Aprender a
ver: una epistemología cibernética de la percepción
No vemos para entender: entendemos
para ver. Esta inversión —aparentemente contraintuitiva— resulta central
para una epistemología del aprendizaje. El cerebro no registra pasivamente los
estímulos del mundo: los organiza, los jerarquiza y les confiere sentido desde
el inicio de la experiencia.
¡No vemos las cosas como son
sino como somos!
Esta tesis permite comprender
fenómenos cotidianos y, a la vez, decisivos. Vemos rostros en las nubes,
figuras en manchas azarosas o intenciones donde solo hay movimientos. Del mismo
modo, un clínico experimentado puede “ver” una patología a partir de gestos
mínimos, posturas o silencios. En ninguno de estos casos la percepción surge de
una suma de datos neutros: emerge una forma significativa que hace
visible lo relevante.
La psicología de la Gestalt
demostró de manera contundente que la percepción humana tiende espontáneamente
a organizar los estímulos en totalidades significativas. No percibimos
primero partes aisladas que luego ensamblamos para formar un todo; ocurre lo
contrario: el todo aparece primero y, solo desde él, las partes adquieren
sentido. La conocida afirmación de que “el todo es más que la suma de sus
partes” no describe una suma enriquecida, sino un cambio de nivel: la forma
no es una agregación, sino una estructura que determina qué cuenta como parte y
qué no.
Aquí la epistemología kantiana
ofrece un marco esclarecedor. La experiencia no es posible sin formas previas
que la estructuren: espacio, tiempo, categorías del entendimiento. De
modo análogo, en el aprendizaje no hay percepción “pura” del objeto, sino
siempre una percepción mediada por las formas que el sujeto ya posee.
Lo que cambia al aprender no es solo lo que sabemos, sino el mundo que se
nos vuelve visible
Desde esta perspectiva, no vemos
puntos, sonidos o datos sueltos que luego interpretamos racionalmente; vemos
configuraciones organizadas desde el inicio. La percepción es ya
interpretación, aunque no reflexiva. Ver es reconocer una forma.
El lego y
la percepción ingenua
En este contexto, conviene
precisar qué entendemos por lego. Llamamos lego al sujeto sin
formación específica ni experiencia significativa en un dominio determinado,
cuya percepción se organiza a partir de formas globales ingenuas, no
diferenciadas, y guiadas por el sentido común cotidiano más que por criterios
técnicos o conceptuales.
El lego no “ve mal”: ve de un
modo funcional y suficiente para la vida cotidiana. Sin embargo. Ve totalidades
evidentes, pero no reconoce aún las relaciones internas que las sostienen. Esta
forma perceptiva inicial constituye el punto de partida de todo aprendizaje.
Aprender no
es sumar: es reorganizar la forma
Desde una epistemología del
aprendizaje, aprender no consiste principalmente en incorporar información
nueva, sino en transformar las formas que organizan la experiencia. Por
ello, el aprendizaje no siempre mejora de inmediato la percepción: muchas veces
la empobrece transitoriamente, deconstruye.
Quien observa una vivienda sin
conocimientos técnicos ve una casa: una totalidad evidente y funcional.
En cambio, quien comienza a formarse en construcción o arquitectura suele dejar
de ver la casa y empezar a ver ladrillos, vigas, columnas, mezclas. El
aprendizaje inicial fragmenta la percepción: el todo se vuelve inestable.
Solo con el tiempo, cuando la experiencia se consolida, el experto vuelve a ver
la casa, pero ahora la ve mejor: ve la totalidad y, simultáneamente, su
estructura interna.
Algo análogo ocurre al aprender
a leer. El lector experto no ve letras; ve sentido. El niño que aprende a leer
ve letras aisladas, sílabas forzadas, fragmentos sin unidad. Aprender a leer no
es sumar signos, sino hacer emerger una nueva totalidad perceptiva.
En la clínica médica, el
fenómeno se intensifica: el lego ve síntomas sueltos; el estudiante ve listas,
signos fragmentados, diagnósticos diferenciales. El clínico experimentado, en
cambio, ve un cuadro clínico: una configuración significativa que no se
deduce paso a paso, sino que se hace visible de manera inmediata. No es
intuición inexplicable, sino percepción entrenada.
