La paradoja de la Reina Roja: correr para estar vivos
(Entre Prigogine, Capra, Morin y los cuentos
de Carroll y Andersen)
La vida no es solo química. Aunque se origine
en la materia, la trasciende al incorporarse como un sistema abierto al mundo
externo, capaz de autoorganizarse y mantenerse lejos del equilibrio.
Ilya Prigogine, premio Nobel de Química, fue uno de los primeros en comprender
que lo vivo pertenece al ámbito de las estructuras disipativas: sistemas
que no se conservan por permanecer estables, sino por disipar energía y
transformarse continuamente.
En los organismos, la
estabilidad no significa quietud, sino equilibrio dinámico. Cada célula,
cada ecosistema, cada mente humana se sostiene en un flujo permanente de
intercambios que impiden el colapso. Como señaló Prigogine, “la vida es el
resultado de un orden sostenido en la inestabilidad”. El equilibrio absoluto
equivaldría, paradójicamente, a la muerte.
La literatura captó esta paradoja mucho antes que la ciencia. En A
través del espejo, Lewis Carroll imaginó a Alicia corriendo junto a la
Reina Roja.—Qué raro —dice Alicia—, en mi país si uno corre después de un rato
llega a otra parte.
La Reina Roja responde:
—Aquí hay que correr todo lo que puedas para permanecer en el mismo
lugar.
Esa escena resume la lógica
vital de la autoorganización: moverse para seguir siendo. La vida no
progresa en línea recta, sino que oscila, se reconfigura, aprende de sus
fluctuaciones. Si el movimiento cesa, la forma se disuelve. Si el metabolismo
se detiene, la vida desaparece.
Hace años leí a Fritjof
Capra, en El punto crucial y La trama de la vida, en este último
libro agradece a Douglas Tompkins a motivarlo profundizar más en ecología profunda, proponiendo
que los sistemas vivos son redes de procesos, no de cosas. No hay
“seres” aislados, sino relaciones en movimiento, bucles de retroalimentación
que integran materia, energía y significado. En palabras suyas, “vivir es una
danza de estabilidad y cambio”. Cada organismo, cada cultura, cada conciencia
humana es una coreografía de flujos que necesita del desorden para generar
nuevo orden. En Corrientes muchos no sabemos lo que realizo Douglas Tompkins ,
su final accidentado y lo poco que se le tuvo en cuenta.
Edgar Morin llevó esta
intuición al terreno del pensamiento complejo: la vida —dijo— no puede
comprenderse desde la reducción, sino desde la dialógica entre orden,
desorden y organización. No hay vitalidad sin crisis, ni conocimiento sin
incertidumbre. La autoorganización, para Morin, es también una metáfora de la
inteligencia: un sistema capaz de regenerarse integrando la perturbación.
Si trasladamos esta idea al ámbito social y político, el eco se
amplifica. En El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, un
personaje sentencia: —Si queremos que
todo siga igual, es necesario que todo cambie. La frase condensa la astucia
termodinámica del poder: un movimiento aparente que conserva la estructura.
Cambiar para que nada cambie.
Epílogo:
Tal vez vivir consista precisamente en eso: en no alcanzar nunca el
equilibrio, pero saber acercarse a él sin extinguirse. Ilya Prigogine nos
recordó que los sistemas vivos existen lejos del equilibrio. Capra
mostró que esa tensión es la fuente de la creatividad de la naturaleza. Y Morin
nos enseñó que el pensamiento debe volverse igualmente complejo para no morir
de simplicidad. Juntos delinearon una filosofía del movimiento: una ecología
del ser donde la estabilidad es hija del cambio y no su enemiga.
La paradoja de la Reina Roja
no es solo una metáfora de la biología o de la política: es una sabiduría de
la existencia. Correr para permanecer en el mismo lugar significa seguir
aprendiendo, reinventarse en el borde del caos, sostener la identidad sin
petrificarla. La vida —la biológica, la social, la interior— se renueva en ese
punto donde la forma se quiebra y vuelve a nacer.
Leer los cuentos de Alicia
puede resultar desconcertante. A muchos nos ocurre que, bajo la apariencia de
fantasía infantil, surge un complejo entramado de ideas y paradojas que
desafían la lógica cotidiana. Esa sensación de incomodidad, que muchos niños perciben,
pero no pueden nombrar, tiene explicación: Carroll no escribía simplemente para
divertir, sino para hacer pensar con imágenes y juegos.
Más aún, los lectores
modernos han visto en Alicia anticipaciones sorprendentes de la física
cuántica. El libro Alicia en el país de los cuantos de R. Gilmore
muestra cómo el mundo del espejo puede leerse como una alegoría de un
universo donde la causalidad no es lineal, la observación altera la realidad
y la posición depende del observador. Crecer y encogerse, invertir derecha
por izquierda, jugar con el tiempo y el lenguaje: todos son principios
intuitivos que evocan la naturaleza probabilística de lo cuántico.
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