¨El árbol del conocimiento del bien y del mal
nos dio ¨libre albedrio y como castigo¨
ser mortales , fue creciendo en milenios y desarrollo profundas raíces rizomáticas, es nuestro
subconsciente generado desde los primeros años y tiene que ver con entorno cultural en sentido
amplio y nuestra capacidad de aprendizaje. No venimos al mundo como tablas ,
compartimos, nos comunicamos, dialogamos,
es lo hacemos cotidianamente ,incluso cuando asumimos compromisos
científicos. Todo genera el poderoso tronco de inferencias, calculo bayesiano y
control epistemológico y sus ramas crecerán acorde con el contenido que seamos
capaces de adquirir¨
Veamos con un poco más de detalles lo que nos
quiere transmitir la metáfora a los seres mortales: El conocimiento no es
solamente el resultado de procesos académicos o científicos; es, ante todo, una
construcción vital, íntimamente entrelazada con la experiencia cotidiana. Desde
los primeros años de vida comenzamos a absorber, sin darnos cuenta, un
entramado de saberes que se arraigan en lo más profundo de nuestro ser: la
familia, el entorno, las amistades, la escuela y los modos de comunicación y
cooperación que nos rodean. Este conocimiento, aunque muchas veces permanece en
el ámbito del subconsciente, guía nuestras decisiones, juicios y formas de
relacionarnos con el mundo. Maturana y Varela le dedicaron un libro muy
interesante ,con ese título y subtitulado ¨Las bases biológicas del
entendimiento humano¨.
Gran parte de ese saber permanece
implícito, operando en silencio. Avanzamos en la vida tomando decisiones,
elaborando hipótesis, interpretando señales, sin poder explicar con claridad
cómo lo hacemos. El desafío, entonces, no es sólo adquirir nuevos
conocimientos, sino reconocer aquellos que ya habitan en nosotros y comprender
los procesos mediante los cuales los construimos. Hacer consciente lo
subconsciente se vuelve una tarea fundamental si aspiramos a una apropiación
activa del conocimiento.
En este contexto, se vuelve
pertinente revisar la forma en que las inferencias —abducción, inducción y
deducción— operan en nuestra manera de pensar como herramientas lógicas, como
estructuras que usamos implícitamente para navegar la complejidad. Cuando estas
son acompañadas por un control probabilístico bayesiano y una vigilancia
epistemológica constante, emergen elementos clave para comprender cómo sabemos
lo que sabemos. Esto nos propone, entonces, reflexionar sobre esa dinámica del
conocimiento implícito, y sostener que desarrollar la capacidad de hacerlo
consciente es la vía esencial hacia un saber más profundo, autónomo y
transformador.
El
conocimiento como proceso implícito: Desde
nuestros primeros momentos en el mundo, comenzamos a construir conocimiento sin
siquiera saberlo. Antes de que podamos hablar, ya hemos aprendido a reconocer
rostros, identificar emociones, reaccionar ante estímulos, y establecer
vínculos afectivos. Estos aprendizajes tempranos se consolidan sin instrucción
formal, sin razonamientos conscientes, sin necesidad de que nadie nos explique
cómo hacerlo. Son formas de saber que emergen de la interacción con el entorno,
del afecto, de la observación y de la experiencia directa.
A lo largo de la vida, este
proceso se vuelve cada vez más complejo, pero no menos implícito. Incorporamos
reglas sociales, valores culturales, formas de interpretar el mundo, muchas
veces sin cuestionarlas ni poder explicarlas. Aprendemos “a leer” el entorno, a
anticipar consecuencias, a intuir intenciones. El conocimiento no es sólo lo
que se acumula en libros o en aulas; es también —y sobre todo— lo que se vive,
se intuye y se interioriza.
