Tipos de
conocimiento: contra la visión única
“Dios nos guarde de la visión única y del
sueño de Newton”
William Blake
Uno de los desafíos más
ambiciosos que la ciencia se ha impuesto en las últimas décadas es la
unificación de fuerzas y fenómenos que, en apariencia, poco tienen en común.
Más allá de sus resultados técnicos, esa búsqueda encierra una lección
epistemológica más profunda: la realidad no se deja capturar por una sola
perspectiva. Tal vez por eso Blake advertía, ya a fines del siglo XVIII, contra
el peligro de la visión única. No contra la ciencia, sino contra su
absolutización.
En nuestras reuniones del
laboratorio de café —donde conviven , médicos, abogados, ingenieros, docentes y
algún Cacho inevitable— esta tensión aparece de forma recurrente. Los datos
duros y los datos blandos no se excluyen: se solapan. El problema no es su
coexistencia, sino la pretensión de que uno de ellos agote la comprensión del
mundo.
Durante demasiado tiempo se
levantaron fronteras rígidas entre ciencias duras y ciencias blandas, entre
razón y experiencia, entre mito y conocimiento. Sin embargo, cuando observamos
con atención cómo conocemos realmente, descubrimos que esas fronteras
son porosas. No avanzamos por escalones, sino por capas superpuestas de
sentido. Y ese solapamiento —lejos de ser una debilidad— es precisamente lo que
nos permite orientarnos en un mundo incierto.
Hábitos,
tradición y el cerebro que infiere
La forma más elemental de
conocimiento se manifiesta en los hábitos. Son modos de acción que, por
repetición, se vuelven automáticos. Nos permiten movernos por el mundo con
economía cognitiva y nos ofrecen una sensación básica de estabilidad física y
psicológica. Pero vistos desde una perspectiva cognitiva, los hábitos no son
simples rutinas: son inferencias estabilizadas.
El cerebro aprende ajustando
expectativas. Cada hábito es una hipótesis que funcionó lo suficiente como para
dejar de ser cuestionada. En términos contemporáneos, el cerebro opera de
manera profundamente bayesiana: actualiza creencias a partir de la experiencia,
refuerza lo que reduce la sorpresa y debilita lo que la incrementa. Vivir es
inferir bajo incertidumbre.
Cuando esos hábitos se
socializan y adquieren fuerza normativa, se transforman en costumbres. Y cuando
se estabilizan en el tiempo, transmitiéndose entre generaciones, devienen
tradición. La tradición cumple una función decisiva: nos ahorra los
comienzos. Como señalaba Richard Dawkins al hablar de los memes, la cultura
también hereda. Pero esa herencia no es neutra: expresa aquello que una
comunidad acepta como verdadero, útil o sensato.
No es casual que la
tradición se condense en refranes que parecen contradictorios:
“Al que madruga Dios lo ayuda”, pero también “No por mucho madrugar se amanece
más temprano”.
Lejos de ser incoherencia, es sensibilidad al contexto. Cada refrán es
una inferencia válida bajo ciertas condiciones. La tradición no busca
universalidad; busca orientación práctica.
Sabiduría
popular, intuición y abducción
Algo similar ocurre con la
sabiduría popular. No es fácil definirla, pero todos la reconocemos cuando
aparece. Integra valores, creencias, emociones, relatos y experiencias vividas.
No depende del conocimiento formal ni de la erudición académica, y sin embargo
suele acertar en lo esencial de la vida afectiva y social. Hay personas poco
letradas que saben, con precisión quirúrgica, cuándo insistir y cuándo soltar,
cuándo un rencor es justo y cuándo es inútil.
Desde una mirada
epistemológica, esta sabiduría opera abductivamente. Charles Peirce
llamó abducción al salto creativo que propone la mejor explicación posible a
partir de indicios incompletos. Cuando alguien “intuye” que algo no va a salir
bien, no está adivinando: está reconociendo patrones aprendidos que no puede —o
no necesita— formalizar. La intuición no es irracional; es inferencia
comprimida, corporal, emocionalmente guiada.
El mito
como arquitectura del sentido
El mito, lejos de ser una
reliquia del pensamiento primitivo, ocupa un lugar estructural en esta
arquitectura del conocimiento. Para Claude Lévi-Strauss, todo mito formula una
pregunta sobre la existencia, enfrenta contrarios irreconciliables —vida y muerte,
creación y destrucción— y los reconcilia simbólicamente. El mito no explica
cómo funciona el mundo; explica cómo puede ser habitado sin desmoronarse
por dentro.
