jueves, agosto 21, 2025

Hipocresía: el arte de responder con máscara


 

Hipocresía: el arte de responder con máscara




 


    

 

 

 

Cacho siempre nos recuerda que lo que más lo rebela es la hipocresía. Y no sin razón: ella encierra falsedad al esconder motivos, inconsistencia entre lo que se dice y lo que se hace, y una doble moral que justifica en uno mismo lo que condena en los otros. Allí conviven la simulación —mostrar lo que no se es— y el disimulo —ocultar lo que se es—. Ambas sostienen un juego de espejos en el que lo humano se distorsiona.

La historieta del Dr. Merengue, creación de Guillermo Divito, lo ilustraba con humor y agudeza. El personaje nació de una experiencia en el hipódromo: alguien de aspecto solemne y respetable se comportó de manera opuesta a lo que aparentaba. De allí surgió la idea de un hombre correcto, impecable en apariencia, que lleva dentro un “otro yo” impulsivo, malhumorado y contradictorio.

En cada viñeta, el Dr. Merengue decía primero lo que se espera de alguien distinguido y educado, pero en el recuadro siguiente aparecía su “otro yo”, diciendo lo que en realidad pensaba o sentía. La genialidad de Divito fue transformar la hipocresía cotidiana en sátira gráfica: el doble discurso como costumbre social normalizada. Decir una cosa porque “queda bien” y pensar otra muy distinta en privado.

Nos hacía reír porque mostraba una verdad incómoda: todos convivimos con máscaras. La tensión entre el deseo de ser aceptados y la imposibilidad de reprimir del todo lo que somos. Pero también advertía algo más serio: cuando esas máscaras se vuelven hábito, el juego de la hipocresía termina siendo más real que la propia persona.

Ya Cristo advertía a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes”. Esa levadura era la hipocresía.

Los fariseos predicaban con severidad la pureza y la observancia de la ley, pero en privado incumplían aquello que exigían a los demás. Mostraban una fachada de virtud mientras escondían orgullo, poder y desprecio hacia quienes no alcanzaban su nivel. Era una hipocresía religiosa, usar la ley como máscara de superioridad.

Herodes, en cambio, representaba la hipocresía política. Fingía respeto por la tradición judía, pero en realidad buscaba conservar poder a toda costa, recurriendo al engaño, la violencia o la manipulación. Decía honrar a Dios y al pueblo, pero vivía según su conveniencia y su ambición.

Ambos ejemplos muestran cómo la hipocresía, sea religiosa o política, funciona como un fermento que contamina todo lo que toca: lo que empieza como una disonancia personal se vuelve veneno colectivo.

Noam Chomsky lo define con precisión: es negarse a aplicar en uno mismo los mismos valores que se aplican en los demás. Esa doble vara es quizá una de las formas más corrosivas de la injusticia, porque se disfraza de virtud. Ahora bien, no deberíamos olvidar que todos cargamos, en algún grado, con máscaras. A veces no por malicia, sino por necesidad social: cuidar formas, callar defectos, suavizar verdades. El límite entre el tacto y la hipocresía es sutil. Lo que en un contexto puede ser prudencia, en otro se vuelve falsedad.

La diferencia esencial está en el propósito. La hipocresía no es solo decir una cosa y hacer otra: es usar esa incoherencia como estrategia para sostener poder, manipular o engañar. Ahí se convierte en un veneno: porque erosiona la confianza, convierte al vínculo humano en teatro y reemplaza la verdad por utilería. Quizá la verdadera lucha contra la hipocresía no sea solo desenmascarar a los demás, sino atreverse a quitarnos nuestras propias máscaras. Reconocer nuestras imperfecciones, admitir contradicciones y no pretender pureza imposible. Porque lo contrario de la hipocresía no es la perfección, sino la honestidad.

Conclusión

La hipocresía siempre juega en un doble movimiento: simular y disimular. Simular: presentar algo que no es, fingir virtudes, sentimientos o intenciones que no se tienen. El hipócrita se pone una máscara para mostrar lo que le conviene. Disimular: ocultar lo que realmente hay dentro: deseos, intenciones, vicios, debilidades. El hipócrita esconde su verdadero rostro para que no se note. Por eso, en la hipocresía no alcanza con fingir ,simulación, sino que al mismo tiempo hay que tapar disimulación. Es como un teatro en dos actos: 1.-Mostrar lo falso.2.-Ocultar lo verdadero. Una máscara doble

De hecho, si revisamos la etimología, "hipócrita" viene del griego hypokritḗs, que era "actor", aquel que representa un papel en escena. Exactamente eso hace el hipócrita: actúa frente a los demás, pero no se muestra tal cual es.

Hipocresía: responder con máscara. Honestidad: responder con uno mismo.

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