La paradoja
de nuestro tiempo: lo grande es muy
pequeño y lo pequeño es muy grande
Dios dijo hágase la luz y apareció Newton
Pero lo muy pequeño nos
había estado aguardando en silencio, con
una actividad desenfrenada, invisible e impensable desde que Demócrito imaginó
el átomo. La solidez y quietud a las que nos habíamos acostumbrado comenzaron a
desdibujarse cuando invadimos la intimidad más profunda de la materia. En esa
escala, parecía cumplirse un antiguo eco heraclíteo: todo fluye. Las partículas
más pequeñas no solo adquirían velocidades límite, sino que a veces parecían
esfumarse.
A comienzos del siglo XX,
Max Planck nos mostró que, en lo muy pequeño, la realidad se ajustaba a otro
paradigma. La predicción determinista de Laplace cedió paso a la predicción
estadística. El reino de Newton no desapareció, pero quedó acotado a lo
observable —un concepto que a su vez depende de nuestros sentidos y de la tecnología
que los amplía.
La luz y el nacimiento del cuanto
La luz, aparentemente tan
simple, escondía misterios que fascinaron a generaciones de científicos. Si
fuese solo una onda continua, no se podría explicar su interacción con la
materia. Planck resolvió este dilema proponiendo el “cuanto de energía”: la mínima
cantidad intercambiable entre un campo electromagnético y la materia. Einstein
llevó esta idea al efecto fotoeléctrico, que le valió el Nobel, y Niels Bohr la
aplicó a los electrones y sus saltos orbitales.
Así nacía, desde mentes
creativas que no siempre coincidían, la mecánica cuántica. Schrödinger mostraba
que el electrón, aunque partícula, también es onda; Heisenberg postulaba que no
podemos medir simultáneamente posición y velocidad con total precisión. La
ciencia incorporaba así la complementariedad y la incertidumbre. Gracias.
Filosofía de la incertidumbre
La nueva física nos obliga a
aceptar que la certeza no existe o está muy lejana, y que la incertidumbre no
debe paralizarnos, sino estimular la acción. En este mundo cuántico, un
electrón puede cambiar de órbita sin pasar por el espacio intermedio, o atravesar
dos rendijas a la vez sin dividirse. Estas paradojas desafían la intuición y el
sentido común heredados del mundo macroscópico. Entender lo muy pequeño nos
exige abandonar marcos conceptuales diseñados para lo muy grande o lo
inmediato. Hay que repensar lo pensado y cuestionar lo que parecía obvio,
desandando la lógica simplista y el positivismo rígido.
Einstein y el afán de síntesis
Einstein, aunque aceptó el
cuanto, de energía, rechazó la ausencia de causalidad en lo muy pequeño: “Dios
no juega a los dados”. Su búsqueda constante de síntesis lo llevó a unificar
masa y energía, y luego espacio y tiempo en un “espacio curvo”
que reemplazó la idea clásica de gravedad. No todos aceptan o comprenden la
magnitud del cambio: objetos que “no se atraen” sino que deforman
el espacio-tiempo, moviéndose por sus senderos más fáciles. Su frase sobre el
sentido común —“colección de prejuicios acumulados hacia los dieciocho años”—
resume su desafío intelectual: usarlo cuando sirve, pero saber dejarlo atrás.
Bohr, Alicia y el salto al otro lado del espejo
Niels Bohr, influenciado por
el pensamiento oriental, adoptó como símbolo el yin-yang. Defendía que el
observador modifica lo observado: “Dios no solo juega a los dados, sino que los
lanza donde nadie puede ver”. La mecánica cuántica nos alejaba de la idea de un
gigantesco mecanismo de relojería y nos acercaba a un mundo más parecido al de Alicia
en el País de las Maravillas.
En la física clásica, las
partículas seguían caminos definidos. Pero en la cuántica, como le ocurrió a
Alicia, a través del espejo , basta con atravesarlo para entrar en un
territorio donde las reglas cambian. Allí, el tiempo puede correr al revés, un
mismo objeto puede estar en dos lugares a la vez, y las identidades se diluyen
como las figuras que Alicia veía deformarse en su viaje descubre a que las proporciones cambian, que
lo familiar se deforma, y que el significado de lo grande o lo pequeño depende
del lugar desde donde miramos. Y, “alea
jacta est”, una vez cruzado ese umbral de percepción, ya no hay vuelta atrás:
el mundo no vuelve a ser el mismo. Alicia es mas entendible de chicos cuando
somos más cuánticos.
Cruzamos ese espejo y, como César en el
Rubicón, alea jacta est: la suerte está echada. No hay camino de regreso
al mundo anterior. Aceptar este nuevo paisaje significa aprender a convivir con
la probabilidad, con realidades superpuestas y con el hecho inquietante de que,
a veces, observar cambia lo que se observa.
Una mirada integral
Para comprender este nuevo
paradigma, no basta con física: necesitamos equipos que incluyan epistemólogos,
comunicadores, antropólogos, neurocientíficos, psicólogos, médicos y filósofos.
Solo así podremos aceptar ideas como que el pensamiento infantil temprano
—donde “lo que no se ve no persiste” y “lo similar no tiene identidad”— se
asemeja a la visión cuántica del mundo. El observador y lo observado se funden, y
nuestra comprensión del mundo cambia para siempre.
Conclusión : la paradoja que nos mira
Planck y sus sucesores nos
arrebataron la simplicidad de lo tangible, pero nos regalaron un universo más
profundo, inquietante y fértil. Lo muy pequeño es muy grande porque, en sus
confines, no solo se decide el comportamiento de la materia, sino que se redefine
lo que entendemos por realidad. Quizás el mayor desafío de nuestro tiempo sea
aceptar que, para conocer lo muy pequeño, debemos pensar muy en grande… y, como
Alicia y César, cruzar el espejo sabiendo que alea jacta est. También
le paso Alejandro Sabella cuando con la
victoria de 1-0 sobre Bélgica en las seminales de Brasil 2014 , dijo alea jacta est, casi entre dientes, como si dejara que el resultado hablara por sí
mismo y marcara la inevitabilidad del momento.
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