lunes, diciembre 01, 2025

 

Nada se toca: de Hume a la emergencia de la conciencia
(Hume, Kant, Penrose, Taleb y la física que cambió la filosofía)

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David Hume el escéptico, nunca conoció una nube de electrones, ni sospechó el extraño mundo cuántico donde ninguna cosa toca a otra. Pero, paradójicamente, fue precisamente él —el más humano y empirista de los filósofos— quien dio la primera puntada del hilo que hoy nos permite comprender la radical rareza de la causalidad, la percepción y la conciencia.

Su  crítica a la inducción: nada nos garantiza que el futuro se parecerá al pasado. Que todos los cisnes observados hayan sido blancos no habilita, en rigor, a afirmar que todos los cisnes son blancos. La razón —decía Hume— no hace ese paso; lo hace el hábito. La mente no ve causas: ve repeticiones, constancias, secuencias.

Esa fue la frase que despertó a Kant de su “sueño dogmático”. Kant creyó descubrir que la causalidad no está en las cosas sino en nosotros: es una forma a priori con la cual organizamos el flujo de la experiencia. La necesidad causal no viene del mundo: la pone la mente. Hume había llegado a un límite; Kant, a una puerta.

Hoy sabemos algo que ni uno ni otro podían imaginar lo que  la física nos revela hoy que incluso el contacto más íntimo —la mano sobre la mesa, los labios que se rozan, el impacto de un auto— no es contacto en sentido literal. Las partículas nunca se tocan. Solo interactúan mediante campos.

La sensación de tocar surge de la repulsión electromagnética entre las nubes de electrones. El cuerpo interpreta esa repulsión como presión, textura, calor. Lo que llamábamos causa (el golpe, el contacto, el choque) es hoy una regularidad estable de campos, no un nexo ontológico.

Hume, sin saberlo, estaba describiendo el corazón mismo de la física moderna: no vemos necesidad causal; vemos patrones. Kant, sin sospecharlo, estaba intuyendo que esa necesidad la aporta el aparato cognitivo: la mente organiza, completa, estabiliza.

Y aquí se agrega la tercera pieza, más reciente y más ontológicamente audaz: la emergencia. La percepción consciente no es reducible a la física de los electrones ni a algoritmos computables —como dice Roger Penrose—. Surge, más bien, de patrones organizativos que aparecen cuando muchos millones de interacciones físicas se acoplan en un nivel superior. Lo que vemos no es la física directamente, sino lo que emerge de ella.

Entre electrones que no se tocan y neuronas que sí interactúan, nace un tercer plano: el plano de la experiencia, la percepción, el sentido. Y ese plano no es computable de manera exhaustiva.
Penrose recurriendo al teorema de incompletitud de Gödel, sostiene que la mente humana realiza actos de comprensión que ningún algoritmo puede emular. La conciencia es emergente, pero no puramente mecánica.

Hume hubiera aprobado la humildad de esta afirmación; Kant, la necesidad interna de esa estructura. Ambos, desde su siglo XVIII, quedarían asombrados al ver cómo la física del XXI confirma intuitivamente un escepticismo que ellos formularon a ciegas.

Pero falta una figura: Nassim Nicholas Taleb quien propone la incertidumbre radical, no se ocupa de electrones ni de Kant. Pero sí comprende que la regularidad que observamos —esa misma que Hume desarmó— puede romperse en cualquier momento. El cisne negro no es una metáfora; es una advertencia: lo que creemos causa es simplemente un patrón que duró lo suficiente. Lo que creemos conocimiento estable es, en realidad, fragilidad epistemológica.

Hume había hablado del hábito. Taleb habla del golpe inesperado que lo destruye. Ambos son capítulos de una misma intuición: no hay necesidad en el mundo, solo expectativa humana.

Podemos unir todas las líneas:

  • Hume dice: la causa no se ve.
  • La física dice: el contacto no existe.
  • Kant dice: la necesidad la aporta la mente.
  • Penrose dice: esa mente no es computable.
  • La teoría de la emergencia dice: la percepción surge de niveles superiores, irreductibles.
  • Taleb dice: esa percepción está siempre al borde del colapso.

La conciencia, entonces, es el lugar donde estas seis fuerzas se encuentran:
regularidad sin necesidad, materia sin contacto, categorías sin garantías, procesos no computables, emergencia autoorganizada, incertidumbre radical. La percepción consciente es el nivel en el que la falta de causa se vuelve experiencia plena.

El mundo no toca al sujeto; el sujeto no toca al mundo; lo que hay es una danza de señales, campos, signos y expectativas que la mente metaboliza hasta sentirlos como contacto, como evidencia, como significado.

Epílogo

Hume, el racionalista que no sabía que lo era. Al final, cuando uno repasa este camino extraño , aparece una paradoja : Hume, el filósofo empirista, fue el que más lejos empujó a la razón. Sin quererlo, su escepticismo lo convirtió en un racionalista profundo. Porque solo un racionalista radical puede afirmar que: la causa no se ve , que la inducción no tiene fundamento ,que la mente construye más de lo que observa, que el mundo es menos “sólido” de lo que creemos.

La historia hoy  le concede a Hume ser el primer racionalista de la incertidumbre. El hombre que, sin salir de la experiencia, nos enseñó que la razón es más profunda que cualquier sustancia, y que la realidad —como la percepción— emerge siempre un milímetro más allá de lo que creemos conocer.