Corazonadas y Juegos:
El
cuerpo decide antes que la mente
Si los recuerdos
secretos que alcanzan el estado consciente permanecen enigmáticos, adquieren un
nombre: corazonadas.
El
neurólogo Antonio Damasio, famoso por su teoría del "marcador somático",
ideó un experimento de juego de cartas
que demuestra cómo nuestras decisiones a menudo se forman a un nivel
subconsciente antes de que seamos plenamente conscientes de ellas. Este juego,
diseñado para explorar la base biológica de las corazonadas, ofrecía una
visión de cómo el cuerpo y el cerebro interactúan para guiar nuestro
comportamiento.
Cómo se Desarrollaba el Juego: Damasio reunió a
16 jugadores, de los cuales seis padecían problemas neurológicos.
Cada jugador recibió $2,000 en efectivo y se sentó frente a cuatro
mazos de cartas. Las instrucciones eran sencillas: debían dar vuelta cartas
de cualquiera de los mazos con el objetivo de ganar la mayor cantidad de
dinero posible.
La clave del experimento:
Los
mazos "malos": Dos de los mazos (A y B) estaban programados para ofrecer
recompensas iniciales altas, pero con pérdidas mucho mayores e impredecibles a
largo plazo. Estos mazos, aunque tentadores al principio, eran en realidad
perdedores netos.
Los
mazos "buenos": Los otros dos mazos (C y D) ofrecían recompensas iniciales
más modestas, pero con pérdidas mucho menores y más predecibles. A largo plazo,
estos mazos eran los más rentables.
El
desafío:
Los jugadores no sabían de antemano qué mazos eran "buenos" o
"malos". Tenían que descubrir las reglas del juego a medida que
avanzaban, basándose únicamente en las sumas y restas de dinero que obtenían al
dar vuelta las cartas.
La Revelación del "Marcador
Somático":
Jugadores
sanos:
Poco a poco, los jugadores sanos comenzaron a desarrollar una respuesta
fisiológica un "marcador somático" al acercarse a los mazos
"malos". Antes de ser conscientes de por qué, sus cuerpos medidos por
indicadores como la conductancia de la piel, que refleja la sudoración mostraban
signos de estrés o ansiedad cuando consideraban elegir una carta de estos
mazos. Eventualmente, comenzaron a evitar conscientemente los mazos
"malos" y a preferir los "buenos", incluso antes de poder
articular por qué lo hacían. Su cuerpo les estaba dando una
"corazonada".
Jugadores
con daño neurológico:
En contraste, los pacientes con ciertos tipos de daño cerebral, particularmente
en áreas relacionadas con el procesamiento emocional, no desarrollaron estos
"marcadores somáticos". Continuaron eligiendo cartas de los mazos
"malos" a pesar de perder dinero, lo que sugiere que su capacidad
para procesar las señales emocionales que guían la toma de decisiones estaba
comprometida.
En
esencia, el juego de cartas de Damasio demostró que las corazonadas tienen
una base biológica profunda. Nuestro cuerpo reacciona a los resultados de
nuestras acciones, generando señales, marcadores somáticos que, aunque no
siempre lleguen a nuestra conciencia plena, influyen poderosamente en nuestras
decisiones. Estas señales nos ayudan a evitar peligros y a buscar recompensas,
anticipándose a nuestro pensamiento racional consciente y guiándonos hacia
mejores resultados.
Lógicamente
existía una regla básica oculta, solo algunos de los ¨normales¨ se dieron cuenta rápidamente, de la misma, ellos ¨habían alcanzado el estado intuitivo¨,
el nivel de corazonada. La regla oculta
consistía en que dos barajas buenas producían recompensas inmediatas bajas,
pero un alto rendimiento total y dos
barajas malas proporcionaban grandes ganancias inmediatas pero mayores pérdidas
totales.
