La
arquitectura invisible de la enseñanza y el pensamiento
Debajo de todo aprendizaje
hay una arquitectura invisible. Se trata de una metáfora apropiada de nuestra estructura
mental profunda que ¨sostiene¨ la manera en que construimos sentido. Esa
arquitectura tiene distintos pilares, pero la patronalidad, la agencia, el baseyianismo y, la epistemología son fundamentales.
- La patronalidad es la capacidad de
reconocer y organizar patrones, base de toda comprensión y predicción.
- La agencia nos permite atribuir intenciones,
comprender causas y anticipar acciones, especialmente de otros seres
vivos.
- La epistemología regula cómo adquirimos
y validamos el conocimiento: el modo en que sabemos que sabemos.
Estas tres dimensiones
conforman parte de la gramática cognitiva con la que interpretamos el mundo. El
aprendizaje no consiste en acumular datos, sino en inferir, predecir y ajustar
y en esa tarea nuestro cerebro que es, en esencia, un sistema bayesiano
calcula probabilidades de las hipótesis
que han sido inferidas ,las contrasta
con la experiencia y corrige en lo posible los errores. Así construimos
sentido, aprendemos e innovamos donde las
inferencias no son un lujo intelectual: son la base evolutiva de nuestra
inteligencia.
Todo esto está inscrito en nuestra plaqueta milenaria, tallada por la
historia de nuestra mente. En ella se leen las huellas de la curiosidad, la
duda, la anticipación, la sorpresa y la capacidad de revisar nuestras
creencias. La educación no debería ignorar este legado. Aunque no sea la única
base posible, constituye el suelo fértil de toda innovación creativa.
Con esta idea en mente, volví a los seis
fieles servidores de Kipling, reinterpretándolos y ampliándolos. Decía originalmente
Rudyard Kipling:
“Tengo seis
fieles servidores que me enseñaron todo lo que sé:
sus nombres son Qué, Quién, Cuándo, Dónde, Por qué y Cómo.”
Hoy, con respeto, propongo
agregar dos más: Con qué y Para qué. Porque toda enseñanza
significativa no depende solo de las preguntas con que abrimos nuestra mochila
cogntiva, sino también de los instrumentos con los que pensamos (con qué)
y de los fines que perseguimos al hacerlo (para qué). Sin esas dos
dimensiones —instrumental y teleológica—, el pensamiento corre el riesgo de
volverse un ejercicio vacío, sin dirección.
Cada uno de estos
“servidores” puede verse reflejado en las materias fundamentales de nuestra formación
intelectual sirva como un ejemplo a ampliar ;matemática, física, historia,
filosofía, lengua y literatura, y la base cognitiva/epistemológica—, cuya
función original muchas veces se ha perdido. A modo de síntesis, propongo una
forma concreta de organizarlas:
1. Matemática
o
Qué: patrones y relaciones
o
Cómo: modelos y cálculos
o
Con qué: lenguaje lógico y simbólico
o
Para qué: razonar y resolver problemas
2. Física
o
Qué: fenómenos y fuerzas
o
Cómo: observar, experimentar y predecir
o
Con qué: instrumentos de medición y modelos teóricos
o
Para qué: comprender la naturaleza
3. Historia
o
Quién / Cuándo / Dónde: personas, momentos y lugares
o
Por qué: causas y consecuencias
o
Con qué: fuentes, documentos y relatos
o
Para qué: interpretar el pasado y proyectar el futuro
4. Filosofía
o
Por qué / Cómo: cuestionar ideas y construir argumentos
o
Con qué: conceptos, razonamiento, diálogo
o
Para qué: desarrollar juicio crítico y autonomía
5. Lengua y literatura
o
Qué / Cómo: articular ideas, emociones y narrativas
o
Con qué: palabras, metáforas y estructuras lingüísticas
o
Para qué: comunicar, imaginar y construir sentido
6. Base cognitiva y epistemológica
o
Qué / Cómo / Por qué: organizar inferencias, ajustar creencias, conectar conocimientos
o
Con qué: cerebro bayesiano, agencia y reconocimiento de patrones
o
Para qué: sustentar la innovación creativa y la acción autónoma
Cada “servidor” cumple una función dentro del
ecosistema del pensamiento. Los de Kipling (qué, quién, cuándo, dónde,
por qué, cómo) orientan la búsqueda del conocimiento; los nuevos (con
qué, para qué) orientan su uso y su sentido. Ambos planos son necesarios: sin
los primeros no hay comprensión; sin los segundos, no hay dirección.
Epílogo:
Enseñar a
pensar es el núcleo de toda educación significativa. No se trata de formar repetidores de datos, sino constructores de
sentido. Edgar Morin lo expresó con precisión:“ El conocimiento del
conocimiento debe formar parte del conocimiento mismo.” No basta con saber
cosas: hay que saber cómo las sabemos, con qué las construimos y para qué las
usamos. El probable fracaso del aprendizaje no reside en sus contenidos, sino en haber
olvidado su propósito. Cada disciplina nació de una necesidad humana profunda:
comprender el mundo, interpretar el tiempo, pensar lo justo, nombrar lo vivido.
La tarea educativa consiste en devolverles esa raíz.
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