sábado, octubre 11, 2025

Predecir: entre la ilusión de libertad y la biología del mal


 

Predecir: entre la ilusión de libertad y la biología del mal


En la película Minority Report, protagonizada por Tom Cruise, tres mutantes pueden prever crímenes antes de que ocurran. La organización Precrimen se encarga de detener a los futuros criminales basándose en esas visiones. El trabajo del protagonista es impedir delitos que aún no se han cometido. Pero un día, el sistema lo señala a él mismo como culpable futuro, y debe huir. La paradoja se despliega: ¿cómo probar la inocencia de un acto que aún no ha sucedido?

¨Neurociencia ficción: cómo el cine se adelantó a la ciencia¨

Es el libro del neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga, donde analiza cómo la ciencia y la ficción se retroalimentan. Muchas ideas de la película hoy parecen posibles. Los avances en neurociencia y en inteligencia artificial ya permiten anticipar conductas con cierta probabilidad. Pero surge una pregunta decisiva: ¿Qué haríamos si pudiéramos predecir comportamientos y juzgar antes de que alguien actúe?

Desde el derecho romano, el castigo requiere dos condiciones:

Actus reus, el acto cometido, y mens rea, la intención de cometerlo. Si eliminamos el acto y nos basamos solo en la intención —o peor aún, en la predisposición neuronal—, el concepto de culpabilidad se disuelve.

 

Derecho penal y neurociencia: la tormenta de lo previsible

El jurista Bernardo F. Sánchez, en su libro Derecho Penal y Neurociencia: ¿Una relación tormentosa?, se pregunta si las teorías clásicas de la pena pueden sobrevivir al avance neurocientífico. Si se demuestra que ciertos patrones cerebrales predisponen a la violencia: ¿Sigue siendo válida la idea de responsabilidad?

Hoy existen algoritmos como COMPAS, utilizados en tribunales estadounidenses para estimar el riesgo de reincidencia. Es decir, ya hay sistemas que predicen la probabilidad de volver a delinquir, y que entregan esa información al juez antes de dictar sentencia. Pero estos algoritmos no están libres de sesgos raciales o sociales. Ante esto que no le gusta a Cacho dijo : ¨Houston, tenemos un problema¨.

 

El mal en el cerebro: el caso Jim Fallon

El neurocientífico Jim Fallon, asesor del Pentágono, analizó resonancias magnéticas de asesinos y personas sin historial criminal para identificar patrones cerebrales asociados a la psicopatía. En una de esas series descubrió, con sorpresa, que su propio cerebro presentaba todas las marcas de un psicópata: alteraciones en el lóbulo frontal, temporal y el sistema límbico.

Su madre le recordó que en la familia abundaban los antecedentes de asesinos, todos varones, lo que sugería un componente genético ligado al cromosoma Y Fallon se autodenominó psicópata secundario: alguien con predisposición biológica al mal, pero que necesita un desencadenante ambiental —abuso, trauma, maltrato— para convertirse en peligroso.

Los psicópatas primarios, en cambio, nacen con esa estructura y pueden actuar sin provocación alguna. ¿Habrá sido Santos Godino un psicópata primario? La mayoría de los expertos coinciden en que Godino era psicópata, no psicótico. No hay evidencia de que haya sufrido alucinaciones, delirios o pérdida del contacto con la realidad. Su peligrosidad estaba en la intención y la planificación consciente, no en un estado mental distorsionado.

 

Los psicópatas carecen de empatía y remordimiento; son manipuladores, fríos y egocéntricos. La Escala de Hare los evalúa con un puntaje máximo de 40. Fallon obtiene 20: está justo en el límite. Aun así, sostiene que los verdaderos psicópatas son irrecuperables, y que la prevención —identificarlos antes de actuar— sería rentable para la sociedad. Pero su propia historia introduce una grieta: Fallon afirma que ha cambiado desde que comprendió su condición. Consciente de su estructura, elige comportarse según las expectativas de los demás. No ha cambiado su cerebro, sino su conciencia.

 

La ilusión del libre albedrío

En los años ochenta, el neurofisiólogo Benjamín Libet registró el cerebro de sujetos que debían mover un dedo cuando lo desearan. Descubrió que la actividad neuronal que prepara el movimiento —el potencial de preparación— aparece medio segundo antes de que la persona sea consciente de su decisión.
El cerebro, literalmente, “decide” antes que nosotros.

 

Libet concluyó que el libre albedrío podría ser una ilusión temporal: la conciencia llega tarde a un proceso ya iniciado. Sin embargo, no negó toda libertad. Propuso que, aunque no podamos iniciar conscientemente una acción, sí podemos detenerla. Esa capacidad de veto sería el último bastión de la voluntad humana. Quizás la libertad no resida en decidir qué hacer, sino en elegir no hacerlo.
El libre albedrío no sería afirmativo, sino negativo: la posibilidad de decir no a lo que ya estaba en marcha.

 

Predicción, ética y autoconciencia

Si la genética puede predisponer, la neurociencia puede detectar y los algoritmos pueden anticipar, la pregunta ya no es científica sino ética: ¿Qué haremos con esa información?
¿Hasta dónde se puede prevenir sin caer en la tiranía de la predicción?

El caso de Jim Fallon ofrece una pista: la autoconciencia puede ser una forma de veto.
Saber quién soy —biológica y psicológicamente— me da la posibilidad de corregir, de no actuar según el impulso. La conciencia emerge entonces como un espacio de libertad mínima pero real.

 

¨Podría decirse que la ética comienza allí donde se toma distancia de sí mismo, donde puede mirar sus determinaciones y aun así decidir no seguirlas. Es el lugar donde la biología se convierte en biografía¨.

 

Epílogo

Predecir no es conocer. Conocer no es condenar. Entre el impulso y la acción hay un umbral —breve, invisible— donde habita la posibilidad humana de decir no. Tal vez en ese veto silencioso, entre la descarga neuronal y el acto, sobreviva nuestra libertad.

 

 

No hay comentarios: