viernes, junio 13, 2025

¨Pensar sin mapa: el arte de la conversación incierta¨


 



Nuestras charlas de café escapan a todo esquema; lo cotidiano y lo profundo se entrelazan sin aviso. Esta conversación del 6 de abril de 2024 es un ejemplo más de eso: comenzó con una declaración casual sobre el destino y terminó recorriendo a Borges, Hume, Pauli, Nabokov y la mecánica cuántica.

Lo que sigue es lo que ocurre cuando nos reunimos en el "laboratorio" sin mapas, pero con preguntas, que son el motor de nuestras búsquedas compartidas.

Cacho, con su mezcla habitual de escepticismo y fe, dice ser determinista: cree en el destino, pero también en las casualidades. Esta aparente contradicción nace de ciertos hechos que le ocurrieron y que, según él, no pueden explicarse solo por azar. ¿Será así?

Nos lleva a preguntar:

 

¿Son las casualidades solo producto del azar, o hay tras ellas una ley aún desconocida?

Jorge Luis Borges decía que toda coincidencia es una cita con el destino, y quizás esa frase —sin responder del todo— le habría gustado a Cacho.

Paul Kammerer, Wolfgang Pauli y Carl Gustav Jung se acercaron a esta cuestión desde disciplinas diferentes —biología, física, psicología— y todos intuyeron algo más: la existencia de una fuerza misteriosa, apenas comprensible, que intenta imponer su propio orden en medio del caos del mundo. Schopenhauer definía la casualidad como la aparición simultánea de acontecimientos causalmente desconectados; Arthur Koestler la llamaba “chistes del destino”, y Pauli —Premio Nobel de Física— la veía como las huellas visibles de principios aún desconocidos.

Las casualidades, de algún modo, entrelazan personas, acontecimientos, espacio y tiempo —pasado, presente y futuro— de formas que parecen cruzar la frontera entre lo normal y lo paranormal. Da para preguntar, aunque sea íntimamente: ¿Quién mueve los hilos del otro lado del escenario?

Se propuso una distinción que ayudó a ordenar un poco el panorama: el azar alude a la aleatoriedad pura, mientras que la casualidad implica cierta conexión inesperada entre hechos. En ese juego de ideas, el concepto de destino determinista apareció —casi como una figura obligada.

La causalidad ha sido eje de discusión desde Aristóteles, con sus famosas cuatro causas: la formal y la material —intrínsecas, propias del ser— y la eficiente y la final —extrínsecas, que explican su devenir.

Recordé a Hume y su crítica, aún tan actual. Para él, las impresiones provienen de los sentidos; las ideas son solo imágenes atenuadas de esas impresiones. Veía una mesa, cerraba los ojos y la seguía "viendo", pero con menos viveza.

Nada de ideas eternas platónicas: solo memoria sensible. Entonces, si todo conocimiento de hechos parte de impresiones, nos topamos con el problema de la causalidad. No tenemos impresiones del futuro, solo del pasado. Observamos una sucesión constante de eventos, pero no una conexión necesaria entre causa y efecto. Así, para Hume, lo que llamamos “ley causal” no es más que una costumbre mental, no una certeza.

A Kant, el escepticismo de Hume lo sacó de su “sueño dogmático” y lo llevó a replantearse esa confianza en la razón pura:


¿Cómo es posible el conocimiento, si ni siquiera la causalidad se puede justificar racionalmente?

Y luego, cuando la física cuántica introdujo la noción de azar y efectos sin causa, la confusión se sumó como un invitado de honor. ¿Y si Hume, desde su escepticismo, había vislumbrado algo profundo?

Y por suerte ocurrió algo que suele pasar en nuestras charlas y que, lejos de ser una pérdida, es parte esencial del movimiento del pensamiento: el tema se descontextualizó. Y al hacerlo, se expandió. Miguel trajo a la mesa otra inquietud, que en apariencia no tenía relación, pero que abrió una nueva dimensión:

¿Qué relación hay entre la relatividad y la lectura?

Cada uno ofreció su mirada, pero fue inevitable citar a Vladimir Nabokov, quien supo expresar con belleza el milagro de leer y escribir:

 

Solo podríamos tener una idea de aquello tan maravilloso que iniciaron los sumerios si un día nos despertáramos y descubriéramos que somos incapaces de leer o escribir. Sería un regreso a un mundo no tan lejano, anterior al milagro de las voces dibujadas y las palabras silenciosas”.

Epílogo

Las casualidades, las lecturas, las palabras… todo parece a veces unir hilos invisibles. Tal vez, como decía Koestler, sean chistes del destino. O quizás, como sospechaba Pauli, señales de principios que aún no comprendemos. Lo cierto es que, en estas conversaciones, donde lo incierto se vuelve terreno fértil, uno no encuentra respuestas definitivas, pero sí la certeza de que pensar juntos —aun sin mapa— es un acto importante.

 

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