Ensayos de
café:
La cinta de Möbius y el arte de ser entendido
Todo comenzó con una remera. Nacho llevaba
estampado un símbolo extraño, una especie de “Y” abierta que captó la atención .
—¿Eso representa el infinito? —preguntó, un
laboratorista.
—Es una “Y” —respondí.
Entonces consulto al ¨cumpa
digital¨ que confirmó mi respuesta. El
símbolo de infinito quedo pendiente por eso hice una seña al mozo; él entendió que pedía
la cuenta, aunque en realidad yo solo quería una birome. Cuando aclaré que
deseaba escribir, sonrió y me alcanzó un bolígrafo.
En una servilleta dibujé el
signo del infinito y, con otra, formé una cinta de Moebius. Carlos, observó con
interés; captó la doble dimensión —matemática y simbólica— del gesto. Pero el
resto del grupo no participo. Percibí una incomodidad difusa. Más tarde me lo
hicieron saber: que, en medio de una charla distendida, lo que hice había
parecido fuera de lugar, incluso una falta de respeto por dirigirme solo
al ingeniero.
No fue mi intención apartarme, pero lo que para mí era contextualizar —abrir el
sentido— para otros podía parecer salirse del tema. Es una costumbre
frecuente que debo tener presente para
evitar rispideces.
La conversación continuo
como es habitual sin GPS y por lo tanto con rumbo desconocido. Pero después de
acerca de algunos comentarios no
convencionales , con nombre propio a disposición , se derivó en evaluación, empecé recordando a Kahneman y su
experiencia como evaluador. Apenas pronuncié su nombre, Nacho me interrumpió. Entonces preferí callar. Comprendí que había
algo en mi forma, no en el contenido,
que debía mejorar. Seguimos hablando de otros temas sin nada en especial y se
hizo la hora de cierre de lo de Marta con un ambiente tranquilo y ,mozos
empezando su tarea de limpieza.
Días después, en otra tarde
de café, volvimos a encontrarnos. Pero esta vez éramos tres: Nacho, Carlos y
yo. Con cuidado traje nuevamente a la mesa la cinta de Möbius tratando de
explicarle a Nacho su importancia. Carlos, como buen ingeniero, habló de su
estructura y su belleza topológica. Nacho seguía sin entusiasmo, pero me
escuchó con atención, pese a que íntimamente creo no le provocaba ningún signo,
aunque mínimo , de estar padeciendo el Síndrome de Stendhal que es una
reacción emocional y física intensa que experimentan algunas personas al
contemplar arte, belleza extrema o entornos culturales que las abruman un con lo que di por terminado el tema
Me decidí preguntar de
manera prudente de si alguna vez se habían sentido ser evaluados. Nacho
recordó a la maestra Torterolla que lo estímulo en la poesía; yo evoqué a dos
docentes: Iturriaga Gabancho, de filosofía y lógica, y el profesor de Cardiología
que me evaluó durante quince días previo al ingreso a la
residencia, con una fórmula sencilla y tajante: “se queda o se va”. Con esta introducción
se me hizo posible volver a Kahneman, inicialmente, pero sin nombrarlo: Recordé
el sesgo ¨de la coherencia emocional exagerada¨ ( efecto halo) que está vivo cotidianamente y , cuyos los ejemplos
sobran.
Les comenté básicamente el
método : escribir las notas al dorso, de las respuestas de sus alumnos para no dejarse influir sesgadamente. Al
final, cuando revelaba los nombres, muchas veces se sorprendía: aquel que
“parecía flojo” solía estar mejor que el que causaba buena primera impresión.
Así vio con claridad, que la
*coherencia emocional exagerada* depende
más de la primera mirada que del juicio justo. Un conocimiento que nació en la
calle —“si es linda, es buena; si es simpático, es inteligente”— pero que
también se infiltra, silencioso, en nuestras aulas.
En un momento recordé que Nacho me mando lo de Alvares Klar y la importancia
de la epistemología con docentes preparados para los niveles apropiados Entonces Nacho, más entusiasmado, pregunto algo que me sorprendió ¿ La epistemología
es una ciencia nueva? ,
Nueva no —le respondí—. Su nombre viene del griego episteme, que
significa “poner el saber sobre bases firmes”. Ya Platón la distinguía de la
simple opinión (doxa), Aristóteles la convirtió en método, y desde
entonces no ha dejado de transformarse.
Descartes la fundó en la duda, Kant la hizo crítica, Peirce con la
abducción, Popper la volvió falsable, Kuhn la pensó en paradigmas, y Morin la
reinventó como complejidad.
La epistemología es milenaria. Pero cada generación la redescubre
cuando se atreve a pensar cómo sabe lo que cree saber. Por eso debería
enseñarse desde los primeros años, no como una materia lejana, sino como el
arte de comprender cómo comprendemos.
Carlos asintió en silencio,
y por primera vez la conversación pareció encontrar su equilibrio. Comprendí
que el pensamiento no siempre entra por la puerta principal del argumento. A
veces necesita dar una vuelta, como la cinta de Möbius, para regresar al mismo
punto desde otra cara. Y entendí también que contextualizar no es desviarse,
sino buscar la forma de que el sentido se escuche. El verdadero arte no está
solo en tener razón, sino en encontrar el modo y el momento en que la razón
puede ser compartida.
Epílogo
En síntesis, la
epistemología es milenaria, aun cuando muchos epistemólogos que la practicaron no supieran que lo eran. Desde
el primer ser humano que dudó de lo que veía, comenzó esta ciencia : el arte de
interrogar al conocimiento mismo. Por eso, cada vez que, en un café, en un aula
o en una conversación cualquiera se
pregunta cómo sabe lo que cree saber, la epistemología vuelve a nacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario