Lo que el bebé sabía y Piaget no
Jean Piaget es, o
posiblemente ha sido, el epistemólogo más popular. Comenzó muy joven
investigando sobre gorriones y se definió a sí mismo como un epistemólogo
genético. Sabemos la importancia de la epistemología nuestro acompañante oculto
pero imprescindible.
Según la óptica de Piaget , los niños son incapaces de resolver ciertos
problemas en determinadas etapas del desarrollo, incluso aunque se los instruya
adecuadamente. Esto, en su momento, parecía empíricamente indiscutible.
Piaget propuso una serie de
etapas en el desarrollo infantil. Estas etapas podían adelantarse, pero debían
respetar una secuencia fija. Estaban relacionadas con la construcción de
determinadas estructuras cognitivas asentadas sobre una base biológica.
Dichas estructuras, a través
de transformaciones sucesivas, se modificaban y se volvían cada vez más
complejas, lo que condicionaba el crecimiento cognitivo progresivo. De allí, su
enfoque como epistemología genética —término que no debe confundirse con
la herencia mediada por el código genético.
Según Brainerd, la teoría piagetiana se articula en tres ejes
conceptuales:
a) Una estructura cognitiva compuesta por
esquemas, coordinados por operaciones que actúan conforme a ciertas reglas.
Estas estructuras tienen tres propiedades: totalidad, transformaciones y
autorregulación.
b) Una función cognitiva que garantiza el
cambio y desarrollo, con dos invariantes funcionales: la organización,
que explica la identidad a pesar de los cambios, y la adaptación, que
permite comprender cómo las transformaciones del sujeto en interacción con el
medio no alteran su coherencia interna.
c) Los contenidos de la cognición:
percepciones, recuerdos, conceptos, operaciones, matemáticas y lógica, todos
íntimamente vinculados.
Todo parecía venir bien para Piaget, hasta que un juego tan cotidiano
como el de las escondidas entre padres e hijos —ese de ocultarse u ocultar algo
mientras preguntamos “¿dónde está?”— se convirtió en un experimento crucial.
El experimento desde la visión de Piaget consistía en lo siguiente:
sobre una mesa se colocaban dos servilletas separadas. A un bebé de 10 meses se
le mostraba un objeto, que luego se ocultaba bajo la primera servilleta
(llamada “A”). El bebé, sin problemas, encontraba el objeto.
Este simple hallazgo implicaba ya un gran logro: la permanencia del
objeto. Comprender que algo existe, aunque no se vea supone una forma de
razonamiento más allá de lo sensorial. Para llegar a eso, el niño debe tener
una representación mental básica del mundo: las cosas no desaparecen cuando se
ocultan.
En la segunda parte del
experimento, todo se repetía, excepto que, ante los ojos del bebé, el objeto se
colocaba ahora bajo la segunda servilleta. Sin embargo, el bebé seguía buscando
el objeto bajo la primera.
Este fenómeno es universal.
Piaget lo interpretó como prueba de que el niño aún no comprendía plenamente la
permanencia del objeto. Según él, el bebé no podía manejar una representación
abstracta y solo reaccionaba a patrones aprendidos. A esta interpretación se la
conoce como el error de Piaget.
Sin embargo, la
interpretación actual es muy diferente. Hoy se sabe el bebé sí sabe que
el objeto ha cambiado de lugar. Pero aún no puede usar esa información. No
tiene desarrollado el sistema de control inhibitorio: la capacidad de
frenar una acción ya planeada. El niño tiene el pensamiento, pero no el control
para adaptarlo. Es como si supiera que debe buscar en “B”, pero su cuerpo y su
impulso aún lo empujan a buscar en “A”.
Este control inhibitorio
—parte del sistema ejecutivo del cerebro— es la base de muchas funciones
mentales superiores: anticipar, planificar, establecer metas y suprimir
impulsos automáticos para reemplazarlos por respuestas razonadas. Cuando este
control está poco desarrollado, los errores pueden manifestarse en tres
niveles:
- Nivel motor: dificultad para controlar impulsos físicos.
- Nivel atencional: distracción y problemas para concentrarse.
- Nivel conductual: acciones impulsivas difíciles de detener.
Las áreas frontales del cerebro, responsables de estas funciones
ejecutivas, son las últimas en madurar. Por eso es común ver que los niños
pequeños tienen dificultades para controlar su conducta y no manejan bien los
imprevistos. A veces, algunos adultos sin exclusión tampoco lo logran del todo.
La neuropsicóloga Victoria Anderson plantea que las funciones
ejecutivas se desarrollan de forma secuencial y curvilínea: avanzan con
rapidez en la infancia, luego desaceleran al inicio de la adolescencia. Además,
su desarrollo está influido por factores como la escolaridad, los estilos
parentales y el contexto cultural.
Conclusión:
Muchas veces jugar es un pasatiempo que disfraza
intimidades profundas, recuerdo el de
los puentes de Königsberg que
dio origen a la teoría de los grafos por L. Euler. El experimento de las servilletas sigue siendo importante , no por lo que
mostró en esa época, sino por lo que inicio y ahora nos permite reinterpretar.
Piaget vio o creyó que el ¨error del bebé¨ era carencia de pensamiento
abstracto; hoy se sabe que lo que fallaba no era el control.
El bebé
sabía dónde estaba el objeto—, pero su cerebro aún no
podía actuar según ese saber. Entre la intención y la acción, hay un puente
que no siempre está construido. Y
entre lo que ya comprendemos y lo que aún no podemos hacer, se juega
buena parte del desarrollo humano. Como vemos la ciencia es un proceso dinámico
y que nuestras comprensiones más profundas a menudo provienen de la intersección
de múltiples disciplinas. Piaget no lo vio todo, pero gracias a él, y los
adelantos en neurociencias lo estamos
viendo mejor.
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