El enigma del reflejo
“Los espejos tienen algo monstruoso”, escribió
Borges, evocando a Bioy Casares, quien recordaba que uno de los heresiarcas de
Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque
multiplican el número de los hombres.
“Los
espejos, antes de darnos la imagen que reproducen, deberían reflexionar un
poco.”
Jean Cocteau
El interés por los espejos
es tan antiguo como universal. Han sido símbolo de vanidad, verdad, mentira,
desdoblamiento y misterio. Algunos espejos célebres nos llegan desde los mitos
y los cuentos: el de Narciso, el de Blancanieves, el de Alicia. Pero hay otros
espejos, menos poéticos y no por ello menos reveladores. Uno de ellos lo
llevamos dentro: es biológico, invisible y activo. Son las neuronas espejo,
descubiertas en los años 90 por Giacomo Rizzolatti y su equipo al estudiar el
cerebro de monos macacus. Estas neuronas se activan tanto cuando
realizamos una acción como cuando vemos a otro hacerla. Son clave para la
imitación, la comprensión de gestos y, más profundamente, para la empatía.
No reflejan un rostro, sino un estado del otro. No muestran imágenes, sino
emociones en acto.
Reflejo y
desconcierto
Mirarse en un espejo no es tan simple como
parece. Los espejos reflejan, sí, pero también perturban. Como decía Alicia,
todo parece "ir del otro lado". ¿Por qué lo reflejado se ve invertido
de izquierda a derecha y no de arriba abajo? La intuición común dice que el
espejo invierte lateralmente, pero eso no es del todo exacto. En realidad, el
espejo refleja punto a punto respecto a su plano, invirtiendo el eje adelante-atrás.
Lo que interpretamos como una inversión izquierda-derecha es una construcción
mental, una ilusión aprendida. Ocurre porque proyectamos nuestro esquema
corporal sobre ese "otro" que parece mirarnos desde el otro lado.
Por eso, si levanto la mano derecha, en el
espejo la veo moverse del lado izquierdo de la imagen, pero sigue siendo mi
derecha. El reflejo no cambia la lateralidad: cambia la profundidad. Y
esa sutileza puede convertirse en desconcierto.
Un cuerpo
que no obedece
En Asunción, mientras caminábamos con Ariel
por el Shopping del Sol, nos detuvimos frente a una gran pantalla que
transmitía en tiempo real lo que captaba una cámara. Nuestra imagen aparecía
allí, pero algo se sentía extraño. Al mover los brazos o las manos, una leve
incomodidad surgía. No era un error técnico. Era más profundo: una disonancia
entre lo que veía y lo que mi cuerpo esperaba. Me costaba coordinar mis gestos
con esa imagen.
Entonces entendí: no era una imagen especular, como la del espejo, sino
una imagen frontal, como la que capta alguien que me mira de frente.
Mostraba mi “yo visible”, no mi “yo habitual”. Esa representación externa de mi
cuerpo no coincidía con mi memoria corporal ni con la experiencia aprendida de
años frente al espejo. La acción más simple —levantar una mano, ajustar una
prenda— se volvía torpe. Como si el cuerpo reflejado no respondiera.
El espejo imita una
relación de cara a cara, interpretamos intuitivamente que la imagen mueve su
derecha —que, desde nuestro punto de vista, aparece en el lado izquierdo del
espejo— en sincronía con nuestra propia mano derecha.”
Contraste
entre espejo y pantalla:
En el espejo:
Movés tu mano derecha, y la imagen también levanta su mano derecha.
Pero como el espejo invierte lateralmente, tu mano derecha aparece del lado
izquierdo del reflejo (desde tu punto de vista).
Lo interpretás como una relación cara a cara contigo mismo.
En la pantalla cuando te filman:
Movés tu mano derecha, y la ves moverse hacia el lado derecho de la
pantalla, como si fuera otra persona de frente.
No hay inversión especular: el movimiento coincide con el de alguien que está mirándote
desde enfrente.
Ahí el cerebro se desorienta
momentáneamente. Tu cuerpo no encaja del todo en esa imagen. Sentís algo “raro”.
Y esa rareza es profundamente interesante
El cuerpo
vivido y el cuerpo observado
Lo que me desconcertó es
porque se quebró un acuerdo tácito entre mi percepción interna y la imagen
externa. Mi propiocepción, mi esquema corporal y mi memoria
especular no reconocían ese cuerpo proyectado en la pantalla. Como diría
Merleau-Ponty, me enfrenté al cuerpo como objeto visible, no como cuerpo
vivido... "Ese
pequeño abismo entre la familiaridad del espejo y la de la cámara bastó para
inquietarme y empujarme a buscar una explicación."
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