sábado, abril 26, 2025

EL ARBOL DEL CONOCIMIENTO

¨El árbol del conocimiento del bien y del mal nos dio ¨libre albedrio y como castigo¨  ser mortales , fue creciendo en milenios y desarrollo  profundas raíces rizomáticas, es nuestro subconsciente generado desde los primeros años y  tiene que ver con entorno cultural en sentido amplio y nuestra capacidad de aprendizaje. No venimos al mundo como tablas , compartimos, nos comunicamos, dialogamos,  es lo hacemos cotidianamente ,incluso cuando asumimos compromisos científicos. Todo genera el poderoso tronco de inferencias, calculo bayesiano y control epistemológico y sus ramas crecerán acorde con el contenido que seamos capaces de adquirir¨

 

Veamos con un poco más de detalles lo que nos quiere transmitir la metáfora a los seres mortales: El conocimiento no es solamente el resultado de procesos académicos o científicos; es, ante todo, una construcción vital, íntimamente entrelazada con la experiencia cotidiana. Desde los primeros años de vida comenzamos a absorber, sin darnos cuenta, un entramado de saberes que se arraigan en lo más profundo de nuestro ser: la familia, el entorno, las amistades, la escuela y los modos de comunicación y cooperación que nos rodean. Este conocimiento, aunque muchas veces permanece en el ámbito del subconsciente, guía nuestras decisiones, juicios y formas de relacionarnos con el mundo. Maturana y Varela le dedicaron un libro muy interesante ,con ese título y subtitulado ¨Las bases biológicas del entendimiento humano¨.

Gran parte de ese saber permanece implícito, operando en silencio. Avanzamos en la vida tomando decisiones, elaborando hipótesis, interpretando señales, sin poder explicar con claridad cómo lo hacemos. El desafío, entonces, no es sólo adquirir nuevos conocimientos, sino reconocer aquellos que ya habitan en nosotros y comprender los procesos mediante los cuales los construimos. Hacer consciente lo subconsciente se vuelve una tarea fundamental si aspiramos a una apropiación activa del conocimiento.

En este contexto, se vuelve pertinente revisar la forma en que las inferencias —abducción, inducción y deducción— operan en nuestra manera de pensar como herramientas lógicas, como estructuras que usamos implícitamente para navegar la complejidad. Cuando estas son acompañadas por un control probabilístico bayesiano y una vigilancia epistemológica constante, emergen elementos clave para comprender cómo sabemos lo que sabemos. Esto nos propone, entonces, reflexionar sobre esa dinámica del conocimiento implícito, y sostener que desarrollar la capacidad de hacerlo consciente es la vía esencial hacia un saber más profundo, autónomo y transformador.

El conocimiento como proceso implícito: Desde nuestros primeros momentos en el mundo, comenzamos a construir conocimiento sin siquiera saberlo. Antes de que podamos hablar, ya hemos aprendido a reconocer rostros, identificar emociones, reaccionar ante estímulos, y establecer vínculos afectivos. Estos aprendizajes tempranos se consolidan sin instrucción formal, sin razonamientos conscientes, sin necesidad de que nadie nos explique cómo hacerlo. Son formas de saber que emergen de la interacción con el entorno, del afecto, de la observación y de la experiencia directa.

A lo largo de la vida, este proceso se vuelve cada vez más complejo, pero no menos implícito. Incorporamos reglas sociales, valores culturales, formas de interpretar el mundo, muchas veces sin cuestionarlas ni poder explicarlas. Aprendemos “a leer” el entorno, a anticipar consecuencias, a intuir intenciones. El conocimiento no es sólo lo que se acumula en libros o en aulas; es también —y sobre todo— lo que se vive, se intuye y se interioriza.

El saber de tácito a explicito  lo describen muy bien Nonaka y Takeuchi tomándolo para umbral epistemológico de su modelo de gestión del conocimiento. Lo  tácito  permanece alojado en el subconsciente que actúa como una especie de inteligencia de fondo. Nos permite responder ante situaciones nuevas basándonos en experiencias anteriores que ni siquiera recordamos del todo. En ese reservorio se encuentran no sólo memorias,  formas de pensar, sesgos, patrones, y estructuras de interpretación del mundo. Y es allí donde se juega uno de los grandes desafíos: ¿cómo rescatar ese conocimiento latente?, ¿cómo hacerlo visible, comprensible y aplicable de manera consciente? El modelo de Nonaka y Takeuchi es una espiral evolutiva, una síntesis  con las siguientes fases de continuo crecimiento y complejidad; a) Tácito a tácito b) Tácito a explicito c) Explicito a explicito d) Explicito a tácito …

En esta  tarea, la reflexión metacognitiva y el desarrollo de la conciencia epistemológica son esenciales. Implican preguntarnos no sólo qué sabemos, sino cómo llegamos a saberlo. Al hacer visible ese entramado, no sólo nos comprendemos mejor a nosotros mismos, sino que adquirimos mayor poder de transformación sobre nuestra  manera de conocer, actuar y compartir.

 La dialéctica inferencial del conocimiento El pensamiento humano a través de estructuras lógicas informales  construye significados, anticipa consecuencias y tomar decisiones. Tres de estas formas de inferencia —la abducción, la inducción y la deducción— constituyen una secuencia clave en la forma en que generamos, validamos y aplicamos el conocimiento. Lejos de ser exclusivas del ámbito científico, estas operaciones están presentes en la vida cotidiana, en nuestras conversaciones, intuiciones y elecciones diarias. Y en los animales ocurre en determinado nivel con características propias.

