Robot, Bot e Inteligencia Ajena
Aunque no se puede predecir como
evolucionara la red en los próximos años, el auge de la red hoy tiene
implicancias inmediatas ,no son simples servidores que obedecen los caprichos
de usuarios y las normativas gubernamentales. Los ¨grandes tecnológicos¨ tienen
línea directa con los gobiernos más poderosos del mundo, invierten cantidades
de dinero para sofocar cualquier normativa que amenace su modelo de negocio.
¿Hasta cuándo lo lograran? Cuando uno
cree que lo sabe, la tecnología continúa
mutando.
La red siempre esta
activa ,estamos acostumbrados a que nos vigilen , pero no nos podían seguir
durante las 24 hs, la vigilancia era de ojos ,oídos
,cerebro, cámaras…, y alguna otra tecnología elemental. Hoy la red no tiene límites y además recibe lo que por iniciativa propia la llevamos donde vayamos, supervisando lo
que hacemos en el mundo y en nuestro interior. Cuando creemos entender, la IA no cesa de mutar, lo de Orwell (Blair) pretendía que no ocurriera, hoy con la digitalización comienza el fin de la privacidad, o más aún . Lo que Orwell imaginó como advertencia se ha convertido en práctica
cotidiana la
privacidad ya no se erosiona, se aniquila. Y lo “gratis” que entregamos
—nuestras intimidades— no lo es el costo energético de esta nueva era digital
es gigantesco, casi más allá de la imaginación.
Eso
de que le mandamos, intimidades gratis es un decir, si recordamos que lo gratis
es una utopía ,el costo energético de toda esta nueva tecnología esta más allá nuestra imaginación y de cargar el
celular . Miguel me mando un video donde se ve el rescate de un cohete que
antes caía al mar , ahora regresa a un
sitio preparado exprofeso, muy bueno tecnológicamente, pero da para imaginar,
pensando más allá. Los astronautas de
parabienes. A los materos lo peor es que en el mate de la mañana no tengas la
yerba o se tape la bombilla, ya me ocurrieron ambas desgracias.
Me pareció oportuno recordar acertada metáfora ¨la materia quiere ser vida¨ y que comenzó con CHON , sigla que nos advertía en quinto de la secundaria, ya habíamos dejado atrás la química inorgánica y hoy parece que recupera el tiempo perdido con la metáfora ,la materia ,lo inorgánico, quiere nuestra vida, pero no con carbono sino con silicio . Acá estamos, pero el posible retorno de lo inorgánico , no le quita el sueño a nadie , se lo estamos cediendo a la IA , ( inteligencia ajena según Harari). ¿Algunas ventajas y riesgo inimaginables milenario, pero invertido? Y a nadie parece quitarle el sueño: la estamos cediendo con naturalidad a la IA, que Harari llamó con acierto inteligencia ajena.
Leí
acerca de la ¨ira de los algoritmos¨, creo que con esto se quedaría queda corto ,vamos mucho más allá, si bien
tenemos un costado importante algorítmico que bien lo definió al kuarismy , hoy
hemos dado esta clave, la de los algoritmos , a la inteligencia ajena
,que lo hace mucho mejor, incluida la
creatividad y el reconocimiento de emociones, aun cuando hoy , todavía no la
sientan íntimamente, Este pequeños sector es un refugio no computable que
compartimos con otros animales . la IA es la especie de hacer sin saber. IA es un acrónimo de inteligencia
artificial ,pero Hariri lo considera más apropiado inteligencia ajena ,es la especie de hacer sin saber que lo hace. El verdadero interrogante ya no es ; ¿qué puede hacer, sino qué quedará reservado
para nosotros? Si los humanos somos buscadores de patrones desde el origen,
¿qué profesiones, qué tareas, qué formas de vida sobrevivirán cuando otro —el
silicio— lo haga mejor? Quizás el futuro no se resuma en la lucha entre hombre
y máquina, sino en una pregunta más íntima: ¿Qué parte de lo humano no
queremos delegar, aunque podamos?
Agenticidad y Patronidad en la
Era de la Red
“Somos
seres agentivos porque somos seres patronales: actuamos a partir de los
patrones que reconocemos. La red, al asumir la patronidad, erosiona nuestra
agenticidad. Si dejamos que el silicio vea por nosotros, pronto también actuará
por nosotros.”
