lunes, junio 16, 2025

Sistemas Emergentes


 


“La inteligencia que no se ve: ciudades hormigas y nosotros”

 


Luis postula que nuestra ciudad debería volcarse ediliciamente más hacia el río. Que la densidad por hectárea no es la apropiada. Que ciertas decisiones —como el diseño del puente y la orientación de las rutas— fueron tomadas no en función del desarrollo urbano, sino de una estrategia geopolítica vinculada al conflicto con Brasil. Esto, como mínimo, nos resulta lamentable.

 

Esto me llevó a recordar un libro extraordinario de Steven Johnson: Sistemas Emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. Allí se visibiliza un nexo profundo, casi secreto, entre distintos niveles de organización en la naturaleza y en la cultura humana.

La emergencia: cuando lo complejo nace de lo simple

La emergencia, como explica Steven Johnson es el proceso por el cual reglas simples e interacciones locales generan patrones complejos, coherentes y funcionales. Este fenómeno no es nuevo, pero sí lo es nuestra capacidad de pensarlo —y producirlo— conscientemente.


La historia del concepto atraviesa tres etapas:

1.      El intento de comprender la autoorganización en sistemas naturales (como los enjambres o los ecosistemas);

2.      Su expansión como fenómeno transdisciplinario en biología, sociología o tecnología;

3.      Y, más recientemente, su uso deliberado en la producción artificial de complejidad: desde algoritmos evolutivos y arte generativo, hasta redes neuronales y videojuegos.

Entender la emergencia es aprender a ver diseño sin diseñador, inteligencia sin conciencia, orden sin mando. El estudio de organismos simples como el moho del fango ha revelado estrategias de resolución de problemas que asombran por su eficiencia sin necesidad de un “plan maestro”. Pero el ejemplo más potente sigue siendo el de las hormigas.

Así funciona un hormiguero | Ciencia | EL PAÍS

Hormigas, células y ciudades: una inteligencia sin centro

Las hormigas poseen un lenguaje rudimentario basado en feromonas, contacto y desplazamientos. No tienen marcapasos, ni líderes que dirijan la acción colectiva. La reina solo cumple la función de procrear; no ordena, no decide. Sin embargo, del conjunto de interacciones entre hormigas surge un sistema sorprendentemente eficiente y adaptativo. Eso es la emergencia.

Un fenómeno similar ocurre en nuestro cuerpo. Cada grupo celular, entre los billones que nos conforman, tienen lo que el premio Nobel Gerald Edelman llamó topobiología: capacidad genética y molecular que guía a las células durante el desarrollo embrionario, como si supieran de antemano a qué lugar deben migrar y qué forma adoptar. Una suerte de “sentido de orientación” que les permite ubicarse, especializarse y funcionar en relación con sus vecinas. Así, sin un director central, emergen tejidos, órganos, funciones complejas.

 

¿Y las ciudades? También ellas son sistemas emergentes. No hubo un plano total que determine cómo se organiza una ciudad a lo largo de centurias. Sus flujos, sus ritmos, su fisonomía responden a interacciones locales, decisiones cotidianas, necesidades invisibles. Si se interfiere desde una lógica puramente estratégica —como ocurrió en nuestra ciudad— sin comprender esa complejidad, el sistema entero se resiente.

La mente, la conciencia y el misterio de pertenecer

Somos materia organizada. No tenemos ningún componente que no esté ya presente en la tabla periódica. Y, sin embargo, de esos elementos inertes emerge la vida , de las células ,de las neuronas, la conciencia. Y , algo aún más inasible: lo que llamamos espíritu.

Esa tríada —mente, conciencia, espíritu— puede entenderse como una sola entidad emergente cuya esencia es la subjetividad, y su manifestación, la experiencia vivida.

Ninguna célula  sabe a quién pertenece ni para qué existe. Sin embargo, de su conjunto emerge la maravilla de sentir, de pensar, de amar, de... Desde esta perspectiva, la vida misma es el ejemplo más radical de emergencia. Y si hay una ley profunda que rige este fenómeno, es posible que sea allí —justo allí— donde los creyentes reconocen la presencia de Dios.

 

Epílogo:

Una de las lecciones más profundas que nos ofrecen las hormigas, las células y las ciudades es que no todo lo que vale se ve. Que la vida misma es el ejemplo más radical de emergencia de sabiduría de lo invisible. Y si hay una ley profunda que rige ese fenómeno, es posible que sea allí —justo allí— donde los creyentes reconocen la presencia de Dios.

 

 

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