La abducción es la primera chispa del pensamiento, una conjetura, una hipótesis provisional, la mejor explicación posible ante un fenómeno que no comprendemos del todo. Es, en cierto modo, el motor creativo de la inteligencia. Ocurre cuando no sabemos con certeza, pero formulamos una posibilidad. Esa capacidad de imaginar explicaciones es profundamente humana, y también profundamente subconsciente. Se comprende la necesidad, la obligación  de tratar de explicitarla.

Luego viene la inducción,  observar patrones, reunir evidencias, identificar regularidades, de los casos a la regla .Vamos confirmando —de forma probabilística— que nuestra hipótesis inicial tiene fundamento. La inducción no garantiza verdades absolutas, pero sí aumenta la confianza en nuestras ideas.  Recordar la existencia del Cisne Negro…

El tercer paso es la deducción la cual se aplica esas ideas a casos concretos, no es ampliativa. Pero es el paso donde el conocimiento se convierte en acción, en toma de decisiones basadas en reglas previamente construidas. Recordar aquello que los hombres son mortales…

Este ciclo inferencial no ocurre de forma aislada. Se enriquece cuando incorporamos un control probabilístico, como el enfoque bayesiano viene también incluido en la plaqueta de serie, nuestro cerebro bayesiano nos permite ajustar creencias a medida que recibimos nuevas evidencias. Es un modelo que acepta la incertidumbre como parte del proceso y nos entrena a pensar en términos de grados de certeza, no de verdades absolutas. Es una herramienta intelectual poderosa no sólo para la ciencia, sino para la vida. Nos guste o no las matemáticas esto está también   en nuestra plaqueta de serie.

Pero todo este proceso requiere una vigilancia epistemológica: una actitud crítica y consciente sobre cómo estamos construyendo ese conocimiento. No basta con inferir, hay que cuestionar los marcos desde los cuales lo hacemos: nuestras creencias previas, nuestros sesgos, nuestras limitaciones. Esa vigilancia es lo que evita que caigamos en la trampa de pensar que saber algo es igual a tener razón. Epistemología no es preocupación de docentes jubilados ,es un desafió a desarrollar desde los primeros años.

Este recorrido —abducción, inducción, deducción, control bayesiano y vigilancia epistemológica— constituye una verdadera dialéctica del conocimiento: un proceso cibernético y dinámico, donde lo que creemos saber está en permanente revisión. Y muchas veces ocurre sin que podamos explicitarlo. Por eso, aprender a reconocer este proceso en nosotros es también una forma de empoderamiento.

Hacia una conciencia epistemológica Saber no es suficiente. Lo que marca la diferencia es la capacidad de reconocer cómo sabemos lo que sabemos. Esta conciencia sobre el propio proceso de conocimiento — conciencia epistemológica— es el punto de inflexión entre un conocimiento pasivo y uno transformador. Es, en esencia, el paso que nos permite salir del piloto automático y convertirnos en agentes activos de nuestra propia comprensión. Esta capacidad está íntimamente ligada a la metacognición, es decir, al pensamiento sobre el pensamiento. Cuando una persona puede detenerse a observar cómo ha llegado a una conclusión, qué supuestos ha utilizado, qué fuentes ha considerado, qué emociones intervinieron en su juicio, entonces no solo se vuelve más precisa, sino también más libre. Porque comprender los mecanismos de la mente permite tomar distancia, elegir caminos distintos, corregir errores, y ampliar las posibilidades de acción.

Hacer consciente lo subconsciente implica justamente eso: traer a la luz aquello que opera de forma implícita. No para invalidarlo —pues muchas veces el saber intuitivo es acertado y valioso—, sino para complementarlo con comprensión. No se trata de racionalizarlo todo, sino de poder nombrar lo que sabemos, de ubicarlo en un marco que nos permita compartirlo, revisarlo, mejorarlo.

En el ámbito educativo, por ejemplo, este enfoque resulta revolucionario. Educar no debería ser solo transmitir contenidos, sino enseñar a pensar sobre el pensamiento, a dudar, a inferir, a hacerse preguntas poderosas. En la vida personal, esta conciencia nos permite comprender nuestras decisiones, reconocer patrones heredados, detectar creencias limitantes, y abrirnos a nuevas formas de percibir y actuar. Por eso, desarrollar la capacidad de explicitar lo implícito  es una tarea intelectual y también una práctica ética. Es asumir la responsabilidad de conocernos mejor, de interactuar con el mundo con mayor conciencia, y de construir conocimiento no como acumulación, sino como transformación.

Conclusión El conocimiento, lejos de ser un conjunto de datos externos que acumulamos, es un proceso vivo, íntimamente ligado a nuestra experiencia, a nuestra historia y a las estructuras que operan —muchas veces silenciosamente— desde el subconsciente. Comprender este proceso, hacerlo visible, es una forma de apropiación activa del saber, un camino hacia una vida más lúcida, más autónoma y conectada con la realidad. Inferencias como la abducción, la inducción y la deducción modelan nuestras formas de pensar, incluso cuando no somos plenamente conscientes de ello. El control  probabilístico y de la vigilancia epistemológica son imprescindibles para evitar caer en dogmas o errores sistemáticos. Pero, por encima de todo, debemos resaltar la necesidad de hacer consciente lo subconsciente: reconocer ese saber latente que nos habita y que puede convertirse en una fuente inagotable de sentido si logramos traerlo al plano de la conciencia. El explicitar lo implícito, de nombrar lo que ya sabemos sin saber que lo sabemos, es el verdadero motor de la inteligencia y nos permite no solo comprender el mundo con mayor claridad, sino también comprendernos a nosotros mismos con mayor profundidad. Como síntesis, y quizás también como invitación a un modo de vivir el conocimiento, podemos afirmar:

“Hacer consciente lo subconsciente es desarrollar activamente la capacidad de explicitar lo implícito, y con ello, abrir la puerta a una comprensión más plena, crítica y transformadora del saber.”

 

 

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