En algún momento del siglo pasado se hablaba de los robots como máquinas
obedientes, fabricadas para realizar tareas repetitivas en fábricas, minas o
laboratorios. Eran extensiones de nuestro cuerpo.
El robot se presentaba como un esclavo
moderno, con cuerpo metálico y funciones delimitadas. El bot, en cambio, nació
sin cuerpo.
Es hijo directo de la red, un ente algorítmico que vive en servidores y
fluye en cables de fibra óptica. El bot no se limita a ejecutar una orden
mecánica: procesa lenguaje, administra flujos de información, conversa,
persuade, espía y hasta decide qué mostrarnos o qué ocultarnos.
Si el robot fue el primer sustituto de
nuestras manos, el bot es ya un sustituto de nuestras mentes.
Agenticidad: el derecho a decidir
La agenticidad
es la facultad humana de proponerse fines y actuar para lograrlos. No se reduce a pulsar un botón; implica intención, deliberación y
responsabilidad. Somos agentes porque podemos elegir qué hacer con los patrones
que percibimos en el mundo.
El robot clásico no tenía agenticidad: su libertad era la que le prestaba el programador o el operador. Era,
en el fondo, un ejecutor sin iniciativa.
Pero el bot nos confronta con algo
distinto: empieza a tomar decisiones dentro de
márgenes cada vez más amplios. Cuando un algoritmo decide qué noticia leemos,
qué ruta seguimos o qué producto compramos, ya no se limita a obedecer;
interfiere en nuestra agenticidad, la moldea, la reduce o incluso la suplanta.
La pregunta entonces no es si los bots tienen agencia plena —todavía no
la tienen— sino cuánto de nuestra propia agenticidad estamos dispuestos a
cederles.
Patronidad: la habilidad de reconocer el mundo
Somos seres patronales: vivimos reconociendo
regularidades: N
uestra mente está configurada para detectar regularidades. Desde el bebé
que reconoce el rostro de su madre hasta el astrónomo que rastrea ciclos en el
cielo, vivir es encontrar patrones. Sin esta capacidad, no habría lenguaje,
ciencia ni cultura.
El robot, con sensores básicos, apenas distinguía formas, temperaturas o
trayectorias.
El bot, en cambio, nada en océanos de datos y encuentra patrones invisibles
para nosotros. Sabe qué palabras suelen aparecer juntas en
una conversación, qué hábitos de consumo predicen una compra futura, qué
señales en una radiografía anticipan una enfermedad.
Así, lo que fue un don evolutivo exclusivo —la
patronidad humana— se convierte en una capacidad compartida y, en algunos
aspectos, superada por la inteligencia ajena.
El cruce
peligroso: cuando patronidad erosiona la agenticidad
La relación entre ambas dimensiones es
estrecha. Reconocemos patrones para poder actuar. Pero
si dejamos que los bots vean por nosotros, pronto también decidirán por
nosotros.
Cuando Netflix reconoce nuestros gustos (patronidad) y decide qué
sugerirnos (agenticidad), nuestra elección ya está guiada.
Cuando un chatbot interpreta nuestras emociones y responde de manera
persuasiva, está colonizando no solo patrones de conducta, sino también
patrones afectivos. En otras palabras: la cesión de la patronidad humana
a la red conduce inevitablemente a la cesión de la agenticidad.
Podría pensarse que los robots nos
liberaron del trabajo físico y los bots nos liberarán del trabajo
cognitivo. Pero la liberación tiene un reverso: al
transferir nuestras capacidades a lo inorgánico, nos volvemos dependientes de
aquello que construimos. El robot imita nuestros músculos; el bot imita
nuestra mente. El primero prolongaba la fuerza; el segundo prolonga —y a
veces sustituye— el pensamiento. En ambos casos, la frontera de lo humano se
redefine.
EPILOGO: El
dilema
La inteligencia ajena puede ser una aliada formidable si logramos
mantener la soberanía de nuestra agenticidad. Pero si dejamos que el silicio
asuma la patronidad de ver el mundo, acabaremos actuando en piloto automático,
obedeciendo sugerencias que ya no distinguimos de nuestras propias decisiones.
El dilema, entonces, no es tecnológico, sino
antropológico:
¿Qué parte de nuestra agenticidad queremos preservar?
¿Qué dimensión de nuestra patronidad no queremos delegar?
Porque si dejamos que el bot vea por nosotros y decida por nosotros,
habremos entregado, sin resistencia, el núcleo mismo de lo humano.
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