Lo invisible que hace
visible: de ranas, hormigas, ciudades y humanos
En el café de Marta, entre el
aroma del café recién hecho, surgieron preguntas: unas ancestrales, otras
recientes, pero todas con la misma base. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la verdad?
¿Qué es la autopoiesis? ¿Qué le dice el ojo de la rana al cerebro de la rana y esto
que nos puede enseñar? ¿Qué tienen en común el metabolismo y las ciudades?
Preguntas
que siempre nos conducen a lo mismo: intentar imaginar lo invisible.
Roger Sperry neurobiólogo estadounidense, realizó un experimento raro ,para mortales comunes, rotó 180° el ojo
de un renacuajo y esperó para demostrar de que el nervio óptico se regeneraría.
Cuando el ojo volvió a funcionar, la rana podía ver… pero al cazar insectos se
equivocaba de manera sistemática: si la presa estaba arriba, lanzaba hacia
abajo.
El hallazgo fue contundente: el cerebro no corrige según el
mundo externo, sino que procesa lo que le envía la retina. Construye su propio
mapa interno, un mapa invisible que da forma a lo visible. Sperry
buscaba entender la regeneración del nervio óptico y la especificidad de las
conexiones; más tarde recibiría el Nobel por sus investigaciones
sobre la especialización hemisférica. Este experimento se convirtió en una
epifanía epistemológica: lo que vemos depende de las estructuras invisibles que
median la percepción.
Humberto Maturana vio lo
invisible, ldespués de diez años vio que la epistemología invisible era: El sistema nervioso de un organismo es cerrado, la correlación no es externa sino interna. Por eso la rana erraba y además no podia modificar de ninguna manera su conducta lo amplió hacia la biología del conocer.
Si el sistema nervioso es cerrado, entonces ver no es reflejar la realidad,
sino confirmar una coherencia interna. De allí surge su concepto de
autopoiesis: todo sistema vivo se produce y mantiene a sí mismo mediante
operaciones internas que garantizan su continuidad. La rana de Sperry ilustra
esa idea: aun frente a un error evidente, el animal no puede salir de la
coherencia de su sistema. Nosotros tampoco: vemos siempre a través de las redes
invisibles de nuestro sistema nervioso, de nuestros esquemas cognitivos, de
nuestras epistemologías tácitas.
Gerald Edelman, Nobel de Medicina en 1972, aportó otra
pieza esencial.
Primero revolucionó
la inmunología al mostrar cómo el sistema genera diversidad de anticuerpos, y
luego trasladó ese principio a la neurociencia. Su teoría de la selección
neuronal y la topobiología señalan que las células y neuronas necesitan un
sentido de ubicación y vecindad para organizarse. : la teoría de la
organización emergente. El orden visible de un organismo surge de interacciones
invisibles: la
comunicación entre células, las conexiones sinápticas, las reglas locales que
generan una totalidad coherente. Lo que vemos no es un simple reflejo, sino la
cristalización de redes y procesos ocultos.
“Lo que vemos nunca es
la realidad tal cual; siempre es el reflejo de lo que permanece oculto. Desde
la retina invertida de la rana hasta las redes invisibles que organizan
células, hormigas, ciudades y humanos, lo invisible es la condición de
posibilidad de todo lo visible. Reconocerlo, aunque sea en sorbos y
conversaciones, nos abre los ojos al verdadero mundo.”
Hormigas, ciudades y transiciones invisibles: Las
hormigas muestran la misma lógica: ninguna ve el hormiguero como un todo, solo
responden a feromonas y contactos inmediatos. Sin embargo, de esas
interacciones invisibles emerge un sistema estable.
Las ciudades tampoco necesitan
un cerebro central: crecen por la suma de miles de decisiones locales, flujos
de energía y densidades de intercambio. Lo que percibimos —un patrón urbano,
una catedral, un mercado— es el resultado de dinámicas invisibles.
Incluso el cambio de estado
pertenece a lo invisible, la transición de fase ocurre cuando un
sistema acumula energía sin cambios aparentes, hasta que un umbral es superado
y aparece un nuevo estado: el agua se congela, un gas se licúa, una pradera
florece, o una Europa rural se transforma en Europa urbana medieval.
Epílogo:
Lo invisible que sostiene lo visible Lo que vemos nunca es la
realidad tal cual; siempre es el reflejo de lo que permanece oculto. Desde la
retina invertida de la rana hasta las redes invisibles que organizan células,
hormigas, ciudades y humanos, lo invisible es la condición de posibilidad de
todo lo visible. Reconocerlo, aunque sea en sorbos y conversaciones, nos abre
los ojos al verdadero mundo: uno donde humanos, hormigas, ciudades y ranas
comparten la misma lección fundamental. Ignorar lo invisible nos condena a
repetir errores perfectos, como la rana que no puede corregir su mapa.
Comprender que lo visible depende de lo invisible es, quizá,
la forma más profunda de conocimiento que podemos alcanzar
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