Mientras jugaban,
las palmas de los jugadores tenían un dispositivo que permitía detectar
modificaciones en la conductancia eléctrica
de la piel, reflejando esto, cambios
emotivos que no alcanzan a ser percibidos en forma consciente. Los
jugadores fueron interrumpidos ocasionalmente y se les pidió que dijeran lo que
estaba pasando. Después de voltear aproximadamente 50 cartas, la mayoría de
ellos llegó a una conclusión: Dos barajas son buenas y dos son malas.
Durante el juego
algunos se anticiparon a que estaban jugando en forma ventajosa aún antes
de saber lo que ocurría, cuando
supieron por qué y lo expresaron en voz
alta, significaba que alcanzaron el estado conceptual.
Una pareja de jugadores ¨normales¨ nunca alcanzo el este estado conceptual
jugaron en forma correcta guiados por su estado intuitivo, corazonada o palpito. Por otro lado, los pacientes con daño cerebral nunca llegaron al estado intuitivo,
pero tres de esos seis pacientes alcanzaron el punto donde conscientemente
sabían que había barajas buenas y malas, aun así, estos jugadores con problemas
neurológicos continuaban escogiendo cartas malas argumentando que era más
excitante jugar con las barajas que representaban riesgos o que uno nunca podía
saber cuándo cambiarían las reglas.
Tal vez esa predilección por las malas decisiones
tenga una fundamentación biológica que no solo se ve en los juegos de cartas,
sino en lo cotidiano. Como vemos todos
somos jugadores y en nuestras decisiones
se unen la razón, los recuerdos y
las emociones las cuales muchas veces accionan secretamente. La rapidez
de la intuición experta no significa precipitación, sino un proceso previo de
cargar experiencias recuperables rápidamente de nuestro inconsciente, donde
la razón y la intuición se funden al decidir.
Este experimento
de Damasio revela algo inquietante y revelador a la vez: la emoción guía la
razón. Muchas veces decidimos bien antes de entender por qué. Otras veces,
saber no es suficiente si el cuerpo no acompaña esa comprensión. En el fondo,
nuestras corazonadas no son impulsos arbitrarios: son memorias emocionales,
experiencias pasadas codificadas en lo corporal, que emergen como señales
silenciosas en el momento de decidir.
No se trata de contraponer razón e intuición, sino de entender que la
intuición experta —la que funciona— no es precipitación, sino la
destilación rápida de miles de experiencias pasadas, almacenadas en un rincón
del cuerpo que no siempre habla con palabras.
Tal vez por eso, en nuestras decisiones cotidianas —el trabajo, una
relación, una inversión, un camino a tomar— jugamos como en el experimento:
barajamos recuerdos, emociones, aprendizajes y corazonadas. Lo importante no es
silenciar ninguna de estas voces, sino aprender a escucharlas juntas. Como
en el juego de cartas, a veces el cuerpo ya lo sabe, mucho antes de que
lo digamos en voz alta.
Epílogo: Educar
la intuición
La capacidad de
anticipar decisiones acertadas sin razonamiento explícito es lo que el
psicólogo Daniel Kahneman llama
intuición
experta. Pero advierte: no toda intuición es confiable. Solo
aquella que se entrena en entornos regulares, donde la experiencia permite
generar patrones estables y retroalimentación clara, puede volverse una
herramienta válida. Un médico, un ajedrecista, un bombero pueden desarrollar
este saber tácito. No es magia: es práctica. Es otra forma de inteligencia que
se forma con el tiempo, a través de prueba y error, de atención afinada y mucha
memoria acumulada.
Educar la intuición,
entonces, no significa “seguir siempre al corazón”, sino formar un corazón que
sepa a qué señales atender y cómo convertirlas en conceptos útiles. La
verdadera intuición experta surge cuando se activa una tríada viva: experiencia,
que aporta los datos del mundo; experticia, que los
organiza en patrones de acción; y la persona experta, que
encarna ese saber en la práctica, de modo reflexivo y sensible. Es un proceso
de integración en el que cuerpo, emoción y pensamiento aprenden a conversar en
silencio. Y es allí, en ese equilibrio invisible entre lo vivido, lo sabido y
lo encarnado, donde muchas veces decidimos mejor de lo que sabemos.
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