“La
inteligencia que no se ve: ciudades hormigas y nosotros”
Luis
postula que nuestra ciudad debería volcarse ediliciamente más hacia el río. Que
la densidad por hectárea no es la apropiada. Que ciertas decisiones —como el diseño
del puente y la orientación de las rutas— fueron tomadas no en función del
desarrollo urbano, sino de una estrategia geopolítica vinculada al conflicto
con Brasil. Esto, como mínimo, nos resulta lamentable.
Esto me llevó a recordar un libro
extraordinario de Steven Johnson: Sistemas Emergentes. O qué tienen en común
hormigas, neuronas, ciudades y software. Allí se visibiliza un nexo
profundo, casi secreto, entre distintos niveles de organización en la
naturaleza y en la cultura humana.
La emergencia:
cuando lo complejo nace de lo simple
La
emergencia, como explica Steven Johnson es el proceso por el cual reglas
simples e interacciones locales generan patrones complejos, coherentes y
funcionales. Este fenómeno no es nuevo, pero sí lo es nuestra capacidad de
pensarlo —y producirlo— conscientemente.
La historia del concepto atraviesa tres etapas:
1.
El
intento de comprender la autoorganización en sistemas naturales (como los
enjambres o los ecosistemas);
2.
Su
expansión como fenómeno transdisciplinario en biología, sociología o
tecnología;
3.
Y,
más recientemente, su uso deliberado en la producción artificial de
complejidad: desde algoritmos evolutivos y arte generativo, hasta redes
neuronales y videojuegos.
Entender
la emergencia es aprender a ver diseño sin diseñador, inteligencia sin
conciencia, orden sin mando. El estudio de organismos simples como el moho del
fango ha revelado estrategias de resolución de problemas que asombran por su
eficiencia sin necesidad de un “plan maestro”. Pero el ejemplo más potente
sigue siendo el de las hormigas.
Hormigas, células y ciudades: una inteligencia sin
centro
Las hormigas poseen un lenguaje rudimentario basado en
feromonas, contacto y desplazamientos. No tienen marcapasos, ni líderes que
dirijan la acción colectiva. La reina solo cumple la función de procrear; no
ordena, no decide. Sin embargo, del conjunto de interacciones entre hormigas
surge un sistema sorprendentemente eficiente y adaptativo. Eso es la
emergencia.
Un fenómeno similar ocurre en nuestro cuerpo. Cada grupo celular, entre los
billones que nos conforman, tienen lo que el premio Nobel Gerald Edelman llamó topobiología:
capacidad genética y molecular que guía a las células durante el desarrollo
embrionario, como si supieran de antemano a qué lugar deben migrar y qué forma
adoptar. Una suerte de “sentido de orientación” que les permite ubicarse,
especializarse y funcionar en relación con sus vecinas. Así, sin un director
central, emergen tejidos, órganos, funciones complejas.
¿Y las ciudades? También ellas son sistemas emergentes. No hubo un
plano total que determine cómo se organiza una ciudad a lo largo de centurias.
Sus flujos, sus ritmos, su fisonomía responden a interacciones locales,
decisiones cotidianas, necesidades invisibles. Si se interfiere desde una
lógica puramente estratégica —como ocurrió en nuestra ciudad— sin comprender
esa complejidad, el sistema entero se resiente.
La mente, la conciencia y el misterio de pertenecer
Somos materia organizada. No tenemos ningún componente que no esté ya
presente en la tabla periódica. Y, sin embargo, de esos elementos inertes
emerge la vida , de las células ,de las neuronas, la conciencia. Y , algo aún
más inasible: lo que llamamos espíritu.
Esa tríada —mente, conciencia, espíritu— puede
entenderse como una sola entidad emergente cuya esencia es la subjetividad, y
su manifestación, la experiencia vivida.
Ninguna célula sabe a quién pertenece ni para qué existe. Sin
embargo, de su conjunto emerge la maravilla de sentir, de pensar, de amar, de...
Desde esta perspectiva, la vida misma es el ejemplo más radical de
emergencia. Y si hay una ley profunda que rige este fenómeno, es posible
que sea allí —justo allí— donde los creyentes reconocen la presencia de Dios.
Una de las lecciones más
profundas que nos ofrecen las hormigas, las células y las ciudades es que no
todo lo que vale se ve. Que la vida misma es el ejemplo más radical de
emergencia de sabiduría de lo invisible. Y si hay una ley profunda que rige
ese fenómeno, es posible que sea allí —justo allí— donde los creyentes reconocen
la presencia de Dios.
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