lunes, agosto 18, 2025

Aprender a aprender: el desafío permanente

 

 

clase de un colegio en la que una profesora ayuda a sus alumnos mientras estudian

Aprender a aprender: el desafío permanente

Aprender es un acto creativo. Cada vez que lo hacemos, reorganizamos nuestra estructura mental, complejizamos nuestra forma de pensar y ampliamos nuestras posibilidades de actuar en el mundo. Dicho de otro modo: aprender es escribir, paso a paso, nuestro propio “manual de uso”. Sin embargo, las teorías del aprendizaje han recorrido un largo camino para explicar cómo ocurre este proceso.

Del conductismo a la construcción activa

El conductismo fue el primer gran intento de sistematizar el aprendizaje. Desde Pavlov hasta Watson y Skinner, se pensó como un proceso de estímulo y respuesta: lo que importa es lo observable y medible. Watson llegó a afirmar que, con la educación adecuada, cualquier niño podría ser convertido en médico, abogado o ladrón. Aunque hoy suene radical, esta visión sigue presente en prácticas educativas centradas en la repetición y el control.

El cognitivismo, en cambio, se preguntó por lo que sucede dentro de la mente. Aprender dejó de ser solo reaccionar a estímulos y pasó a entenderse como procesamiento de información: percibir, almacenar, recuperar, organizar. Aquí entran autores como Ausubel, con su énfasis en los “organizadores previos”, que ayudan a dar sentido a lo que incorporamos.

Pero el constructivismo dio un paso decisivo: aprender no es solo procesar datos, sino construir activamente significados. Piaget mostró que nuestras estructuras cognitivas evolucionan en etapas, y Vygotski subrayó la importancia del contexto social y cultural. Conceptos como la zona de desarrollo próximo y el andamiaje de Bruner explican cómo el aprendizaje se potencia con la ayuda de otros.

El giro posconstructivista

El posconstructivismo no niega estas corrientes: las integra y las amplía. Reconoce la importancia de los procesos internos (cognitivismo) y de la construcción activa de significados (constructivismo), pero los sitúa en un marco más dinámico, flexible y plural.

El aprendizaje ya no se entiende como algo individual y lineal, sino como un proceso situado, distribuido y en red, atravesado por lo social, lo emocional y lo tecnológico. En la práctica, esto significa reconocer que hoy aprendemos tanto en un aula como en una comunidad virtual, tanto de un profesor como de un compañero, un tutorial de YouTube o una inteligencia artificial.

Bateson, Dilts y los niveles del aprendizaje

Gregory Bateson profundizó aún más: no todos los aprendizajes son iguales. A veces solo repetimos patrones (aprendizaje cero). Otras veces adaptamos lo que ya sabemos (aprendizaje I). Pero hay niveles más hondos: en el aprendizaje II y III cambiamos creencias, valores o incluso nuestra identidad. Y en ocasiones excepcionales, se producen saltos revolucionarios (aprendizaje IV).

Robert Dilts, inspirado en Bateson, insistió en que los aprendizajes se tejen a partir de creencias, valores y mapas mentales. El lenguaje, en este sentido, cumple un doble papel: nos permite representarnos el mundo y, al mismo tiempo, compartirlo con otros. Aprender a aprender implica entonces también cuestionar nuestros propios supuestos y ampliar el marco desde el cual interpretamos la realidad.

La escuela y el gran desacople

Aquí surge el problema de fondo. Como advierte Peter Senge, la escuela tal como la conocemos nunca se diseñó para aprender, sino para instruir y socializar, replicando el modelo fabril de la era industrial. De ahí que los errores —fuente natural del aprendizaje— hayan sido históricamente castigados en lugar de valorados.

Imagen de la pantalla de un video juego

El contenido generado por IA puede ser incorrecto.

En La quinta disciplina, Senge plantea que las organizaciones inteligentes se sostienen en cuatro pilares: el dominio personal, los modelos mentales, la visión compartida y el aprendizaje en equipo. Este último comienza con el diálogo: la capacidad de suspender supuestos y abrir un flujo auténtico de significados. Ese es el sentido profundo de metanoia: un tránsito mental decisivo, una transformación de la manera misma en que entendemos el aprender.

Hacia una nueva centralidad del aprendizaje

Si algo muestran estas teorías es que no existe una única manera de aprender. En algunos contextos funcionamos como conductistas; en otros, necesitamos la mirada cognitivista o constructivista; y muchas veces la clave está en integrar todas estas perspectivas.

Lo central es que aprender a aprender se convierta en un objetivo compartido por estudiantes, docentes, familias y gobiernos. Porque mientras la educación siga centrada en transmitir contenidos y evaluar respuestas correctas, arrastraremos un déficit estructural. El futuro de la educación dependerá, en gran medida, de si somos capaces de poner el aprendizaje —y no la instrucción— en el corazón del sistema.


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