viernes, noviembre 07, 2025

 

Escribir-leer: el milagro aprendido

“Los sumerios inventaron, entre otras nimiedades, la escritura.”

Esa tarde de café Cacho nos recordó que “El déficit en lectura y escritura es solo el botón de muestra de nuestro déficit educativo.”  Hace unos siete mil años, los sumerios trazaron signos en tablillas de arcilla. No sabían que estaban forzando a la biología a reinventarse. Habían creado un código nuevo, una tecnología simbólica que ningún otro animal necesitó jamás. La escritura obligó a nuestro cerebro, con doscientos mil años de evolución, a aprender algo que la naturaleza no había previsto

Cacho nos recordó  a Gilgamesh y Hammurabi , yo mencione que en la época del 60 Lucho Olivera hizo una ficción que seguida por muchos lectores y luego también por muchos autores que la continuaron.

  Gilgamesh encontró una planta que devolvía la juventud, pero una serpiente la robó mientras dormía. Entonces volvió a Uruk, miró sus muros, sus piedras,
y comprendió:

“He visto lo que era y lo que será.
No hay permanencia.
Pero los muros de mi ciudad,
el nombre que dejo en ellos,
eso será mi inmortalidad.”

En el estela el rey Hammurabi está de pie ante el dios Shamash, el dios del Sol y de la Justicia que entrega al rey un cetro y un anillo, símbolos del poder y de la autoridad para dictar leyes. Debajo de esa imagen se encuentra un texto en escritura cuneiforme con 282 leyes grabadas en columnas verticales.

El Poema de Gilgamesh, es la primera gran obra literaria escrita por el hombre, la palabra se usa por primera vez para mirar hacia adentro: el héroe busca la inmortalidad, pero termina comprendiendo que solo la palabra escrita vence al olvido. Gilgamesh representa la escritura como memoria del alma: allí, el mito se vuelve espejo de la conciencia.

Hammurabi, en cambio, inscribe su código en piedra y transforma la palabra en ley. Lo que antes flotaba en la oralidad se graba y se vuelve norma. Es la escritura como orden del mundo, como arquitectura de la convivencia.

Entre uno y otro —dice Cacho mientras revuelve su café  casi media lagrima— la humanidad aprendió las dos funciones esenciales de escribir: recordar y ordenar, dar sentido y dar forma. Desde entonces, cada acto de lectura repite ese doble gesto: leer es comprender el alma del texto como Gilgamesh, y entender las reglas que sostienen el mundo como Hammurabi

Hablar fue un regalo de la evolución, pero leer y escribir, fueron conquistas de la cultura. Mientras el lenguaje oral brota casi sin esfuerzo, la lectura exige años de práctica y una remodelación silenciosa del cerebro.
En palabras de Stanislas Dehaene;

 nuestro cerebro debió “reciclar” regiones destinadas al reconocimiento de objetos y conectarlas con los circuitos del lenguaje. Así nació un nuevo territorio cognitivo: el cerebro lector.

En cada uno de nosotros que aprende a leer revive  esa hazaña cultural, por eso, cuando un sistema educativo fracasa en enseñar a leer y escribir, el fracaso no es solo pedagógico: es ontológico.

Dehaene en su libro El Cerebro Lector  describe tres grandes etapas del proceso :

1.      Emergente: desde el nacimiento, el niño descubre que las historias tienen dirección, principio y fin, y que los signos pueden representar el mundo. Se siembra la noción de código.

2.      Inicial: se desarrolla la conciencia fonológica, la correspondencia entre sonidos y letras, la coordinación entre lo visual, lo auditivo y lo motor.

3.      De desarrollo: la lectura se vuelve fluida y significativa. Leer ya no es descifrar, sino pensar con letras.

Cada una de estas etapas refleja una coreografía silenciosa entre biología y cultura, entre lo que heredamos y lo que inventamos. La alfabetización es, en el fondo, un experimento evolutivo que se repite cada vez que leemos, es saber que el mundo puede escribirse y nos permite tomar distancia de la experiencia inmediata y pensar sobre ella.  Cuando aprendemos a leer, dos sistemas cerebrales se entrelazan:

  • el reconocimiento visual de objetos, que nos permite ver;
  • y el circuito del lenguaje, que nos permite nombrar.

El resultado : ver se convierte en leer, y leer en pensar., en cada frase hay un acto de orden, pero también una chispa de creación. Leer es un acto de supervivencia cognitiva. Tal vez el mayor desafío educativo no sea enseñar a leer textos, sino a leerse a uno mismo. Porque escribir y leer —en ese orden o en el inverso— son la doble hélice de nuestra humanidad: el hilo invisible que une la biología y la cultura, el cuerpo y el sentido.

Adenda

Las funciones vitales de la lectura:
a) desarrolla el lenguaje y el pensamiento;
b) estimula la imaginación creadora;
c) organiza los procesos mentales;
d) expande la memoria;
e) despierta la afectividad;
f) cultiva el juicio crítico;
g) alimenta la creación de nuevos textos;
h) determina el desempeño escolar;
i) y, junto con la escritura, permite la reflexión profunda.

Epílogo

Leer es un acto de supervivencia cognitiva. Es la herramienta más antigua —y más moderna— para orientarse en el caos simbólico del mundo. Gilgamesh buscaba la inmortalidad; Hammurabi, el orden. Ambos la encontraron, sin saberlo, en la escritura. Los sumerios no imaginaron que su nimiedad cambiaría la historia del cerebro humano. Nosotros, miles de años después, todavía intentamos estar a la altura de ese gesto: aprender a leer el mundo… y a escribirnos en él.

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