lunes, junio 09, 2025

LO QUE EL BEBÉ YA SABÍA Y PIAGET NO


 

Lo que el bebé sabía y Piaget no

 

Jean Piaget es, o posiblemente ha sido, el epistemólogo más popular. Comenzó muy joven investigando sobre gorriones y se definió a sí mismo como un epistemólogo genético. Sabemos la importancia de la epistemología nuestro acompañante oculto pero imprescindible.

 

Según la óptica de Piaget , los niños son incapaces de resolver ciertos problemas en determinadas etapas del desarrollo, incluso aunque se los instruya adecuadamente. Esto, en su momento, parecía empíricamente indiscutible.

Piaget propuso una serie de etapas en el desarrollo infantil. Estas etapas podían adelantarse, pero debían respetar una secuencia fija. Estaban relacionadas con la construcción de determinadas estructuras cognitivas asentadas sobre una base biológica.

Dichas estructuras, a través de transformaciones sucesivas, se modificaban y se volvían cada vez más complejas, lo que condicionaba el crecimiento cognitivo progresivo. De allí, su enfoque como epistemología genética —término que no debe confundirse con la herencia mediada por el código genético.

Según Brainerd, la teoría piagetiana se articula en tres ejes conceptuales:

a) Una estructura cognitiva compuesta por esquemas, coordinados por operaciones que actúan conforme a ciertas reglas. Estas estructuras tienen tres propiedades: totalidad, transformaciones y autorregulación.

b) Una función cognitiva que garantiza el cambio y desarrollo, con dos invariantes funcionales: la organización, que explica la identidad a pesar de los cambios, y la adaptación, que permite comprender cómo las transformaciones del sujeto en interacción con el medio no alteran su coherencia interna.

c) Los contenidos de la cognición: percepciones, recuerdos, conceptos, operaciones, matemáticas y lógica, todos íntimamente vinculados.

Todo parecía venir bien para Piaget, hasta que un juego tan cotidiano como el de las escondidas entre padres e hijos —ese de ocultarse u ocultar algo mientras preguntamos “¿dónde está?”— se convirtió en un experimento crucial.

 

El experimento desde la visión de Piaget consistía en lo siguiente: sobre una mesa se colocaban dos servilletas separadas. A un bebé de 10 meses se le mostraba un objeto, que luego se ocultaba bajo la primera servilleta (llamada “A”). El bebé, sin problemas, encontraba el objeto.

Este simple hallazgo implicaba ya un gran logro: la permanencia del objeto. Comprender que algo existe, aunque no se vea supone una forma de razonamiento más allá de lo sensorial. Para llegar a eso, el niño debe tener una representación mental básica del mundo: las cosas no desaparecen cuando se ocultan.

En la segunda parte del experimento, todo se repetía, excepto que, ante los ojos del bebé, el objeto se colocaba ahora bajo la segunda servilleta. Sin embargo, el bebé seguía buscando el objeto bajo la primera.

Este fenómeno es universal. Piaget lo interpretó como prueba de que el niño aún no comprendía plenamente la permanencia del objeto. Según él, el bebé no podía manejar una representación abstracta y solo reaccionaba a patrones aprendidos. A esta interpretación se la conoce como el error de Piaget.

Sin embargo, la interpretación actual es muy diferente. Hoy se sabe el bebé sabe que el objeto ha cambiado de lugar. Pero aún no puede usar esa información. No tiene desarrollado el sistema de control inhibitorio: la capacidad de frenar una acción ya planeada. El niño tiene el pensamiento, pero no el control para adaptarlo. Es como si supiera que debe buscar en “B”, pero su cuerpo y su impulso aún lo empujan a buscar en “A”.

Este control inhibitorio —parte del sistema ejecutivo del cerebro— es la base de muchas funciones mentales superiores: anticipar, planificar, establecer metas y suprimir impulsos automáticos para reemplazarlos por respuestas razonadas. Cuando este control está poco desarrollado, los errores pueden manifestarse en tres niveles:

  • Nivel motor: dificultad para controlar impulsos físicos.
  • Nivel atencional: distracción y problemas para concentrarse.
  • Nivel conductual: acciones impulsivas difíciles de detener.

Las áreas frontales del cerebro, responsables de estas funciones ejecutivas, son las últimas en madurar. Por eso es común ver que los niños pequeños tienen dificultades para controlar su conducta y no manejan bien los imprevistos. A veces, algunos adultos sin exclusión tampoco lo logran del todo.

 

La neuropsicóloga Victoria Anderson plantea que las funciones ejecutivas se desarrollan de forma secuencial y curvilínea: avanzan con rapidez en la infancia, luego desaceleran al inicio de la adolescencia. Además, su desarrollo está influido por factores como la escolaridad, los estilos parentales y el contexto cultural.

Conclusión:

Muchas veces jugar es un pasatiempo que disfraza intimidades profundas, recuerdo  el de los puentes de Königsberg que dio origen a la teoría de los grafos por L. Euler.   El experimento de las servilletas sigue siendo importante , no por lo que mostró en esa época, sino por lo que inicio y ahora nos permite reinterpretar. Piaget vio o creyó que el ¨error del bebé¨ era carencia de pensamiento abstracto; hoy se sabe que lo que fallaba no era el control.

El bebé sabía dónde estaba el objeto—, pero su cerebro aún no podía actuar según ese saber. Entre la intención y la acción, hay un puente que no siempre está construido. Y  entre lo que ya comprendemos y lo que aún no podemos hacer, se juega buena parte del desarrollo humano. Como vemos la ciencia es un proceso dinámico y que nuestras comprensiones más profundas a menudo provienen de la intersección de múltiples disciplinas. Piaget no lo vio todo, pero gracias a él, y los adelantos en neurociencias  lo estamos viendo mejor.

 

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