El cerebro
cuando no hace nada es, en sí mismo, un acto inferencial
La ciencia suele avanzar
corrigiendo sus propias metáforas. Una de las más persistentes fue la idea de J
Locke que el ser humano nace como tabula rasa: una superficie vacía en
la que el ambiente iría inscribiendo, como un maestro paciente, los rasgos del
yo.
El conductismo de Watson es una aplicación y una extensión
radical de la premisa de la tabula rasa de Locke al ámbito de la
psicología y la conducta. Hoy sabemos que eso no sólo es falso, sino
que impide comprender la naturaleza misma del pensamiento. Porque desde antes
de nacer, incluso en el silencio intrauterino, el cerebro ya está infiriendo.
La llamada Red Neuronal
por Defecto (Default Mode Network) no es un “modo por defecto” en el
sentido de algo pasivo, secundario, básico o poco relevante. “Por defecto” es,
de hecho, un término desafortunado. Más preciso sería llamarla Red de Costo
Mínimo, porque es el estado basal donde la mente mantiene, con la menor
energía posible, la organización del yo, la memoria autobiográfica, la
imaginación, la proyección de escenarios y la evaluación tácita del mundo.
Es la red que se activa
cuando no estamos realizando ninguna tarea externa: cuando descansamos,
recordamos, divagamos, fantaseamos o simplemente dejamos aparecer pensamientos
espontáneos. Pero ese “aparente reposo” es una ilusión introspectiva. El cerebro
no está quieto: está armándose a sí mismo.
Nunca
partimos de cero: señales internas y el yo embrionario incluso
en el feto, antes de que el mundo deje su marca directa, la RND ya organiza señales
internas: ritmos cardíacos, pulsos químicos, micro movimientos,
fluctuaciones del sistema vestibular, la respiración materna que llega como un
oleaje, la presión, la gravedad. Esas señales no son ruido: son datos. Y
el cerebro, desde sus primeras semanas de funcionamiento, opera como un sistema
que detecta regularidades, construye predicciones y crea modelos.
El yo comienza como un yo inferencial: no sabe quién es, pero aprende a anticipar qué viene después, no
quedan dudas. No tiene todavía conceptos, pero ya distingue patrones. No tiene
lenguaje, pero tiene expectativa. Ese es el origen de lo que luego
llamaremos “sentido del yo”.
El acto inferencial es la unidad mínima del pensamiento, es el gesto cognitivo fundamental: el salto desde una información
previa hacia una conclusión nueva.
Es el puente entre lo percibido y lo
anticipado, entre lo recordado y lo imaginado, entre la señal y el modelo.
Pensar es, esencialmente, encadenar actos inferenciales.
- Deducción: de reglas a casos.
- Inducción: de casos a reglas.
- Abducción (Peirce): de señales a hipótesis
plausibles.
La vida
cotidiana es casi totalmente abductiva: vemos
humo → inferimos fuego; escuchamos un tono en una voz → inferimos enojo;
sentimos un cambio en nuestro cuerpo → inferimos enfermedad, hambre, sueño o peligro.
Así, la mente humana es un motor de inferencias. Todo el tiempo supone,
ajusta, descarta, corrige.
La RND es la fábrica de inferencias silenciosas La gran revelación de las neurociencias contemporáneas es que no
somos lo que pensamos conscientemente, sino lo que nuestro cerebro
construye cuando creemos que no está haciendo nada. La RND no sólo mantiene el
yo: le da coherencia narrativa, ensaya posibles futuros, revisa creencias,
consolida aprendizajes y evalúa riesgos.
Lo interesante es que,
cuando realizamos una tarea específica, el cerebro no aumenta el consumo
energético total: simplemente redistribuye la energía que la RND ya
estaba usando para sus inferencias internas. Pensar hacia afuera es desactivar
momentáneamente el pensar hacia adentro. Suena como muy extraño per es real. Recordar
que el cerebro siendo el 2% consume el 20 % de la energía total, si hay la duda
es un problema personal.
Probabilidades previas: el yo bayesiano en acción. Si el acto inferencial es la unidad mínima del
pensamiento, la actualización de probabilidad es su ley interna. El
cerebro funciona como un sistema bayesiano: comienza con ciertas probabilidades
previas, recibe evidencia y actualiza sus creencias. La probabilidad previa
esta en la intimidad más profunda.
Cada vez que la RND
reorganiza información —recuerdos, emociones, sensaciones corporales— está
realizando una forma primitiva de inferencia bayesiana: ¿Dado lo que ya sé
de mí y del mundo, ¿Qué es más probable que esté ocurriendo? ¿Qué debería
esperar? ¿Qué debería temer o buscar?
Ese es el yo bayesiano: un yo que es un
proceso continuo de ajuste probabilístico, de inferencias encadenadas
que mantienen la identidad.
De la
medicina al derecho:
La vida profesional da ejemplos claros de cómo inferimos:
Un médico observa síntomas y, como Peirce describiría,
realiza una abducción: “¿Qué hipótesis explica todos estos signos?”.
Un abogado defensor —muchas veces sin saberlo—
parte de la conclusión que quiere sostener y reconstruye hacia atrás la cadena
inferencial que la hace posible.
Ambos operan como bayesianos prácticos: ajustan probabilidades, revisan
supuestos, buscan coherencia.
La emergencia del yo como tejido inferencial
La conciencia es apenas como en la figura del iceberg
la punta de un proceso continuo. El yo es un efecto emergente del
entrelazamiento de miles de actos inferenciales que ocurren en silencio. No
somos un yo que piensa: somos un pensar que se organiza en forma de yo.
Epilogo:
El cerebro
cuando “no hace nada” está haciendo lo más importante: mantener la coherencia
del yo. Lo hace mediante actos inferenciales
continuos, silenciosos, incesantes. Por eso nunca partimos de una tabula rasa.
Por eso nunca descansamos del todo .Por eso nunca dejamos de atribuir sentido,
incluso en sueños. La mente humana es, desde su origen, un ecosistema de
inferencias que organiza el caos en forma de mundo y de yo. Ese es su milagro cotidiano:
pensar incluso cuando no pensamos.
La Red Neuronal por Defecto
no es una red pasiva ni secundaria: es la maquinaria que mantiene la coherencia
del yo y la orientación en el mundo. Somos, desde el principio, sistemas
inferenciales dedicados a sobrevivir en un entorno incierto. El pensamiento
consciente es apenas una capa fina, superpuesta a un océano de inferencias que
ya estaban allí. Nunca partimos de una tabula rasa. Nunca estamos en silencio. Nunca
dejamos de inferir.
La mente humana es, ante todo, una fábrica de
sentido que trabaja incluso cuando creemos que descansa.
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