El suelo
del aprendizaje II
: humanos e
inteligencia artificial
Durante
años se discutió si la inteligencia artificial podría llegar a ser tan
inteligente como los seres humanos. La pregunta, sin embargo, está mal
planteada. El punto decisivo no es cuánta inteligencia hay, sino sobre qué
suelo aprende. La diferencia profunda entre la inteligencia artificial y la
humana no está en la velocidad, ni en la memoria, ni siquiera en la capacidad
de aprender. Está en el tipo de terreno donde ese aprendizaje ocurre.
Dos ¨suelos¨,
dos modos de aprender
Fernando
me hizo llegar una conferencia del premio Nobel de Física 2024 ,muy interesante
que expresa que la inteligencia artificial contemporánea basada en redes
neuronales, como las desarrolladas por Geoffrey Hinton— aprende
reconociendo patrones estadísticos, la herejía del aprendizaje sin reglas. Se
le muestran enormes cantidades de datos, comete errores, los corrige y ajusta
sus conexiones internas. Aprende porque reduce el error. Ese proceso es
poderoso y eficaz.
Pero
ocurre sobre un suelo muy específico: un suelo técnico y relativamente
estático, compuesto por correlaciones. Aunque
los valores internos cambien, el tipo de terreno no se transforma. La IA
optimiza, pero no reconfigura su propio marco de comprensión. El ser humano, en
cambio, aprende sobre un suelo completamente distinto.
El
suelo humano: un sistema vivo El
aprendizaje humano ocurre en un suelo ecológico y sistémico, es decir,
un entorno cognitivo vivo donde muchas capas interactúan entre sí. Todo
comienza con la sorpresa. Algo no encaja: una experiencia que rompe
nuestras expectativas. Esa ruptura no es estadística, es gestáltica: el mundo
deja de tener sentido por un momento. Ante esa sorpresa, el ser humano
realiza un tipo especial de inferencia que el filósofo Charles Peirce llamó abducción.
La
abducción consiste en proponer una hipótesis plausible: “¿qué podría estar
pasando aquí?”. No garantiza verdad, pero introduce novedad y abre un camino. Luego
intervienen otras dos formas de inferencia: la inducción, que permite
aprender de la experiencia repetida y formar patrones; la deducción, que
explora las consecuencias lógicas de lo que suponemos.
Estas
inferencias no actúan solas. Se ajustan constantemente mediante una lógica probabilística
bayesiana: revisamos nuestras creencias a la luz de nueva evidencia, sin
borrarlo todo cada vez. A esto se suma un elemento clave: el filtro del
error, tal como lo formuló Karl Popper. Las ideas se ponen a prueba, se
corrigen o se abandonan si fallan , o se aprueban provisoriamente. Aprender
implica dejar caer creencias.
Aprender
y aprender a aprender ,aquí aparece la diferencia decisiva. La
inteligencia artificial aprende. El ser humano no solo aprende: aprende
a aprender y, además, sabe que está aprendiendo. Puede reflexionar
sobre sus propios errores, cambiar de estrategia, revisar sus criterios y
decidir qué vale la pena entender.
El nivel
reflexivo depende de dos componentes esenciales del suelo humano:
1.-La
agentividad: estamos implicados en lo que conocemos, queremos
entender.
2.- El
control epistemológico: podemos observar cómo pensamos y
corregirnos. Nada de esto está presente en la IA actual. Nosotros podemos pensar y observar cómo
pensamos.
Los riesgos del suelo humano
El suelo humano no es perfecto. Francis Bacon ya
había advertido sobre los errores estructurales que lo atraviesan: los
errores de la caverna (sesgos personales), los de la tribu
(ilusiones colectivas), los del foro (confusiones del lenguaje),y los
del teatro (sistemas cerrados que se toman por verdad).
Reconocer
riesgos no elimina el error, pero permite habitarlo con conciencia.
Conclusión
Podemos
decirlo de manera simple:
La inteligencia artificial aprende sobre un suelo
de patrones. El ser humano aprende sobre un suelo ecológico que se transforma
al aprender. La IA ajusta parámetros. El humano transforma su terreno.
El verdadero desafío de nuestra época no es que las
máquinas aprendan cada vez mejor, sino que no empobrezca nuestro suelo cognitivo hasta reducirlo a mera
optimización. Cuidar el suelo humano —la sorpresa, la abducción, la reflexión,
el sentido— no es nostalgia. Es una condición para que el aprendizaje siga
siendo verdaderamente humano.
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