miércoles, agosto 13, 2025

La paradoja de nuestro tiempo: lo grande es muy pequeño y lo pequeño es muy grande


 

La paradoja de nuestro tiempo: lo grande es  muy pequeño y lo pequeño es muy grande

Dios dijo hágase la luz y apareció Newton

Pero lo muy pequeño nos había estado aguardando en silencio,  con una actividad desenfrenada, invisible e impensable desde que Demócrito imaginó el átomo. La solidez y quietud a las que nos habíamos acostumbrado comenzaron a desdibujarse cuando invadimos la intimidad más profunda de la materia. En esa escala, parecía cumplirse un antiguo eco heraclíteo: todo fluye. Las partículas más pequeñas no solo adquirían velocidades límite, sino que a veces parecían esfumarse.

A comienzos del siglo XX, Max Planck nos mostró que, en lo muy pequeño, la realidad se ajustaba a otro paradigma. La predicción determinista de Laplace cedió paso a la predicción estadística. El reino de Newton no desapareció, pero quedó acotado a lo observable —un concepto que a su vez depende de nuestros sentidos y de la tecnología que los amplía.

La luz y el nacimiento del cuanto

La luz, aparentemente tan simple, escondía misterios que fascinaron a generaciones de científicos. Si fuese solo una onda continua, no se podría explicar su interacción con la materia. Planck resolvió este dilema proponiendo el “cuanto de energía”: la mínima cantidad intercambiable entre un campo electromagnético y la materia. Einstein llevó esta idea al efecto fotoeléctrico, que le valió el Nobel, y Niels Bohr la aplicó a los electrones y sus saltos orbitales.

Así nacía, desde mentes creativas que no siempre coincidían, la mecánica cuántica. Schrödinger mostraba que el electrón, aunque partícula, también es onda; Heisenberg postulaba que no podemos medir simultáneamente posición y velocidad con total precisión. La ciencia incorporaba así la complementariedad y la incertidumbre. Gracias.

Filosofía de la incertidumbre

La nueva física nos obliga a aceptar que la certeza no existe o está muy lejana, y que la incertidumbre no debe paralizarnos, sino estimular la acción. En este mundo cuántico, un electrón puede cambiar de órbita sin pasar por el espacio intermedio, o atravesar dos rendijas a la vez sin dividirse. Estas paradojas desafían la intuición y el sentido común heredados del mundo macroscópico. Entender lo muy pequeño nos exige abandonar marcos conceptuales diseñados para lo muy grande o lo inmediato. Hay que repensar lo pensado y cuestionar lo que parecía obvio, desandando la lógica simplista y el positivismo rígido.

Einstein y el afán de síntesis

Einstein, aunque aceptó el cuanto, de energía, rechazó la ausencia de causalidad en lo muy pequeño: “Dios no juega a los dados”. Su búsqueda constante de síntesis lo llevó a unificar masa y energía, y luego espacio y tiempo en un “espacio curvo” que reemplazó la idea clásica de gravedad. No todos aceptan o comprenden la magnitud del cambio: objetos que “no se atraen” sino que deforman el espacio-tiempo, moviéndose por sus senderos más fáciles. Su frase sobre el sentido común —“colección de prejuicios acumulados hacia los dieciocho años”— resume su desafío intelectual: usarlo cuando sirve, pero saber dejarlo atrás.

Bohr, Alicia y el salto al otro lado del espejo

Niels Bohr, influenciado por el pensamiento oriental, adoptó como símbolo el yin-yang. Defendía que el observador modifica lo observado: “Dios no solo juega a los dados, sino que los lanza donde nadie puede ver”. La mecánica cuántica nos alejaba de la idea de un gigantesco mecanismo de relojería y nos acercaba a un mundo más parecido al de Alicia en el País de las Maravillas.

En la física clásica, las partículas seguían caminos definidos. Pero en la cuántica, como le ocurrió a Alicia, a través del espejo , basta con atravesarlo para entrar en un territorio donde las reglas cambian. Allí, el tiempo puede correr al revés, un mismo objeto puede estar en dos lugares a la vez, y las identidades se diluyen como las figuras que Alicia veía deformarse en su viaje  descubre a que las proporciones cambian, que lo familiar se deforma, y que el significado de lo grande o lo pequeño depende del lugar desde donde miramos. Y,  “alea jacta est”, una vez cruzado ese umbral de percepción, ya no hay vuelta atrás: el mundo no vuelve a ser el mismo. Alicia es mas entendible de chicos cuando somos más cuánticos.

MundoAntiguo: El río Rubicón y su importancia en la historia de Roma Cruzamos ese espejo y, como César en el Rubicón, alea jacta est: la suerte está echada. No hay camino de regreso al mundo anterior. Aceptar este nuevo paisaje significa aprender a convivir con la probabilidad, con realidades superpuestas y con el hecho inquietante de que, a veces, observar cambia lo que se observa.

Una mirada integral

Para comprender este nuevo paradigma, no basta con física: necesitamos equipos que incluyan epistemólogos, comunicadores, antropólogos, neurocientíficos, psicólogos, médicos y filósofos. Solo así podremos aceptar ideas como que el pensamiento infantil temprano —donde “lo que no se ve no persiste” y “lo similar no tiene identidad”— se asemeja a la visión cuántica del mundo.  El observador y lo observado se funden, y nuestra comprensión del mundo cambia para siempre.

Conclusión : la paradoja que nos mira

Planck y sus sucesores nos arrebataron la simplicidad de lo tangible, pero nos regalaron un universo más profundo, inquietante y fértil. Lo muy pequeño es muy grande porque, en sus confines, no solo se decide el comportamiento de la materia, sino que se redefine lo que entendemos por realidad. Quizás el mayor desafío de nuestro tiempo sea aceptar que, para conocer lo muy pequeño, debemos pensar muy en grande… y, como Alicia y César, cruzar el espejo sabiendo que alea jacta est. También le  paso Alejandro Sabella cuando con la victoria de 1-0 sobre Bélgica en las seminales de Brasil 2014 , dijo alea jacta est, casi entre dientes,  como si dejara que el resultado hablara por sí mismo y marcara la inevitabilidad del momento.

 

 

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