¿De qué
habla la gente cuando se reúne?
EL PODER OCULTO DEL CHISMORREO
Cacho
siempre tiene preguntas que disparan reflexiones. Esta vez preguntó: ¿De qué habla la gente
cuando se reúne?
La respuesta más honesta parece sencilla: de chismes. Sin embargo, lo que
parece trivial esconde algo mucho más profundo: la mayoría de nuestras
conversaciones, tarde o temprano, giran en torno a la vida de los demás. Nadie
queda afuera porque; “lo que llamamos
chisme puede ser, en el fondo, la forma más antigua de filosofía popular:
reflexionar sobre la vida a través de la vida de los demás.”
Daniel
Kahneman, en la introducción de Pensar rápido, pensar despacio, nos invita a imaginar
a sus lectores junto al dispensador de agua de la oficina, compartiendo
opiniones y rumores. Lo que parece una escena cotidiana es en realidad un
espejo de nuestra mente social: nos atrae más descubrir errores ajenos que
confrontar los propios. Según Kahneman, un chisme inteligente puede motivar más
autocrítica que cualquier resolución de Año Nuevo. Parece que ser chismoso
fuera importante y necesario.
Yuval
Noah Harari, en De
animales a dioses,
amplía la mirada. Señala que el Homo sapiens conquistó el mundo gracias a dos
capacidades lingüísticas únicas:
1.
La
habilidad de hablar durante horas sobre lo que hacen los otros y, sobre todo,
de crear ficciones colectivas. Un líder humano puede convencer a cientos o
miles de personas con palabras, algo que ningún macho alfa logró solo con
fuerza física. El chisme, la historia compartida y el mito fueron la base de la
cohesión social que permitió la revolución cognitiva hace decenas de miles de
años.
2.
La
asombrosa flexibilidad del lenguaje: con unos pocos sonidos podemos producir
infinitas frases. Esta plasticidad no solo sirve para transmitir información
útil, sino también para dedicarnos al chismorreo. Lo sorprendente es nuestra
capacidad de hablar de cosas que no existen —o aún no existen— y, aun así,
creer en ellas. Ficciones colectivas que no son mentiras, sino fuerzas reales
que moldearon la historia.
La
paradoja del chisme se repite a lo largo del tiempo: de la fogata ancestral a
las redes sociales. Lo que parece banal —contar lo que hizo el vecino, señalar
errores ajenos o inventar rumores— ha sido una de las herramientas que nos
diferenció de otros animales. Ni los chimpancés ni las hormigas comparten
relatos sobre la vida de los otros.
Decir
“allá
hay más comida”, “fulano te puede ayudar” o “aquel es un mentiroso” no solo transmitía
información:
regulaba la vida en comunidad. Premiaba, sancionaba, incluía y excluía. Ese
legado mimético se adhirió a nuestra genética: no solo avanzamos por
descubrimientos técnicos, sino por los relatos compartidos que cohesionaron
comunidades y tejieron confianza.
En
política lo vemos a diario: no son solo los programas o planes lo que define nuestro
destino, sino los rumores, las historias y las imágenes que circulan sobre cada
candidato. La opinión pública funciona como un gigantesco tejido de chismes:
reputaciones se elevan o se hunden según lo que se comparte, en voz baja o a
gritos.
Hoy,
el chisme digital es instantáneo, masivo y ubicuo: lo que antes tardaba
días en recorrer un pueblo, ahora da la vuelta al mundo en segundos. Lo trivial
se convierte en tendencia; lo anecdótico, en fuerza política. Lo que parecía
frívolo sostiene la arquitectura de nuestras sociedades y moldea gobiernos,
mercados e identidades colectivas.
Epílogo: Hablamos de realidad y de ficción
·
Hablamos de la realidad individual a través del chisme: la vida de Cacho, del
vecino, de un líder político; nos ayuda a entender dinámicas sociales y a
reforzar nuestra propia identidad.
·
Hablamos de la realidad colectiva a través de mitos y
relatos compartidos:
la situación del país, las noticias, los valores culturales; nos da propósito
común y nos permite trabajar juntos.
Lo
que parece una charla banal es, en realidad, el mecanismo que hemos usado por
miles de años para construir sociedades. El chisme es el ladrillo, el mito el
cemento. Esto que parece ruido, mantiene unida la sociedad entera. Al final, hablamos de nosotros mismos
reflejados en los demás y de las historias que nos permiten existir juntos. Con
Kahneman se quedaron cortos: tendrían que haberle dado un Nobel del Chismorreo,
además del de Economía en ese orden y con el lema: Soy chismoso, ¿y qué…?
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