La
educación olvidada:
cuando la escuela desactivó el cerebro bayesiano
Esto a muchos no les va a
gustar, ese no es el objetivo , es lo que hoy siento pese a que los grandes
como como los griegos egregios, y más recientes Bayes, Peirce , Piaget.
Vygotsky ,Popper, Morín Bunge y otros habían sembrado y regado la educación ella es
“la olvidada” . No es un gesto retórico: es una constatación dolorosa de Darío Álvarez Klar que
dice “la educación es la
olvidada”, puede entenderse que hemos sido educacionalmente estafados,
pero no en un sentido conspirativo sino estructural
y epistémico: el sistema educativo ha olvidado las condiciones
cognitivas y perceptivas reales de cómo pensamos, aprendemos y comprendemos el mundo. Durante demasiado tiempo, el sistema educativo ha descuidado los
fundamentos mismos del pensamiento.
La escuela ,los docentes, olvidaron
aplicar con el método y nivel adecuado ; a la Gestalt, es
decir, la capacidad de percibir totalidades y estructuras de significado;
olvidó la patronicidad, el impulso natural a descubrir relaciones y
patrones; la inteligibilidad, que convierte los datos en comprensión; y
la agentividad, que nos hace sujetos activos de nuestro aprendizaje.
También relegó las formas de inferencia —la abducción que imagina, la
inducción que generaliza, y la deducción que comprueba—, olvidando que pensar
es siempre una forma de inferir, de construir sentido a partir de indicios.
Así, tanto docentes como estudiantes quedaron sin GPS epistemológica: sin
herramientas para distinguir entre lo que saben, lo que creen y lo que
simplemente repiten.
A este olvido se suma el de
los tres lenguajes esenciales del pensamiento humano —la lectoescritura, las
matemáticas y las ciencias—.
La lectoescritura nos da palabra y estructura; las matemáticas nos ofrecen la
medida, el orden y la proporción; las ciencias nos enseñan a contrastar, a
dudar y a verificar. Sin el dominio reflexivo de esos tres lenguajes, el
pensamiento se vuelve frágil, incapaz de articular conocimiento o revisar sus
propias hipótesis. El cerebro bayesiano, que naturalmente formula y
actualiza creencias frente a la evidencia, se ve así inhibido: deja de aprender
del error, deja de corregirse.
Pero la raíz del problema no
es sólo técnica: es filosófica. La educación ha olvidado la epistemología y
la filosofía, es decir, la reflexión sobre el propio acto de conocer. Sin
ellas, el pensamiento se empobrece, pierde profundidad y sentido.
También ha relegado el pensamiento complejo, que no simplifica la
realidad, sino que la integra, reconociendo las interdependencias y
contradicciones que la constituyen. Y con ello, ha desterrado una de las
prácticas más humanas y formativas: preguntar y repreguntar.
En un
aula que confunde contexto con desviación, la pregunta viva —la que interrumpe
el flujo mecánico de los contenidos— suele ser mal vista.
¨Sin embargo, preguntar bien es contextualizar: situar el conocimiento en la
trama de la vida y devolverle sentido¨. El pensamiento complejo no teme a
las repreguntas, porque sabe que en ellas habita la verdadera comprensión. Nos enseñaron a repetir, no a comprender; a
aprobar, no a aprender. En cierto sentido, hemos sido estafados en nuestra
formación cognitiva: se nos ofreció información, pero no conocimiento; se
nos pidió memoria, pero no sentido.
También ha relegado el pensamiento complejo, que no simplifica la realidad,
sino que la integra, reconociendo las interdependencias y contradicciones que
la constituyen. Y con ello, ha desterrado una de las prácticas más humanas y
formativas: preguntar y repreguntar. El pensamiento complejo no teme a
las repreguntas, porque sabe que en ellas habita la verdadera comprensión.
Finalmente, el acto de evaluar
se ha reducido a su forma más empobrecida: el examen. Evaluar no debería ser un
momento de control, sino de diálogo, una instancia para comprender los procesos
de pensamiento y crecimiento del aprendiz.
Cuando la evaluación se realiza sin conciencia epistemológica, se transforma
en juicio y no en comprensión. Peor aún, puede caer en el efecto halo,
ese sesgo cognitivo que nos lleva a juzgar el todo por una sola impresión —la
simpatía, la prolijidad o…, confundiendo la apariencia con la sustancia.
Evaluar sin pensamiento crítico es la última forma del olvido: el maestro cree
juzgar, pero sólo reproduce prejuicios.
La educación olvidada no es,
entonces, la que carece de contenidos, sino la que olvida el sentido del
aprender. Recuperarlo implica volver a pensar, a preguntar, a integrar. Requiere
una educación que no tema a la duda ni a la complejidad; que reconozca en la
lectura, la matemática y la ciencia, no solo herramientas, sino lenguajes para
comprender el mundo; y que devuelva a la epistemología y la filosofía su lugar
originario: el arte de pensar sobre el pensar.
Epílogo: el regreso del pensamiento
Tal vez el olvido de la
educación no sea un accidente, sino el síntoma de una época que ha dejado de
creer en el poder del pensamiento. En lugar de formar mentes lúcidas, se han
producido operarios del conocimiento, usuarios de contenidos, consumidores de
respuestas. Pero una sociedad que renuncia a pensar se condena a obedecer. El
olvido educativo no es sólo institucional: es una amnesia del alma cognitiva.
Se olvidó que enseñar no es transferir información, sino provocar
inteligencia, despertar la curiosidad y la duda, ejercitar el juicio y la
interpretación. Allí donde se suprimen las preguntas, se apaga la luz del
pensamiento.
Recuperar la educación no
será cuestión de reformas ni programas, sino de reconstruir la conciencia
epistemológica: volver a enseñar a pensar sobre lo que se piensa, a
comprender lo que se comprende. Significa reabrir el diálogo entre la palabra y
la experiencia, entre la ciencia y la vida, entre el número y el sentido.
La
educación olvidada solo despertará cuando volvamos a sentir que pensar no es un
lujo, sino un acto de supervivencia. Solo entonces el aula volverá a ser lo que
siempre debió ser: un lugar donde el pensamiento se atreve a existir en kit de
sobrevivencia cognitiva
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