Transformaciones
perceptivas del aprendizaje
La progresión desde la percepción ingenua hasta la
percepción experta puede sintetizarse de la siguiente manera:
|
Situación |
Lego |
Aprendiz |
Experto |
|
Construcción |
Ve una
casa como un todo evidente. |
Ve
ladrillos y estructuras aisladas. |
Ve la
casa y su estructura simultáneamente. |
|
Lectura |
Ve el
texto como un bloque confuso. |
Ve letras
y sílabas aisladas. |
Ve
sentido de manera inmediata. |
|
Clínica
médica |
Ve
síntomas sueltos. |
Ve signos
fragmentados y listas. |
Ve un
cuadro clínico. |
|
Radiología |
Ve
manchas sin sentido. |
Ve
estructuras aisladas. |
Ve
patrones patológicos. |
|
Música |
Escucha
la obra como emoción global. |
Escucha
notas y errores técnicos. |
Escucha
estructura y totalidad. |
|
Lengua
extranjera |
Oye
sonidos incomprensibles. |
Oye
palabras sueltas. |
Oye
sentido directamente. |
Esta progresión muestra que el
aprendizaje no avanza de las partes al todo, sino del todo ingenuo a la
fragmentación y, finalmente, a una totalidad reorganizada.
El
aprendizaje como proceso cibernético
Este recorrido puede comprenderse de manera más
profunda si se lo concibe como un mecanismo cibernético con bucles de
retroalimentación. El aprendizaje perceptivo no es lineal ni acumulativo,
sino recursivo y autorregulado.
El proceso puede describirse así:
- Totalidad perceptiva inicial: una forma global,
funcional, poco diferenciada.
- Fragmentación: el análisis introduce partes y
desestabiliza el todo.
- Retroalimentación: las partes actúan
como señales de corrección.
- Reorganización: el todo se reconfigura en una nueva
estructura más estable.
Este bucle se repite y se profundiza. El todo
orienta la percepción de las partes, y las partes retroalimentan y transforman
el todo. Aprender es, así, un proceso dialéctico, no lineal.
Abducción:
el disparador del bucle
El mecanismo cibernético del aprendizaje no se
activa de manera continua, sino a partir de un quiebre. Cuando la forma
vigente ya no logra organizar la experiencia, emerge la sorpresa. En
términos epistemológicos, este momento corresponde a la abducción, tal
como la formuló Charles S. Peirce.
La abducción no es deducción ni
inducción: es el reconocimiento implícito de que “algo no encaja”. No
explica aún, pero pone en marcha el proceso. En este marco, la abducción
actúa como el disparador del bucle cibernético.
La experiencia inesperada fragmenta la forma
previa, introduce partes, genera tensión y obliga a la reorganización. Cada
ciclo exitoso estabiliza una nueva gestalt. La percepción experta es el
resultado de innumerables abducciones pasadas que ya no necesitan hacerse
conscientes.
Por eso el experto “ve” sin calcular: su sistema
perceptivo ha sido entrenado por múltiples ciclos de desajuste, corrección y
reorganización.
Forma y
condiciones del conocer
Esta concepción encuentra un
respaldo filosófico sólido en Kant. La experiencia no es posible sin
condiciones previas del conocer: las formas a priori de la sensibilidad
(espacio y tiempo) y las categorías del entendimiento. No hay percepción “pura”
de lo dado.
De modo análogo, en el
aprendizaje no accedemos directamente al objeto, sino siempre a través de
formas previas. Aprender implica modificar esas formas. Cuando cambian las
formas, cambia el mundo que se vuelve visible.
Conclusión
En sentido profundo, aprender es
aprender a ver. Ver no es un acto pasivo, sino una operación cognitiva
compleja, histórica y corporal. El aprendizaje funciona como un sistema
cibernético de reorganización perceptiva, impulsado por la abducción y
estabilizado por la experiencia. Allí donde cambia la forma, cambia la
percepción.
Y allí donde cambia la percepción, cambia la realidad que habitamos.
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