miércoles, noviembre 19, 2025

 

Ética como teoría de la moral



Tarde de café en lo de Marta. Entre los chipacitos y las ideas sin rumbo definido , apareció —como siempre— el tema inevitable: la corrupción. Recordé entonces el test del cubilete de Dan Ariely, ese experimento inquietante que muestra cómo pequeños engaños pueden volverse hábitos colectivos. De ahí la charla viró casi naturalmente hacia un territorio más profundo: La ética teoría de la moral , palabras que solemos mezclar pero que no significan lo mismo.

La distinción es clara:

La ética es la reflexión teórica filosófica sobre la moral, el análisis de por qué algo es correcto o incorrecto.

 

La moral es lo que hacemos, ¨la práctica¨, los valores y las costumbres que guían nuestra vida cotidiana.

A lo largo de milenios de  historia de la ética, se  generaron dos polos que siguen marcando la discusión : La ética del deber de Immanuel Kant y La ética de la utilidad de Jeremy Bentham. Dos GPS distintos para navegar la vida. Nacho cito a San Agustín quien merece un espacio aparte.

Immanuel Kant: la ética del deber

Siempre pensé que Kant es a la filosofía lo que Newton a la física: una fuerza que reordena el paisaje mental. Vivió toda su vida en Königsberg, ciudad atravesada por los famosos siete puentes que más tarde inspiraron a Leonhard Euler a formular la que sería la primera piedra de la teoría de grafos.
Es lindo pensarlo así: en la misma ciudad donde Kant buscaba puentes morales universales, Euler resolvía un problema sobre puentes físicos que no podían recorrerse sin repetirse.
Uno construía caminos del deber; el otro demostraba la imposibilidad de ciertos caminos en el espacio.

Pero volvamos a Kant. Para él, temas como Dios, alma y libertad no son objetos del conocimiento empírico, sino condiciones para comprender el actuar humano, y por eso deben abordarse desde la razón práctica, el ámbito donde se decide “qué debo hacer”. Su célebre distinción entre fenómeno y noúmeno marca un límite: podemos conocer lo que aparece, pero no “la cosa en sí”. Sin embargo, hay una excepción: la conciencia moral, la certeza interior de que hay acciones que debemos hacer, independientemente de ventajas o resultados.

En este punto aparece su aporte central: El Imperativo Categórico

La ley moral debe cumplir una condición: valer para todos, siempre y sin excepción. Kant lo expresó en varias formulaciones, las dos más claras son:  Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.” Si no puedo querer que todos hagan lo que yo hago, entonces no es moral. “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio.”

Para Kant, nada es bueno sin restricciones excepto una buena voluntad, y esa buena voluntad no depende del éxito ni de la conveniencia, sino del motivo: actuar por deber, porque es lo correcto y porque puedo querer que esa norma sea válida para todos.

Kant clasifica así los actos:

1.      Contrarios al deber

2.      Conformes al deber por interés

3.      Conformes al deber por inclinación

4.      Actos por deber (los únicos con auténtico valor moral)

Borges, cuando no, nos legó  su comentario :

 “Hay un hábito de juzgar un acto por sus consecuencias. Eso me parece inmoral… Las consecuencias se multiplican y acaso al final se equivalgan.”

En definitiva, para Kant la moral es respetar la ley racional que vale para todos y tratar siempre a la persona como un fin.

Jeremy Bentham: la ética de la utilidad

Si Kant es el arquitecto del deber, Bentham es el ingeniero del cálculo moral. Niño prodigio, inventor del panóptico y padre del utilitarismo, parte de una idea simple y radical:

 

“La naturaleza ha puesto a la humanidad bajo dos amos: el placer y el dolor.”  Lo moral será entonces lo que produzca la mayor cantidad de placer y disminuya el dolor. Nada de principios absolutos: lo que vale es el balance final de consecuencias.

 

Su moral es teleológica, orientada al resultado: el mayor bien para el mayor número.

Mill lo sintetizó de forma elegante: “Las acciones son correctas en la medida en que tiendan a promover el mayor bien para el mayor número.”

Las decisiones políticas, sanitarias o económicas suelen operar bajo esta lógica, incluso cuando nos incomoda reconocerlo. El utilitarismo es tan atractivo como peligroso, porque justifica sacrificios individuales en nombre de beneficios colectivos.

 

Las neurociencias nos brindan una paradoja:  Kant en la emoción, Bentham en la razón

En los últimos años, las neurociencias especialmente los trabajos de Joshua Greene— mostró algo sorprendente.

  • Las respuestas kantianas, basadas en principios innegociables, activan con fuerza el sistema límbico: amígdala, ínsula, corteza ventromedial. La ética del deber,  racional, se sostiene en emociones profundas y rápidas.
  • Las respuestas utilitaristas, que evalúan consecuencias, activan más la corteza prefrontal dorsolateral, región del análisis, la planificación y el control cognitivo.
    La ética del cálculo, que parece emocional (placer/dolor), es en realidad la más cognitiva.

La paradoja es notable: los kantianos sienten primero; los benthamianos piensan primero. Los dilemas morales enfrentan, entonces, no solo ideas distintas, sino sistemas cerebrales distintos. Y esa tensión forma parte de nuestra vida cotidiana.

Síntesis comparativa

Kant — Ética del deber (deontología)

  • Lo moral se define por el deber y la universalidad.
  • Imperativo Categórico: solo es moral lo que puede ser ley para todos.
  • Nunca usar a una persona como medio.
  • El valor moral depende del motivo, no del resultado.

Bentham — Ética de la utilidad (utilitarismo)

  • Lo moral se define por las consecuencias.
  • El bien es maximizar placer y minimizar dolor.
  • Cálculo de utilidades.
  • No hay principios absolutos: todo depende del balance final.

 

Adenda

En San Agustín, la ética no es deontológica, porque no se funda en normas ni en deberes autónomos, sino en la estructura metafísica del Ser. El Bien no es una regla universal —como en Kant— sino una realidad ontológica: Dios mismo, plenitud absoluta del Ser.

 

Obrar moralmente no consiste en obedecer una ley racional, sino en ordenar los amores conforme a la jerarquía del Bien que sostiene y estructura el mundo. La voluntad buena no es la que cumple mandatos, sino la que participa del Bien y se orienta hacia él.

 

Por eso la moral agustiniana es esencialmente metafísica: la rectitud moral surge del Ser y no del deber. Para San Agustín, la moral nace del amor a Dios, no del respeto a una ley. Amar a Dios —el Bien supremo— ordena todos los demás amores y hace buena a la voluntad.

 

 

Conclusion :

Los mortales comunes tendremos que vivir entre Kant y Bentham La vida moral no pueda reducirse a un solo GPS . Hay momentos que exigen la firmeza kantiana: hay cosas que no se negocian. Otros requieren la flexibilidad benthamiana: hay situaciones donde evitar un daño mayor es lo más humano. No es posible escoger un solo GPS. La ética debe ser un sistema de doble chequeo que incorpore el valor intrínseco de la persona (Kant) y el impacto verificable de la acción (Bentham). Por eso la ética no nos da respuestas automáticas, pero sí mapas conceptuales para no perdernos. Y en esa ciudad de puentes —Königsberg— donde Kant caminaba siempre a la misma hora, mientras Euler demostraba que no todos los caminos pueden recorrerse sin repetirse, y nacía la teoría de los grafos, encontramos una metáfora apropiada:

La vida moral es un arte de elegir el puente correcto, aun sabiendo que algunos están destinados a no cruzarse jamás.

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