jueves, junio 05, 2025

¿SOPA O CREPES O SOPA DE CREPES? UNA METAFORA COMESTIBLE SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA

 

¿SOPA O CREPES O SOPA DE CREPES? UNA METAFORA COMESTIBLE SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA

La pregunta de si venimos de una sopa o de crepes no es solo culinaria: es epistemológica. ¿La vida emergió de un caos químico homogéneo o de una estructura organizada sobre superficies? ¿El caldo primigenio o la placa caliente de la Tierra como matriz de orden?

Si tuviera que responder desde mi infancia, diría sopa sin dudarlo. En mi casa era el primer plato de casi todos los días. En la primaria, como medio pupilo salesiano, más que costumbre era obligación. Nada que ver con ciencia o bioquímica. Simplemente, se tomaba sopa. Y punto. No creo que mi caso fuera excepcional en la época pre-hamburguesa.

La primera vez que asocié esa sopa infantil con el origen de la vida fue en quinto de secundaria. Allí, nombres como Darwin, Watson y Crick comenzaron a darme un marco para esa inquietud cósmica. El descubrimiento de la estructura del ADN representó una revolución: los elementos expulsados por el Big Bang, combinándose hasta formar moléculas autorreplicantes. Sin embargo, algunas teorías actuales apuntan a un origen menos líquido y más estructurado: en lugar de sopa, crepes.

¿Por qué crepes? Porque en una solución homogénea es muy difícil sintetizar polímeros largos como proteínas o ácidos nucleicos. Las superficies sólidas, en cambio, permiten la acumulación y organización de moléculas. Sobre minerales calientes, estos compuestos se habrían dispuesto y enlazado, como ingredientes sobre una plancha, formando crepes prebióticos antes que un caldo.

Científicos como John Bernal o Cairns-Smith propusieron la hipótesis de la arcilla: no solo como superficie catalítica, sino como posible portadora de una forma primitiva de información. Las arcillas, formadas por redes cristalinas defectuosas, pueden crecer, mutar y replicar sus imperfecciones estructurales. En otras palabras, evolucionar.

La Tierra, entonces, sería una gran maquinaria cristalizadora: sus minerales no solo son bellos y simétricos, sino que, bajo ciertas condiciones de temperatura, presión y tiempo, pueden organizarse en estructuras que recuerdan a las del ADN o las proteínas. Este “crecimiento cristalino” sería un modelo de autoorganización prebiótica.

Pero hay más. Otro enigma crucial vinculado al origen de la vida es la quiralidad. Un objeto es quiral cuando puede existir en dos versiones simétricas entre sí, como nuestras manos. Las moléculas esenciales para la vida también son quirales: los aminoácidos que forman nuestras proteínas giran hacia la izquierda (levógiros), mientras que los azúcares del ADN y ARN giran hacia la derecha (dextrógiros). Un desequilibrio misterioso que aún hoy no comprendemos del todo.

Este sesgo molecular es tan decisivo que los astrobiólogos lo usan como criterio para buscar vida en otros planetas: la detección de moléculas quirales sería una posible huella biológica. Y no solo eso. La historia de la talidomida, que produjo severas malformaciones en recién nacidos debido a una de sus formas quirales, es un recordatorio trágico de que estas asimetrías invisibles tienen consecuencias muy reales.

¿Podría haber vida en otro planeta basada en aminoácidos “de derechas” y azúcares “de izquierdas”? En principio, sí. Pero sería bioquímicamente incompatible con la nuestra. Como si en otro rincón del universo cocinaran con el mismo recetario, pero con todos los utensilios invertidos.

Epílogo: una receta imperfecta del cosmos

Al final, todas estas hipótesis —la sopa, los crepes, los cristales, la arcilla, la quiralidad— son intentos humanos por entender un origen que se resiste a una respuesta única. Tal vez la vida no comenzó en un caldo homogéneo ni en una galleta perfectamente cocida, sino en algún punto intermedio: una tortilla mal doblada sobre una piedra caliente, una receta improvisada del cosmos.

Sin embargo, en nuestras cocinas, la sopa ha resistido mejor el paso del tiempo. El crepe aparece con menos frecuencia. Recuerdo con gravedad casi bíblica la orden: “¡Tomá la sopa!”. Y nunca algo similar sobre un crepe.

Para muchos —y no me excluyo— esa frase resuena como una metáfora ancestral del Big Bang en versión comestible: una orden que nos recuerda que venimos del hambre, del caos, de la transformación, y que la vida misma es una mezcla entre azar, calor, y un poco de sazón.

Si el universo empezó con hambre, que nunca nos falte una buena sopa, un crepe de ideas o una receta epistemológica para pensar.

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