Escribir-leer: el milagro aprendido
“Los
sumerios inventaron, entre otras nimiedades, la escritura.”
Esa tarde de café Cacho nos
recordó que “El déficit en lectura y escritura es solo el botón de muestra de
nuestro déficit educativo.” Hace unos
siete mil años, los sumerios trazaron signos en tablillas de arcilla. No sabían
que estaban forzando a la biología a reinventarse. Habían creado un
código nuevo, una tecnología simbólica que ningún otro animal necesitó jamás.
La escritura obligó a nuestro cerebro, con doscientos mil años de evolución, a aprender
algo que la naturaleza no había previsto
Cacho nos recordó a Gilgamesh y Hammurabi , yo mencione que en
la época del 60 Lucho Olivera hizo una ficción que seguida por muchos lectores
y luego también por muchos autores que la continuaron.
Gilgamesh encontró una
planta que devolvía la juventud, pero una serpiente la robó mientras dormía.
Entonces volvió a Uruk, miró sus muros, sus piedras,
y comprendió:
“He
visto lo que era y lo que será.
No hay permanencia.
Pero los muros de mi ciudad,
el nombre que dejo en ellos,
eso será mi inmortalidad.”
En el estela el rey Hammurabi está
de pie ante el dios
Shamash, el dios del Sol y de la Justicia que entrega al rey un cetro y un anillo,
símbolos del poder y de la autoridad para dictar leyes. Debajo de esa imagen se
encuentra un texto en escritura cuneiforme con 282 leyes grabadas
en columnas verticales.
El Poema
de Gilgamesh, es la primera gran obra literaria escrita
por el hombre, la palabra se usa por primera vez para mirar hacia adentro: el
héroe busca la inmortalidad, pero termina comprendiendo que solo la palabra
escrita vence al olvido. Gilgamesh representa la escritura como memoria
del alma: allí, el mito se vuelve espejo de la conciencia.
Hammurabi,
en cambio, inscribe su código en piedra y transforma
la palabra en ley. Lo que antes flotaba en la oralidad se graba y se vuelve
norma. Es la escritura como orden del mundo, como arquitectura de
la convivencia.
Entre uno y otro —dice Cacho
mientras revuelve su café casi media
lagrima— la humanidad aprendió las dos funciones esenciales de escribir: recordar
y ordenar, dar sentido y dar forma. Desde entonces, cada acto de
lectura repite ese doble gesto: leer es comprender el alma del texto
como Gilgamesh, y entender las reglas que sostienen el mundo como Hammurabi
Hablar fue
un regalo de la evolución, pero leer y escribir,
fueron conquistas de la cultura. Mientras el lenguaje oral brota casi sin
esfuerzo, la lectura exige años de práctica y una remodelación silenciosa del
cerebro.
En palabras de Stanislas Dehaene;
nuestro cerebro debió
“reciclar” regiones destinadas al reconocimiento de objetos y conectarlas con
los circuitos del lenguaje. Así nació
un nuevo territorio cognitivo: el cerebro lector.
En cada uno de nosotros que
aprende a leer revive esa hazaña cultural,
por eso, cuando un sistema educativo fracasa en enseñar a leer y escribir, el
fracaso no es solo pedagógico: es ontológico.
Dehaene en
su libro El Cerebro Lector describe tres
grandes etapas del proceso :
1. Emergente: desde el nacimiento, el niño descubre que las
historias tienen dirección, principio y fin, y que los signos pueden
representar el mundo. Se siembra la noción de código.
2. Inicial: se desarrolla la conciencia fonológica,
la correspondencia entre sonidos y letras, la coordinación entre lo visual, lo
auditivo y lo motor.
3. De desarrollo: la lectura se vuelve fluida y significativa.
Leer ya no es descifrar, sino pensar con letras.
Cada una de estas etapas
refleja una coreografía silenciosa entre biología y cultura, entre lo que
heredamos y lo que inventamos. La alfabetización es, en el fondo, un
experimento evolutivo que se repite cada vez que leemos, es saber que el
mundo puede escribirse y nos permite tomar distancia de la experiencia
inmediata y pensar sobre ella. Cuando
aprendemos a leer, dos sistemas cerebrales se entrelazan:
- el reconocimiento visual de objetos, que nos permite ver;
- y el circuito del lenguaje, que nos permite nombrar.
El resultado : ver se
convierte en leer, y leer en pensar., en cada frase hay un acto de orden,
pero también una chispa de creación. Leer es un acto de supervivencia
cognitiva. Tal vez el mayor desafío educativo no sea enseñar a leer textos,
sino a leerse a uno mismo. Porque escribir y leer —en ese orden o en el
inverso— son la doble hélice de nuestra humanidad: el hilo invisible que une la
biología y la cultura, el cuerpo y el sentido.
Adenda
Las funciones vitales de la lectura:
a) desarrolla el lenguaje y el pensamiento;
b) estimula la imaginación creadora;
c) organiza los procesos mentales;
d) expande la memoria;
e) despierta la afectividad;
f) cultiva el juicio crítico;
g) alimenta la creación de nuevos textos;
h) determina el desempeño escolar;
i) y, junto con la escritura, permite la reflexión profunda.
Epílogo
Leer es un acto de supervivencia cognitiva. Es la herramienta más
antigua —y más moderna— para orientarse en el caos simbólico del mundo. Gilgamesh
buscaba la inmortalidad; Hammurabi, el orden. Ambos la encontraron, sin
saberlo, en la escritura. Los sumerios no imaginaron que su nimiedad
cambiaría la historia del cerebro humano. Nosotros, miles de años después,
todavía intentamos estar a la altura de ese gesto: aprender a leer el mundo…
y a escribirnos en él.
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