En este sentido, el mito
también infiere: no causas físicas, sino sentido existencial. Allí donde
la ciencia busca regularidades, el mito reduce la angustia. Ambas funciones son
distintas, pero no incompatibles.
Experiencia,
experticia y sus límites
La experiencia, tan invocada
como garantía de verdad, tiene un valor indiscutible pero limitado. Es siempre
local, situada, dependiente de un marco referencial. Por eso resulta difícil
generalizarla. Oscar Bonavena lo decía con ironía: la experiencia es un
peine que te regalan cuando te quedas calvo.
Epistemológicamente, la
experiencia es conocimiento a posteriori, directo y muchas veces sufrido. Solo
cuando se articula con reflexión, curiosidad y contraste sistemático, puede
transformarse en experticia. El experto no es quien vivió más, sino
quien aprendió a inferir mejor a partir de lo vivido.
Lógica y
mundo
El razonamiento lógico
introduce otro nivel: conceptos, definiciones, juicios e inferencias que se
ocupan de la forma del pensamiento y no de su contenido. La lógica no nos dice
qué pensar, sino si lo que pensamos es coherente. Spock, despojado de emociones
e ideologías, encarnaba ese ideal lógico. Pero incluso la lógica más impecable
necesita mundo para no convertirse en un ejercicio vacío.
Ciencia:
inferencia explícita y controlada
El conocimiento científico
emerge cuando la lógica, la experiencia y la imaginación se someten a reglas
compartidas. Siguiendo a Jorge Wagensberg, la ciencia se define por su
compromiso con la objetividad, la inteligibilidad y la dialéctica. Comprender es
hallar “la mínima expresión de lo máximo compartido”: construir una máquina de
preguntar y repreguntar.
La ciencia no inventa nuevas
formas de inferencia; las hace explícitas. La hipótesis científica es
una abducción formalizada; la inducción se vuelve estadística; la deducción,
matemática. Donde la vida cotidiana infiere en silencio, la ciencia infiere
en voz alta, bajo control público y con derecho al error.
Desde Popper aprendimos que
ninguna teoría se verifica definitivamente: solo sobrevive mientras resiste la
crítica. La incomodidad no es un defecto del método científico; es su precio
ético.
Newton,
Blake y el error de confundir eficacia con totalidad
Resulta difícil fijar un
momento preciso para el nacimiento de la ciencia. Desde Tales hasta Arquímedes,
desde Hipócrates hasta Galileo, se fue gestando una forma de interrogar al
mundo que alcanzó en Newton una potencia extraordinaria. El modelo mecanicista
sigue siendo uno de los troncos más sólidos del conocimiento humano. Funciona
admirablemente bien en el mundo cotidiano. El problema comienza cuando
confundimos eficacia con totalidad.
La física contemporánea —con
la cuántica, el vacío, la probabilidad y el observador— nos recordó que incluso
la ciencia más exitosa necesita humildad ontológica.
Epílogo: supervivencia cognitiva
La lección que atraviesa todas estas formas de
conocimiento es clara: ninguna es autosuficiente. El riesgo no está en
el mito, la tradición o la ciencia, sino en creer que una sola puede reemplazar
a todas las demás.
Nuestra supervivencia cognitiva —individual y
colectiva— depende de integrar hábitos, relatos, experiencia, intuición, lógica
y ciencia en una arquitectura inferencial flexible. El cerebro humano,
cotidiano o científico, no busca certezas absolutas: busca reducir la
incertidumbre de manera provisoria.
Tal vez Blake y Newton no se contradicen. Tal
vez nos recuerdan, desde distintos ángulos, que pensar es caminar entre
certezas parciales, sabiendo que ningún mapa agota el territorio, pero que sin
mapas caminaríamos a ciegas.
La Arquitectura del Conocimiento:
Las fronteras entre las ciencias duras y blandas, la razón y la
experiencia, y el mito y el conocimiento son porosas y se solapan. La tesis
central es que la supervivencia cognitiva, tanto individual como colectiva, no
reside en la supremacía de un método (como el científico), sino en la capacidad
de integrar una jerarquía superpuesta de saberes que incluye hábitos,
tradición, sabiduría popular, mito, experiencia, lógica y ciencia. Cada una de
estas formas cumple una función insustituible en la construcción del sentido y
en la forma en que los seres humanos habitan el mundo. La conclusión reconcilia
las perspectivas aparentemente opuestas de la ciencia y el humanismo,
proponiendo que pensar es un ejercicio de humildad que navega entre certezas
parciales. "Ningún mapa agota el
territorio", es indispensable tener mapas para no "caminar a
ciegas".
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