viernes, junio 27, 2025

Corazonadas y Juegos: El cuerpo decide antes que la mente

 

Corazonadas y Juegos:

             El cuerpo decide antes que la mente

 

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Si los recuerdos secretos que alcanzan el estado consciente permanecen enigmáticos, adquieren un nombre: corazonadas.  

El neurólogo Antonio Damasio, famoso por su teoría del "marcador somático", ideó un  experimento de juego de cartas que demuestra cómo nuestras decisiones a menudo se forman a un nivel subconsciente antes de que seamos plenamente conscientes de ellas. Este juego, diseñado para explorar la base biológica de las corazonadas, ofrecía una visión de cómo el cuerpo y el cerebro interactúan para guiar nuestro comportamiento.

Cómo se Desarrollaba el Juego: Damasio reunió a 16 jugadores, de los cuales seis padecían problemas neurológicos. Cada jugador recibió $2,000 en efectivo y se sentó frente a cuatro mazos de cartas. Las instrucciones eran sencillas: debían dar vuelta cartas de cualquiera de los mazos con el objetivo de ganar la mayor cantidad de dinero posible.

La clave del experimento:

Los mazos "malos": Dos de los mazos (A y B) estaban programados para ofrecer recompensas iniciales altas, pero con pérdidas mucho mayores e impredecibles a largo plazo. Estos mazos, aunque tentadores al principio, eran en realidad perdedores netos.

Los mazos "buenos": Los otros dos mazos (C y D) ofrecían recompensas iniciales más modestas, pero con pérdidas mucho menores y más predecibles. A largo plazo, estos mazos eran los más rentables.

El desafío: Los jugadores no sabían de antemano qué mazos eran "buenos" o "malos". Tenían que descubrir las reglas del juego a medida que avanzaban, basándose únicamente en las sumas y restas de dinero que obtenían al dar vuelta las cartas.

La Revelación del "Marcador Somático":

Jugadores sanos: Poco a poco, los jugadores sanos comenzaron a desarrollar una respuesta fisiológica un "marcador somático" al acercarse a los mazos "malos". Antes de ser conscientes de por qué, sus cuerpos medidos por indicadores como la conductancia de la piel, que refleja la sudoración mostraban signos de estrés o ansiedad cuando consideraban elegir una carta de estos mazos. Eventualmente, comenzaron a evitar conscientemente los mazos "malos" y a preferir los "buenos", incluso antes de poder articular por qué lo hacían. Su cuerpo les estaba dando una "corazonada".

Jugadores con daño neurológico: En contraste, los pacientes con ciertos tipos de daño cerebral, particularmente en áreas relacionadas con el procesamiento emocional, no desarrollaron estos "marcadores somáticos". Continuaron eligiendo cartas de los mazos "malos" a pesar de perder dinero, lo que sugiere que su capacidad para procesar las señales emocionales que guían la toma de decisiones estaba comprometida.

En esencia, el juego de cartas de Damasio demostró que las corazonadas tienen una base biológica profunda. Nuestro cuerpo reacciona a los resultados de nuestras acciones, generando señales, marcadores somáticos que, aunque no siempre lleguen a nuestra conciencia plena, influyen poderosamente en nuestras decisiones. Estas señales nos ayudan a evitar peligros y a buscar recompensas, anticipándose a nuestro pensamiento racional consciente y guiándonos hacia mejores resultados.

Lógicamente existía una regla básica oculta, solo algunos de los ¨normales¨ se dieron cuenta rápidamente, de la misma, ellos  ¨habían alcanzado el estado intuitivo¨, el nivel de corazonada.  La regla oculta consistía en que dos barajas buenas producían recompensas inmediatas bajas, pero un alto rendimiento total  y dos barajas malas proporcionaban grandes ganancias inmediatas pero mayores pérdidas totales.

