Hipocresía: el arte de responder
con máscara
Cacho siempre nos recuerda
que lo que más lo rebela es la hipocresía. Y no sin razón: ella encierra
falsedad al esconder motivos, inconsistencia entre lo que se dice y lo que se
hace, y una doble moral que justifica en uno mismo lo que condena en los otros.
Allí conviven la simulación —mostrar lo que no se es— y el disimulo —ocultar lo
que se es—. Ambas sostienen un juego de espejos en el que lo humano se
distorsiona.
La historieta del Dr.
Merengue, creación de Guillermo Divito, lo ilustraba con humor y agudeza.
El personaje nació de una experiencia en el hipódromo: alguien de aspecto
solemne y respetable se comportó de manera opuesta a lo que aparentaba. De allí
surgió la idea de un hombre correcto, impecable en apariencia, que lleva dentro
un “otro yo” impulsivo, malhumorado y contradictorio.
En cada viñeta, el Dr.
Merengue decía primero lo que se espera de alguien distinguido y educado,
pero en el recuadro siguiente aparecía su “otro yo”, diciendo lo que en
realidad pensaba o sentía. La genialidad de Divito fue transformar la
hipocresía cotidiana en sátira gráfica: el doble discurso como costumbre social
normalizada. Decir una cosa porque “queda bien” y pensar otra muy distinta en
privado.
Nos hacía reír porque
mostraba una verdad incómoda: todos convivimos con máscaras. La tensión entre
el deseo de ser aceptados y la imposibilidad de reprimir del todo lo que somos.
Pero también advertía algo más serio: cuando esas máscaras se vuelven hábito,
el juego de la hipocresía termina siendo más real que la propia persona.
Ya Cristo
advertía a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de
los fariseos y de la levadura de Herodes”. Esa levadura era la hipocresía.
Los
fariseos predicaban con severidad la pureza y la
observancia de la ley, pero en privado incumplían aquello que exigían a los
demás. Mostraban una fachada de virtud mientras escondían orgullo, poder y
desprecio hacia quienes no alcanzaban su nivel. Era una hipocresía religiosa,
usar la ley como máscara de superioridad.
Herodes, en cambio, representaba la hipocresía política. Fingía respeto
por la tradición judía, pero en realidad buscaba conservar poder a toda costa,
recurriendo al engaño, la violencia o la manipulación. Decía honrar a Dios y al
pueblo, pero vivía según su conveniencia y su ambición.
Ambos ejemplos muestran cómo
la hipocresía, sea religiosa o política, funciona como un fermento que
contamina todo lo que toca: lo que empieza como una disonancia personal se
vuelve veneno colectivo.
Noam Chomsky lo define con
precisión: es negarse a aplicar en uno mismo los mismos valores que se aplican
en los demás. Esa doble vara es quizá una de las formas más corrosivas de la
injusticia, porque se disfraza de virtud. Ahora bien, no deberíamos olvidar que
todos cargamos, en algún grado, con máscaras. A veces no por malicia, sino por
necesidad social: cuidar formas, callar defectos, suavizar verdades. El
límite entre el tacto y la hipocresía es sutil. Lo que en un contexto puede
ser prudencia, en otro se vuelve falsedad.
La
diferencia esencial está en el propósito. La
hipocresía no es solo decir una cosa y hacer otra: es usar esa incoherencia
como estrategia para sostener poder, manipular o engañar. Ahí se convierte
en un veneno: porque erosiona la confianza, convierte al vínculo humano en
teatro y reemplaza la verdad por utilería. Quizá la verdadera lucha contra la
hipocresía no sea solo desenmascarar a los demás, sino atreverse a quitarnos
nuestras propias máscaras. Reconocer nuestras imperfecciones, admitir
contradicciones y no pretender pureza imposible. Porque lo contrario de la
hipocresía no es la perfección, sino la honestidad.
Conclusión
La
hipocresía siempre juega en un
doble movimiento: simular y disimular. Simular: presentar algo que no
es, fingir virtudes, sentimientos o intenciones que no se tienen. El hipócrita se pone una máscara para mostrar lo que le
conviene. Disimular: ocultar lo que
realmente hay dentro: deseos, intenciones, vicios, debilidades. El hipócrita esconde su verdadero
rostro
para que no se note. Por eso, en la hipocresía no alcanza con fingir
,simulación, sino que al mismo tiempo hay que tapar disimulación. Es
como un teatro en dos actos: 1.-Mostrar lo falso.2.-Ocultar lo verdadero. Una
máscara doble
De
hecho, si revisamos la etimología, "hipócrita" viene del griego hypokritḗs, que era
"actor", aquel que representa un papel en escena. Exactamente eso hace
el hipócrita: actúa frente a los demás, pero no se muestra tal cual es.
Hipocresía: responder con máscara. Honestidad:
responder con uno mismo.
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