Ética como teoría de la moral
Tarde de café en lo de
Marta. Entre los chipacitos y las ideas sin rumbo definido , apareció —como
siempre— el tema inevitable: la corrupción. Recordé entonces el test del
cubilete de Dan Ariely, ese experimento inquietante que muestra cómo pequeños
engaños pueden volverse hábitos colectivos. De ahí la charla viró casi
naturalmente hacia un territorio más profundo: La ética teoría de la moral ,
palabras que solemos mezclar pero que no significan lo mismo.
La distinción es clara:
La ética es la reflexión teórica filosófica
sobre la moral, el análisis de por qué algo es correcto o incorrecto.
La moral es lo que hacemos, ¨la práctica¨, los
valores y las costumbres que guían nuestra vida cotidiana.
A lo largo de milenios de historia de la ética, se generaron dos polos que siguen marcando la
discusión : La ética del deber de Immanuel Kant y La ética de la
utilidad de Jeremy Bentham. Dos GPS distintos para navegar la vida. Nacho
cito a San Agustín quien merece un espacio aparte.
Immanuel
Kant: la ética del deber
Siempre pensé que Kant es
a la filosofía lo que Newton a la física: una fuerza que reordena el
paisaje mental. Vivió toda su vida en Königsberg, ciudad atravesada por
los famosos siete puentes que más tarde inspiraron a Leonhard Euler a
formular la que sería la primera piedra de la teoría de grafos.
Es lindo pensarlo así: en la misma ciudad donde Kant buscaba puentes morales
universales, Euler resolvía un problema sobre puentes físicos que no podían
recorrerse sin repetirse.
Uno construía caminos del deber; el otro demostraba la imposibilidad de ciertos
caminos en el espacio.
Pero volvamos a Kant. Para
él, temas como Dios, alma y libertad no son objetos del
conocimiento empírico, sino condiciones para comprender el actuar humano, y por
eso deben abordarse desde la razón práctica, el ámbito donde se decide
“qué debo hacer”. Su célebre distinción entre fenómeno y noúmeno
marca un límite: podemos conocer lo que aparece, pero no “la cosa en sí”. Sin
embargo, hay una excepción: la conciencia moral, la certeza interior de
que hay acciones que debemos hacer, independientemente de ventajas o
resultados.
En este punto aparece su aporte central: El
Imperativo Categórico
La ley moral debe cumplir
una condición: valer para todos, siempre y sin excepción. Kant lo
expresó en varias formulaciones, las dos más claras son: “Obra solo según una máxima tal que
puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.” Si no puedo querer
que todos hagan lo que yo hago, entonces no es moral. “Obra de tal
modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier
otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio.”
Para Kant, nada es bueno sin
restricciones excepto una buena voluntad, y esa buena voluntad no
depende del éxito ni de la conveniencia, sino del motivo: actuar por
deber, porque es lo correcto y porque puedo querer que esa norma sea válida
para todos.
Kant clasifica así los actos:
1. Contrarios al deber
2. Conformes al deber por interés
3. Conformes al deber por inclinación
4. Actos por deber (los únicos con auténtico valor moral)
Borges, cuando no, nos legó su comentario :
“Hay un hábito de juzgar un acto por sus
consecuencias. Eso me parece inmoral… Las consecuencias se multiplican y acaso
al final se equivalgan.”
En definitiva, para Kant la moral es respetar la
ley racional que vale para todos y tratar siempre a la persona como un fin.
Jeremy
Bentham: la ética de la utilidad
Si Kant es el arquitecto del deber, Bentham es el ingeniero del
cálculo moral. Niño prodigio, inventor del panóptico y padre del utilitarismo,
parte de una idea simple y radical:
“La naturaleza ha puesto a la humanidad bajo
dos amos: el placer y el dolor.” Lo
moral será entonces lo que produzca la mayor cantidad de placer y disminuya el
dolor. Nada de principios absolutos: lo que vale es el balance final de
consecuencias.