Mientras jugaban, las palmas de los jugadores tenían un dispositivo que permitía detectar modificaciones en la conductancia eléctrica de la piel, reflejando esto, cambios emotivos que no alcanzan a ser percibidos en forma consciente. Los jugadores fueron interrumpidos ocasionalmente y se les pidió que dijeran lo que estaba pasando. Después de voltear aproximadamente 50 cartas, la mayoría de ellos llegó a una conclusión: Dos barajas son buenas y dos son malas.

Durante el juego algunos se anticiparon a que estaban jugando en forma ventajosa aún antes de saber lo que ocurría,  cuando supieron por qué y lo expresaron  en voz alta, significaba que alcanzaron el estado conceptual.

Una pareja de jugadores ¨normales¨   nunca alcanzo el este estado conceptual jugaron en forma correcta guiados por su estado intuitivo,  corazonada o palpito. Por otro lado,  los pacientes con daño cerebral nunca llegaron al estado intuitivo, pero tres de esos seis pacientes alcanzaron el punto donde conscientemente sabían que había barajas buenas y malas, aun así, estos jugadores con problemas neurológicos continuaban escogiendo cartas malas argumentando que era más excitante jugar con las barajas que representaban riesgos o que uno nunca podía saber cuándo cambiarían las reglas. 

Tal vez esa predilección por las malas decisiones tenga una fundamentación biológica que no solo se ve en los juegos de cartas, sino en lo cotidiano.  Como vemos todos somos jugadores y  en nuestras decisiones  se unen la razón, los recuerdos y las emociones las cuales muchas veces accionan secretamente. La rapidez de la intuición experta no significa precipitación, sino un proceso previo de cargar experiencias recuperables rápidamente de nuestro inconsciente, donde la  razón y la intuición se funden al decidir.

Este experimento de Damasio revela algo inquietante y revelador a la vez: la emoción guía la razón. Muchas veces decidimos bien antes de entender por qué. Otras veces, saber no es suficiente si el cuerpo no acompaña esa comprensión. En el fondo, nuestras corazonadas no son impulsos arbitrarios: son memorias emocionales, experiencias pasadas codificadas en lo corporal, que emergen como señales silenciosas en el momento de decidir.

No se trata de contraponer razón e intuición, sino de entender que la intuición experta —la que funciona— no es precipitación, sino la destilación rápida de miles de experiencias pasadas, almacenadas en un rincón del cuerpo que no siempre habla con palabras. 

Tal vez por eso, en nuestras decisiones cotidianas —el trabajo, una relación, una inversión, un camino a tomar— jugamos como en el experimento: barajamos recuerdos, emociones, aprendizajes y corazonadas. Lo importante no es silenciar ninguna de estas voces, sino aprender a escucharlas juntas. Como en el juego de cartas, a veces el cuerpo ya lo sabe, mucho antes de que lo digamos en voz alta.

Epílogo: Educar la intuición

La capacidad de anticipar decisiones acertadas sin razonamiento explícito es lo que el psicólogo Daniel Kahneman llama intuición experta. Pero advierte: no toda intuición es confiable. Solo aquella que se entrena en entornos regulares, donde la experiencia permite generar patrones estables y retroalimentación clara, puede volverse una herramienta válida. Un médico, un ajedrecista, un bombero pueden desarrollar este saber tácito. No es magia: es práctica. Es otra forma de inteligencia que se forma con el tiempo, a través de prueba y error, de atención afinada y mucha memoria acumulada.

Educar la intuición, entonces, no significa “seguir siempre al corazón”, sino formar un corazón que sepa a qué señales atender y cómo convertirlas en conceptos útiles. La verdadera intuición experta surge cuando se activa una tríada viva: experiencia, que aporta los datos del mundo; experticia, que los organiza en patrones de acción; y la persona experta, que encarna ese saber en la práctica, de modo reflexivo y sensible. Es un proceso de integración en el que cuerpo, emoción y pensamiento aprenden a conversar en silencio. Y es allí, en ese equilibrio invisible entre lo vivido, lo sabido y lo encarnado, donde muchas veces decidimos mejor de lo que sabemos.

 

 

 

 

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