lunes, noviembre 10, 2025

 

EFECTO HALO

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Reunión habitual de amigos en el  Café de Marta el 29 05 17, después de hablar acerca de la felicidad, del bienestar, de los valores y de otros  universales siempre actuales y llegar a acuerdos mínimos, surgió la pregunta de que era el efecto halo.

La repuesta más aceptable nos les da D. Kahneman en su libro  Pensar rápido Pensar despacio, en el capítulo Una Maquina para saltar a las Conclusiones, uno de los puntos se refiere precisamente al ¨ Efecto Halo o Coherencia emocional Exagerada¨.

Hace días surgió nuevamente la pregunta de cómo evaluar  y  efecto halo tiene injerencia directa porque  es la  tendencia a que algo o alguien nos guste o disguste  utilizando ¨algo que conocemos y dejando de lado lo muchísimo que desconocemos¨. Esto es el núcleo del  sesgo con el cual evaluamos distintas situaciones, y es responsabilidad del sistema de pensamiento rápido generar más coherencia de la que en realidad existe , como si la coherencia emocional fuera prueba de verdad.

En ocasiones quedamos deslumbrados por un aspecto y deducimos erróneamente el resto, lo cual funciona siempre del mismo modo. Fue el psicólogo Edward Thorndike con  precisión establece la raíz psicológica del sesgo, hace casi un siglo. Su ejemplo paradigmático: la belleza. Si alguien es lindo, suponemos —sin pruebas— que también es inteligente, amable o competente. Es el brillo del primer rasgo contaminando el resto. Lo terrible es que ese brillo, cuando se instala, no se borra con facilidad. Si es linda lo demás es secundario.

Este sesgo se nos instala en el inconsciente y nos  acecha permanentemente dando lugar a  estereotipos.  Existen muchas evidencias que  se  van acumulando progresivamente y al azar, pero la interpretación será indefectiblemente modelada por la primera impresión,  que es la que  tiene más significación,  al punto tal, que las otras la van  perdiendo progresivamente, así de potente es el sistema 1 o pensamiento rápido.

Kahneman lo descubrió en carne propia al corregir exámenes. Si el primer trabajo de un alumno era bueno, los siguientes le parecían mejores de lo que en realidad eran. Si el primero era flojo, los demás ya estaban condenados. La primera impresión, como un dictador silencioso, reescribía todas las páginas siguientes.

*Al principio puntuaba a los alumnos de manera tradicional, corregía los trabajos y obtenía el total, luego seguía con otros alumnos. Eventualmente veía que las puntuaciones que había hecho eran sorprendentemente homogéneas*.

Empezó a sospechar que el efecto halo era el responsable de la homogenización. Pensaba que si el alumno hizo bien el primer trabajo no cometería un error tonto, aparecía así el beneficio de una  duda  razonable. Inaceptable desde la visión de imparcialidad que debe haber al evaluar, además había otro problema importante, si habían escrito dos trabajos un bueno y el otro flojo, el puntaje dependía del que se leyera primero.

Esto nuevamente era inaceptable. Para escapar del sesgo, ideó un método: leer todas las respuestas a una misma pregunta antes de pasar a la siguiente, ocultando el nombre del alumno anotando al dorso las respuestas. Perdió seguridad, ganó justicia y supo algo esencial: pensar bien no siempre se siente bien. La incomodidad de la duda es el precio de la imparcialidad.

“Kahneman comprendió así que para reducir el efecto halo no bastaba con buena intención: era necesario rediseñar el modo de observar. Su estrategia de no correlacionar el error y realizar observaciones independientes era solo una parte de una idea mayor: entrenar la mente para que cada juicio conserve su independencia.”

Esto le dio menos confianza en las puntuaciones, al ir al dorso tenía la tentación de reducir las discrepancias, y le era difícil no ceder  a la tentación.  Estaba menos satisfecho y con menos confianza, lo cual era un buen signo, un indicador que el nuevo procedimiento era superior.

“En la práctica docente, el efecto halo acecha en cada calificación. Basta con una buena primera impresión para contaminar todo el proceso. Ser consciente del sesgo no es un lujo intelectual: es una obligación ética. Evaluar es también un acto de justicia cognitiva.”

El efecto halo, en realidad, no es un fallo del pensamiento: es una economía del cerebro. Juzgar rápido ahorra energía. La coherencia emocional produce alivio. Pero ese alivio tiene un costo alto: distorsiona la realidad y nos hace ciegos a los matices. Nuestro Sistema 1 (pensamiento rápido) busca la coherencia y el alivio que esta genera para ahorrar energía. Sin embargo, este alivio tiene un costo altísimo: la distorsión de la realidad y la ceguera a los matices. Es la eterna tensión entre la eficiencia biológica y la necesidad ética de la imparcialidad.

La raíz pedagógica fue propuesta por Kahneman corrigiendo exámenes es un ejemplo impecable   porque conecta la psicología experimental con la práctica docente cotidiana. Decidió que para dominar el efecto halo era necesario, no correlacionar el error  y realizar observaciones independientes. Lo de Kahneman corrigiendo exámenes es un ejemplo pedagógico impecable   porque conecta la psicología experimental con la práctica docente cotidiana. La aplicación del efecto halo a la práctica docente (el ejemplo de Kahneman corrigiendo exámenes) es, como se describe, impecable. Convierte un concepto de la psicología experimental en una obligación ética en el mundo real.

Todos, alguna vez, fuimos víctimas y verdugos del efecto halo.

Confiamos demasiado en quien nos cayó bien. Desconfiamos de quien no supo agradarnos. Creamos estereotipos, generalizamos, amamos o rechazamos a velocidad de relámpago, sin advertir que el juicio, como el amor, necesita tiempo para afinar la mirada. Quizás, en el fondo, el efecto halo es una metáfora perfecta del pensamiento humano: confundimos el brillo con la claridad. Pero al saber cómo el sesgo afecta la justicia en la evaluación, abrimos la puerta a una reflexión moral sobre la responsabilidad del juicio. Y no comprender lo que representa este sesgo nos deja suspendidos entre la ignorancia y la pereza intelectual: justo donde el pensamiento —y la evaluación— se adormecen.

Epilogo

Durante buena parte del siglo pasado, en la escuela y en la universidad no se evaluaba, se examinaba. El examen era un ritual de control, más que un proceso de comprensión. Se centraba en verificar si el estudiante recordaba lo enseñado, no en comprender cómo había aprendido o qué sentido le daba al conocimiento. La palabra evaluar —del latín ex-valere, “dar valor”— se confundió con examinar, que proviene de examen, “aguijón” o “balanza”. Mientras el examen buscaba pesar y medir, la evaluación debía haber buscado dar valor, acompañar, orientar. Pero el sistema escolar, heredero del modelo burocrático y selectivo, privilegió lo medible sobre lo significativo.

Recién en las últimas décadas, gracias a los aportes de la psicología cognitiva, la pedagogía crítica y la evaluación formativa, comenzó a comprenderse que evaluar no es calificar, sino comprender y mejorar los procesos de aprendizaje. Y que todo acto de evaluación involucra no solo conocimientos, sino también justicia, empatía y conciencia de los propios sesgos.

No comprender este sesgo nos deja suspendidos entre la ignorancia y la pereza intelectual, justo donde la justicia y la calidad del juicio se adormecen.

 

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