Las lógicas en nuestras vidas: una charla de café
con Peirce, Taleb, Kahneman, Nonaka, Takeuchi… y Cacho
En nuestras charlas de café,
Cacho siempre se apura a advertir: A mí no me hablen de matemáticas. Lo dice
con alivio, como quien encuentra una salida de emergencia del pensamiento
formal. Sin embargo, la ironía es profunda: Cacho piensa como un estadístico.
Razonable, intuitivo, preciso. No usa fórmulas ni lápiz ni papel, pero su mente
calibra en tiempo real. Como todos, sin saberlo, practica la lógica del día
a día: una lógica bayesiana de café.
Con Cacho
esperamos a Carlos, nuestro amigo a veces impuntual. Por experiencia, Cacho
sabe que Carlos llega tarde siete de cada diez veces. Esa estadística personal
le genera una creencia previa, una hipótesis de base. Pero hoy, Carlos envía un
mensaje:
—¡Ya salí! Llego en cinco.
Cacho no hace cálculos explícitos, pero su expectativa cambia. Ajusta su
creencia con la nueva información. Eso, sin saberlo, es razonamiento
bayesiano: partir de una ¨probabilidad previa¨, incorporar nueva
evidencia, y actualizar la creencia resultante.
Además, Cacho recuerda que
otras veces ese mismo “llego en cinco” se tradujo en veinte minutos de espera.
Lo que está haciendo es considerar la ¨probabilidad condicional¨ y, de
forma aún más sofisticada, la ¨probabilidad inversa¨: se pregunta, sin
decirlo, qué tan confiable es el mensaje dado lo que sabe de Carlos.
Todo eso mientras revuelve su café.
¿Qué lógica es esta? No se trata de lógica
formal, del tipo “si A, entonces B”. Tampoco está discutiendo con alguien, como
en la lógica informal argumentativa. Está razonando en el terreno movedizo
de la incertidumbre práctica. Y ahí entra la lógica bayesiana: una lógica
para vivir, para adaptarse, para pensar sin certezas.
Podemos decir que convivimos
con tres grandes formas de razonar:
1.
La lógica informal, que incluye la abducción (proponer hipótesis), la inducción
(generalizar) y la deducción (aplicar reglas).
2.
La lógica formal, rigurosa, matemática, útil para derivar conclusiones a partir de
premisas verdaderas.
3.
El pensamiento bayesiano, que opera con incertidumbre, ajustando creencias mediante probabilidad
condicional.
Cada una tiene su rol. La
abducción selecciona hipótesis plausibles, pero no las cuantifica. Ahí
interviene el pensamiento bayesiano, que evalúa, asigna y reajusta
probabilidades: previas y posteriores.
Pensar al revés Cacho no parte de una regla
general para aplicarla. Parte del efecto (Carlos llega tarde) e infiere
causas (quizás salió más temprano, quizás miente). Es lo que muchos llamamos “pensar
en reversa”. Y no es una rareza: es el modo natural del pensamiento humano
frente al mundo. De hecho, cuando alguien dice “este tipo piensa al revés”,
suele ser un halago.
Este modo de razonar no es
nuevo. Peirce, Taleb y Kahneman ya lo sabían, cada uno desde su perspectiva.
Charles
Sanders Peirce, pionero de la lógica informal moderna, sostenía que conocer
no es alcanzar la verdad absoluta, sino mejorar nuestras creencias con cada
experiencia. Su noción de abducción —la inferencia de la mejor
explicación— es la raíz del pensamiento bayesiano. No buscamos certezas, generamos
hipótesis plausibles para contrastar. Si bien las similitudes entre Peirce y K Popper son importantes, en necesario también reconocer la diferencia:
Peirce se enfoca en generar hipótesis plausibles a partir de
observaciones sorprendentes (abducción como origen del conocimiento). K.
Popper se enfoca en poner a prueba hipótesis existentes mediante
deducciones que puedan falsarse (refutación como motor del progreso). Peirce es el epistemólogo del
descubrimiento. Popper es el epistemólogo de
la crítica.
Nassim Taleb, con su metáfora del cisne negro, nos recuerda los
límites del pensamiento probabilístico. Confiar en estimaciones pasadas puede
cegarnos ante lo improbable. Lo importante no siempre es lo probable, sino
lo posible. Carlos puede llegar temprano no por hábito, sino por un
accidente en la rutina. Si solo miramos los promedios, ignoramos lo esencial: a
veces, lo improbable sucede.
Daniel Kahneman advirtió que incluso cuando queremos ser racionales,
nuestra mente tropieza con sesgos. Sobrevaloramos lo reciente, evitamos
lo que contradice nuestras ideas, y nos aferramos a certezas ilusorias. Somos bayesianos
defectuosos, pero funcionales. Pensamos con atajos. Cacho también. Y todos,
cuando podemos, corregimos sobre la marcha.
Estas tres formas de pensar
—la lógica formal, la lógica informal y la bayesiana— no compiten. Se
cruzan, se corrigen, se potencian.
- La lógica formal nos permite deducir con
rigor.
- La lógica informal, conjeturar y
argumentar con criterio.
- La lógica bayesiana, adaptarnos con
inteligencia al cambio.
Y siempre hay una cuarta
presencia, implícita pero fundamental: la epistemología, como
supervisora del proceso. Pensar bien no es elegir una lógica, sino saber cuándo
y cómo usar cada una.
El umbral epistemológico y el modelo SECI la pregunta ¿Se puede
enseñar a pensar en reversa? ¿Se puede hacer explícito ese conocimiento
tácito?
Sí. Pero para eso hay que
cruzar lo que podríamos llamar el umbral epistemológico. La clave está
en la pregunta adecuada, esa que permite transformar una intuición en reflexión
consciente. Aquí el modelo SECI de Nonaka y Takeuchi puede guiarnos:
1.
Socialización: el pensamiento en reversa nace de la experiencia compartida.
Conocimiento tácito a tácito.
2.
Exteriorización: punto crucial. Es la traducción de la intuición en conceptos. Es donde
se cruza el umbral. La pregunta es la llave.
3.
Combinación: el conocimiento explícito se une a otros saberes. Se sistematiza, se
valida.
4.
Interiorización: el conocimiento vuelve al plano tácito, ya mejorado y más potente.
Si no hay exteriorización, el pensamiento en reversa puede
quedarse en genialidad individual. Con ella, puede transformarse en competencia
colectiva. Enseñable, compartible, replicable.
Volvamos al comienzo, Cacho no ¨cree´ que le gusta la matemática. Pero
mientras esperamos a Carlos y evalúa el peso de cada mensaje, practica una
de las lógicas más humanas y profundas que tenemos: la de poder cambiar
de idea. Y esa, tal vez, sea la más alta forma de
inteligencia: pensar bien en la incertidumbre.
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