sábado, octubre 18, 2025

Doxa y Episteme

 

Doxa y Episteme

La cena fue, como tantas veces, un disparador de ideas. En un momento surgieron  opiniones sobre un tema cualquiera; y esas “opiniones” me llevaron a recordar que Platón había distinguido entre doxa (opinión) y episteme (ciencia).

Tiempo atrás, Esther Díaz publicó un libro con un título tan provocador como lúcido: El himen como obstáculo epistemológico. Relatos sexuales de una filósofa. Ella misma ironiza diciendo que es como “poner la Biblia junto al calefón”. Pero en otro de sus libros arroja luz no sobre el himen, sino sobre el obstáculo, al afirmar que la epistemología es a la ciencia lo que la crítica de arte es al fenómeno estético: el artista produce la obra; el crítico la analiza. Así también, el científico produce teorías y prácticas científicas, mientras el epistemólogo reflexiona sobre ellas.

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Volviendo a Platón, su mirada distingue con claridad dos mundos:

  • La doxa corresponde al mundo sensible, visible, opinable. Es el saber vulgar, el mundo de los filodoxos, los amantes de las apariencias.
  • La episteme, en cambio, pertenece al mundo inteligible, el de los verdaderos amantes de la sabiduría: los filósofos.

En la célebre alegoría de la caverna, Platón invita a salir del mundo de las sombras para acceder, mediante la episteme, al mundo de las ideas. Allí el conocimiento no se obtiene con los sentidos sino con el entendimiento (dianoia), cuya tarea consiste en elevarse desde lo sensible hacia lo inteligible.

1.4- Doxa- Episteme: La oposición entre opinión y verdad en Platón y  Aristóteles "Doxa- Episteme" - mi sitio web blogs NSGCH

Etimológicamente, episteme proviene del griego epi-histēmi, que significa “poner sobre algo” o “sostener firmemente”. Es, por tanto, un saber que se apoya sobre una base sólida, un conocimiento que no fluctúa con la opinión.

Con el paso de los siglos, la reflexión sobre el conocimiento adoptó otro nombre: epistemología, también llamada teoría o filosofía de la ciencia. Su propósito es distinguir la ciencia de la seudociencia, y examinar los métodos, fundamentos y límites del saber científico. Mario Bunge lamentaba la escasa importancia que a menudo se le otorga, atribuyéndola —con su ironía habitual— a la creencia de que se trata de “un pasatiempo de profesores jubilados”.

Bunge propone pensar la epistemología como una metaciencia, y para explicarlo recurría a una analogía lingüística: así como la gramática se ocupa de las relaciones entre palabras, la epistemología se ocupa de las relaciones entre teorías y hechos. Si sustituimos la conjunción “y” en la expresión “filosofía y ciencia” por la preposición “de”, el sentido cambia por completo: “filosofía de la ciencia”. Esa pequeña operación muestra que la epistemología no acompaña a la ciencia, sino que la examina desde otro nivel.

Francisco Salmerón, en el libro Epistemología de Bunge, responde a la pregunta de si la epistemología es útil. Lo es, dice, cuando cumple ciertas condiciones:


a) Se ocupa realmente de la ciencia.

b) Aborda problemas filosóficos que emergen en la investigación.

c) Propone soluciones claras y rigurosas.

d) Distingue ciencia de seudociencia, investigación profunda de superficial.

e) Es capaz de criticar programas erróneos y sugerir nuevos enfoques.

Todo esto nos devuelve al punto de partida: la cena, las opiniones, las doxas cotidianas. Tal vez la epistemología sea, en el fondo, el intento de salir una y otra vez de la caverna del sentido común, de mirar las sombras con una luz un poco más firme.

Entre la doxa que ronda las sobremesas y la episteme que ilumina las ideas, se abre un espacio frágil pero necesario: el del pensamiento crítico. Allí donde una opinión se detiene a pensarse, comienza la filosofía de la ciencia. Y, quizás también, la filosofía de la vida cotidiana.

Epílogo: Entre la sombra y la mirada

Quizás toda conversación —incluso aquella cena de diciembre— sea una pequeña alegoría de la caverna. Cada uno habla desde su rincón de luz, proyectando las sombras de lo que cree ver. En medio del ruido, alguna palabra se ilumina, y por un instante parece que comprendemos algo.

La episteme no es solo patrimonio del científico ni del filósofo: es un gesto, un modo de mirar. Es la decisión de no quedarse con la primera imagen, de sospechar de la apariencia, de someter la opinión al cuidado del pensamiento.

La doxa habita en nosotros como el rumor de lo inmediato; la episteme, como el eco de una pregunta que insiste. Entre ambas se teje la trama de nuestra existencia: pensar no para tener razón, sino para ver mejor.

 

En tiempos donde la opinión se multiplica más rápido que la reflexión, recuperar el valor de la episteme es casi un acto de resistencia. Tal vez, después de todo, el verdadero conocimiento no consista en poseer la verdad, sino en atreverse a mirar lo suficiente como para seguir buscándola.

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