Su moral es teleológica, orientada al resultado: el mayor bien para el mayor número.
Mill lo sintetizó de forma elegante: “Las acciones son correctas en la
medida en que tiendan a promover el mayor bien para el mayor número.”
Las decisiones políticas, sanitarias o económicas suelen operar bajo
esta lógica, incluso cuando nos incomoda reconocerlo. El utilitarismo es tan
atractivo como peligroso, porque justifica sacrificios individuales en nombre
de beneficios colectivos.
Las neurociencias
nos brindan una paradoja: Kant en la
emoción, Bentham en la razón
En los últimos años, las neurociencias
especialmente los trabajos de Joshua Greene— mostró algo sorprendente.
- Las respuestas kantianas, basadas en principios innegociables, activan con fuerza el sistema
límbico: amígdala, ínsula, corteza ventromedial. La ética del deber, racional, se sostiene en emociones
profundas y rápidas.
- Las respuestas utilitaristas, que evalúan consecuencias, activan más la corteza prefrontal
dorsolateral, región del análisis, la planificación y el control
cognitivo.
La ética del cálculo, que parece emocional (placer/dolor), es en realidad la más cognitiva.
La paradoja
es notable: los kantianos sienten primero; los
benthamianos piensan primero. Los dilemas morales enfrentan, entonces, no
solo ideas distintas, sino sistemas cerebrales distintos. Y esa tensión
forma parte de nuestra vida cotidiana.
Síntesis
comparativa
Kant —
Ética del deber (deontología)
- Lo moral se define por el deber y la universalidad.
- Imperativo Categórico: solo es moral lo que puede ser ley para
todos.
- Nunca usar a una persona como medio.
- El valor moral depende del motivo, no del resultado.
Bentham —
Ética de la utilidad (utilitarismo)
- Lo moral se define por las consecuencias.
- El bien es maximizar placer y minimizar dolor.
- Cálculo de utilidades.
- No hay principios absolutos: todo depende del balance final.
Adenda
En San Agustín, la ética no es deontológica, porque no se funda
en normas ni en deberes autónomos, sino en la estructura metafísica del Ser.
El Bien no es una regla universal —como en Kant— sino una realidad ontológica:
Dios mismo, plenitud absoluta del Ser.
Obrar moralmente no consiste en obedecer una ley racional, sino en ordenar los amores
conforme a la jerarquía del Bien que sostiene y estructura el mundo. La
voluntad buena no es la que cumple mandatos, sino la que participa del Bien y
se orienta hacia él.
Por eso la moral agustiniana es esencialmente
metafísica: la rectitud moral surge del Ser y no del
deber. Para San Agustín, la moral nace del amor a Dios, no del respeto a una
ley. Amar a Dios —el Bien supremo— ordena todos los demás amores y hace buena a
la voluntad.
Conclusion :
Los mortales comunes tendremos que vivir entre Kant y Bentham La vida moral no pueda reducirse a un solo GPS . Hay momentos que exigen
la firmeza kantiana: hay cosas que no se negocian. Otros requieren la
flexibilidad benthamiana: hay situaciones donde evitar un daño mayor es lo más
humano. No es posible escoger un solo GPS. La ética debe ser un sistema de
doble chequeo que incorpore el valor intrínseco de la persona (Kant)
y el impacto verificable de la acción (Bentham). Por eso la ética no nos
da respuestas automáticas, pero sí mapas conceptuales para no perdernos. Y en
esa ciudad de puentes —Königsberg— donde Kant caminaba siempre a la misma hora,
mientras Euler demostraba que no todos los caminos pueden recorrerse sin
repetirse, y nacía la teoría de los grafos, encontramos una metáfora apropiada:
La vida moral es un arte de elegir el puente
correcto, aun sabiendo que algunos están destinados a no cruzarse jamás.
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