comprendió
estructuralmente. Sus columnas se ramifican como troncos de árboles que
sostienen la bóveda como un bosque. Las curvas no decoran: distribuyen
tensiones. La arquitectura, en él, se convierte en una biología petrificada.
En esta obra se integran los tres niveles de
selección:
- La forma fundamental: las
cúpulas y bóvedas recuerdan esferas, minimizan tensiones, optimizan
materiales.
- La forma natural: la mimesis de las
formas vivas —huesos, hojas, raíces— dan lugar a estructuras resilientes,
estables pero orgánicas.
- La forma cultural: la
estética de Gaudí es una visión del mundo desde el lenguaje profundo de la
naturaleza.
En su obra la noción de
fractal se vuelve evidente: las ramificaciones de las columnas reproducen el
crecimiento arbóreo, la multiplicación de arcos parabólicos evoca las
trayectorias naturales de fuerzas, y la repetición de patrones ornamentales
revela la autosimilitud propia de la vida.
De la
biología a la cultura: inteligencias de frontera
Según Wagensberg, la piedra
tiene inteligencia grado 0: resiste. La célula tiene inteligencia grado 1: se
anticipa a lo previsible. El animal superior tiene inteligencia grado 2:
improvisa ante lo inesperado. El ser humano, con su cultura, alcanza la
inteligencia grado 3: elabora estrategias conscientes, con lenguaje, memoria y
forma.
La forma es, entonces, una
inteligencia encarnada, por eso la arquitectura, la ciencia, el arte y la
biología convergen en esta noción poderosa. Una forma no es solo algo que se
ve, sino algo que funciona, que comunica en biología lo aprendimos desde los
primeros años.
Epilogo
Años atrás, con Blanca y mi
hijo Edgardo, nos detuvimos frente a la Sagrada Familia. Mirábamos hacia arriba
y teníamos la misma sensación que uno tiene al entrar en un bosque. Lo recordé
días atrás, en el “laboratorio de café de Marta”, cuando Miguel mencionó la
importancia de fondo y forma. Y entendí algo más: en las conversaciones con
amigos también hay una dimensión fractal. Un gesto, una sonrisa, un guiño
pueden repetirse y amplificarse como ramas que sostienen el diálogo. La forma
no es solo lo que decimos, sino cómo lo decimos; no solo la arquitectura de
Gaudí, sino también la arquitectura invisible de una charla que nos sostiene y
nos transforma.
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