Aquiles y Daniel
En la
actualidad, los físicos teóricos se desvelan por encontrar una teoría capaz de
unificar lo infinitamente grande con lo infinitamente pequeño. En este sentido,
Hubert Reeves señala que existe un diálogo especialmente fértil entre estos dos
infinitos —el cosmológico y el subatómico—, diálogo del cual emergen la vida y
los ecosistemas. No se trata solo de escalas extremas, sino de los límites
mismos de nuestras categorías para pensar el mundo.
Daniel decia
que podía imaginar lo infinitamente grande, pero no lo infinitamente pequeño,
porque —según su intuición— en algún punto la materia debería desvanecerse y ya
no habría nada. Su observación no era ingenua. De hecho, esa intuición
encuentra un eco sorprendente en la física contemporánea, cuando Fritjof Capra
afirma que, a nivel subatómico, la materia no se encuentra con certeza en un
lugar determinado, sino que más bien muestra una tendencia a existir.
Aceptar esta
suerte de “desmaterialización” no resulta sencillo, sobre todo para una
intuición formada en la física clásica. Con la intención de introducir su
inquietud de un modo más accesible y provocar la conversación, le formulé
entonces una pregunta aparentemente simple:
¿Te parece creíble que en un segmento de un centímetro y en uno de
un metro exista la misma cantidad de puntos?
La respuesta fue inmediata y ruidosa: No me vengas con el cuento
de Aquiles y la tortuga.
Le aclaré que no se trataba de un cuento, sino de una paradoja, y
le recordé brevemente su estructura. Aquiles corre más rápido que la tortuga y
le concede una ventaja inicial. Al alcanzar el punto donde estaba la tortuga,
descubre que está ya avanzó un poco más. Cuando llega a ese nuevo punto, la
tortuga ha vuelto a avanzar, y así sucesivamente, en una sucesión infinita de
etapas que parece impedir el encuentro definitivo.
Pensé en
silencio que era evidente que Aquiles alcanzaría a la tortuga. Pero también
pensé que, muchas veces, lo obvio es precisamente el problema. La paradoja no
cuestiona el movimiento en el mundo, sino la manera en que lo describimos. La
verdadera dificultad no está en Aquiles, sino en las premisas que aceptamos sin
advertirlo.
Una forma de
salir de esta encerrona consiste en diferenciar con claridad lo lógico de lo
ontológico: una cosa es la coherencia interna de un razonamiento y otra muy
distinta la estructura del mundo. Otra vía consiste en tomar distancia del
análisis infinitesimal y reconvertir el problema en términos discretos,
recordando que no recorremos espacios infinitesimales ideales, sino trayectos
físicos finitos.
De regreso a
la conversación, Daniel asentía con cierta resignación: Bueno, está bien, acepto que es una paradoja,
no un cuento. Pero igual, lo que decís no tiene lógica.
Lo
infinitamente pequeño despierta las mismas paradojas que lo infinitamente
grande. Un punto carece de longitud; por más puntos que sumemos —finitos o
incluso numerables—, jamás obtendremos un segmento, que sí posee extensión. De
allí surge la suposición de que todo segmento de recta, toda región del plano o
del espacio, debe estar constituida por un número infinito de puntos.
Sin
embargo, esta suposición es matemática antes que física. La paradoja de Aquiles no
revela un defecto del mundo, sino un límite de nuestras categorías cuando
confundimos modelos formales con la realidad. La física cuántica refuerza esta
advertencia: a escala subatómica no hay trayectorias continuas bien definidas
ni posiciones puntuales estables, sino distribuciones de probabilidad y eventos
discretos.
Así, Aquiles
alcanza a la tortuga sin dificultad alguna en el mundo físico. La dificultad
persiste solo en el pensamiento cuando intentamos forzar una ontología del
continuo infinito allí donde quizá solo haya procesos, umbrales y relaciones.
Uno de los problemas más fascinantes de la filosofía de la
ciencia: La confusión entre el mapa (el
modelo matemático) y el territorio (la realidad física).
LA PARADOJA VIVE EN EL MODELO
MATEMATIKCO
Tres puntos de análisis:
1.-La intuición de Daniel y la "resistencia" de la
materia: Daniel
tiene razón intuye que no se puede "cortar" la materia para siempre. Capra,
dice que no es que la materia desaparezca en la nada, sino que pierde su
cualidad de "cosa" localizada y se convierte en probabilidad, en
"tendencia". Esa transición es traumática porque evolucionamos en un
mundo de física newtoniana (donde las piedras son sólidas y tienen una
ubicación fija), no para navegar funciones de onda.
2.-La trampa de la
matemática :El
segmento de 1 cm vs. 1 metro sobre la cantidad de puntos es
matemáticamente correcta (ambos segmentos tienen la misma cardinalidad
infinita, según la teoría de conjuntos de Cantor), pero físicamente engañosa.
Al introducir este concepto, obligas a confrontar que el
"punto" matemático es una ficción lógica (sin dimensión, sin
extensión) que no tiene un correlato exacto en el mundo físico. Si el
espacio físico fuera realmente un continuo de puntos matemáticos, la paradoja
de Zenón sería, en efecto, una prisión lógica irresoluble.
3.-La solución ontológica: Discretizar el mundo La paradoja de Aquiles se
disuelve cuando aceptamos que el universo pudiera no ser infinitamente
divisible. Si existe una "longitud mínima" (como la longitud
de Planck en física teórica), entonces el espacio no es un continuo liso,
sino algo más parecido a una red o una espuma (espuma cuántica). Aquiles
no tiene que atravesar infinitos puntos; tiene que atravesar una cantidad
enorme, pero finita, de "unidades" de espacio.
EPILOGO
El problema no es que el mundo sea paradójico, sino que nuestras
herramientas de descripción (la geometría euclidiana y el cálculo
infinitesimal) son aproximaciones idealizadas. Intentar forzar la realidad
cuántica en el molde del continuo matemático es como intentar medir la
temperatura de un sentimiento: un error de categoría. El infinito, tan fértil en la matemática, se vuelve
problemático cuando lo convertimos sin mediación en ontología del mundo. La intuición de Daniel señala un
límite real: no el de la materia, sino el de nuestras categorías. Allí donde la
mente espera cosas sólidas y trayectorias continuas, la física contemporánea
encuentra procesos, probabilidades y umbrales. No desaparece el mundo; se
disuelve la ilusión de que el mundo deba ajustarse a nuestros esquemas
clásicos.
Aquiles
alcanza a la tortuga porque el espacio no es un argumento lógico ni el tiempo
una serie infinita de premisas. La paradoja persiste solo cuando
confundimos el mapa con el territorio, el modelo con la realidad, la coherencia
formal con el compromiso ontológico.
Comprender
este límite no empobrece el conocimiento: lo vuelve más humilde, más preciso y,
sobre todo, más habitable. El mundo sigue moviéndose, la vida sigue emergiendo
y nosotros aprendemos —lentamente— a pensar sin exigirle a la realidad que sea
matemática para poder ser comprendida.