lunes, octubre 13, 2025

La paradoja de la Reina Roja: correr para estar vivos

 

La paradoja de la Reina Roja: correr para estar vivos

(Entre Prigogine, Capra, Morin y los cuentos de Carroll y Andersen)

Dibujo de un dinosaurio con la boca abierta

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La vida no es solo química. Aunque se origine en la materia, la trasciende al incorporarse como un sistema abierto al mundo externo, capaz de autoorganizarse y mantenerse lejos del equilibrio. Ilya Prigogine, premio Nobel de Química, fue uno de los primeros en comprender que lo vivo pertenece al ámbito de las estructuras disipativas: sistemas que no se conservan por permanecer estables, sino por disipar energía y transformarse continuamente.

En los organismos, la estabilidad no significa quietud, sino equilibrio dinámico. Cada célula, cada ecosistema, cada mente humana se sostiene en un flujo permanente de intercambios que impiden el colapso. Como señaló Prigogine, “la vida es el resultado de un orden sostenido en la inestabilidad”. El equilibrio absoluto equivaldría, paradójicamente, a la muerte.

La literatura captó esta paradoja mucho antes que la ciencia. En A través del espejo, Lewis Carroll imaginó a Alicia corriendo junto a la Reina Roja.—Qué raro —dice Alicia—, en mi país si uno corre después de un rato llega a otra parte.

La Reina Roja responde:

—Aquí hay que correr todo lo que puedas para permanecer en el mismo lugar.

Esa escena  resume la lógica vital de la autoorganización: moverse para seguir siendo. La vida no progresa en línea recta, sino que oscila, se reconfigura, aprende de sus fluctuaciones. Si el movimiento cesa, la forma se disuelve. Si el metabolismo se detiene, la vida desaparece.

Hace años leí a Fritjof Capra, en El punto crucial y La trama de la vida, en este último libro agradece a Douglas Tompkins a motivarlo  profundizar más en ecología profunda, proponiendo que los sistemas vivos son redes de procesos, no de cosas. No hay “seres” aislados, sino relaciones en movimiento, bucles de retroalimentación que integran materia, energía y significado. En palabras suyas, “vivir es una danza de estabilidad y cambio”. Cada organismo, cada cultura, cada conciencia humana es una coreografía de flujos que necesita del desorden para generar nuevo orden. En Corrientes muchos no sabemos lo que realizo Douglas Tompkins , su final accidentado y lo poco que se le tuvo en cuenta.

Edgar Morin llevó esta intuición al terreno del pensamiento complejo: la vida —dijo— no puede comprenderse desde la reducción, sino desde la dialógica entre orden, desorden y organización. No hay vitalidad sin crisis, ni conocimiento sin incertidumbre. La autoorganización, para Morin, es también una metáfora de la inteligencia: un sistema capaz de regenerarse integrando la perturbación.

Si trasladamos esta idea al ámbito social y político, el eco se amplifica. En El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, un personaje sentencia:  —Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie. La frase condensa la astucia termodinámica del poder: un movimiento aparente que conserva la estructura. Cambiar para que nada cambie.

Epílogo:

Tal vez vivir consista precisamente en eso: en no alcanzar nunca el equilibrio, pero saber acercarse a él sin extinguirse. Ilya Prigogine nos recordó que los sistemas vivos existen lejos del equilibrio. Capra mostró que esa tensión es la fuente de la creatividad de la naturaleza. Y Morin nos enseñó que el pensamiento debe volverse igualmente complejo para no morir de simplicidad. Juntos delinearon una filosofía del movimiento: una ecología del ser donde la estabilidad es hija del cambio y no su enemiga.

La paradoja de la Reina Roja no es solo una metáfora de la biología o de la política: es una sabiduría de la existencia. Correr para permanecer en el mismo lugar significa seguir aprendiendo, reinventarse en el borde del caos, sostener la identidad sin petrificarla. La vida —la biológica, la social, la interior— se renueva en ese punto donde la forma se quiebra y vuelve a nacer.

Leer los cuentos de Alicia puede resultar desconcertante. A muchos nos ocurre que, bajo la apariencia de fantasía infantil, surge un complejo entramado de ideas y paradojas que desafían la lógica cotidiana. Esa sensación de incomodidad, que muchos niños perciben, pero no pueden nombrar, tiene explicación: Carroll no escribía simplemente para divertir, sino para hacer pensar con imágenes y juegos.

Más aún, los lectores modernos han visto en Alicia anticipaciones sorprendentes de la física cuántica. El libro Alicia en el país de los cuantos de R. Gilmore muestra cómo el mundo del espejo puede leerse como una alegoría de un universo donde la causalidad no es lineal, la observación altera la realidad y la posición depende del observador. Crecer y encogerse, invertir derecha por izquierda, jugar con el tiempo y el lenguaje: todos son principios intuitivos que evocan la naturaleza probabilística de lo cuántico.

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