El saber de tácito a
explicito lo describen muy bien Nonaka y
Takeuchi tomándolo para umbral epistemológico de su modelo de gestión del
conocimiento. Lo tácito permanece alojado en el subconsciente que
actúa como una especie de inteligencia de fondo. Nos permite responder ante
situaciones nuevas basándonos en experiencias anteriores que ni siquiera
recordamos del todo. En ese reservorio se encuentran no sólo memorias, formas de pensar, sesgos, patrones, y
estructuras de interpretación del mundo. Y es allí donde se juega uno de los
grandes desafíos: ¿cómo rescatar ese conocimiento latente?, ¿cómo hacerlo
visible, comprensible y aplicable de manera consciente? El modelo de Nonaka y
Takeuchi es una espiral evolutiva, una síntesis
con las siguientes fases de continuo crecimiento y complejidad; a)
Tácito a tácito b) Tácito a explicito c) Explicito a explicito d) Explicito a
tácito …
En esta tarea, la reflexión metacognitiva y el
desarrollo de la conciencia epistemológica son esenciales. Implican
preguntarnos no sólo qué sabemos, sino cómo llegamos a saberlo.
Al hacer visible ese entramado, no sólo nos comprendemos mejor a nosotros
mismos, sino que adquirimos mayor poder de transformación sobre nuestra manera de conocer, actuar y compartir.
La dialéctica inferencial del
conocimiento El pensamiento humano a través de estructuras
lógicas informales construye
significados, anticipa consecuencias y tomar decisiones. Tres de estas formas
de inferencia —la abducción, la inducción y la deducción— constituyen una
secuencia clave en la forma en que generamos, validamos y aplicamos el
conocimiento. Lejos de ser exclusivas del ámbito científico, estas operaciones
están presentes en la vida cotidiana, en nuestras conversaciones, intuiciones y
elecciones diarias. Y en los animales ocurre en determinado nivel con
características propias.
La abducción es la
primera chispa del pensamiento, una conjetura, una hipótesis provisional, la
mejor explicación posible ante un fenómeno que no comprendemos del todo. Es, en
cierto modo, el motor creativo de la inteligencia. Ocurre cuando no
sabemos con certeza, pero formulamos una posibilidad. Esa capacidad de imaginar
explicaciones es profundamente humana, y también profundamente subconsciente.
Se comprende la necesidad, la obligación
de tratar de explicitarla.
Luego viene la inducción, observar patrones, reunir evidencias,
identificar regularidades, de los casos a la regla .Vamos confirmando —de forma
probabilística— que nuestra hipótesis inicial tiene fundamento. La inducción no
garantiza verdades absolutas, pero sí aumenta la confianza en nuestras
ideas. Recordar la existencia del Cisne
Negro…
El tercer paso es la
deducción la cual se aplica esas ideas a casos concretos, no es ampliativa.
Pero es el paso donde el conocimiento se convierte en acción, en toma de
decisiones basadas en reglas previamente construidas. Recordar aquello que los
hombres son mortales…
Este ciclo inferencial no
ocurre de forma aislada. Se enriquece cuando incorporamos un control
probabilístico, como el enfoque bayesiano viene también incluido en la
plaqueta de serie, nuestro cerebro bayesiano nos permite ajustar creencias a
medida que recibimos nuevas evidencias. Es un modelo que acepta la
incertidumbre como parte del proceso y nos entrena a pensar en términos de grados
de certeza, no de verdades absolutas. Es una herramienta intelectual
poderosa no sólo para la ciencia, sino para la vida. Nos guste o no las
matemáticas esto está también en
nuestra plaqueta de serie.
Pero todo este proceso
requiere una vigilancia epistemológica: una actitud crítica y consciente
sobre cómo estamos construyendo ese conocimiento. No basta con inferir, hay que
cuestionar los marcos desde los cuales lo hacemos: nuestras creencias previas,
nuestros sesgos, nuestras limitaciones. Esa vigilancia es lo que evita que
caigamos en la trampa de pensar que saber algo es igual a tener razón.
Epistemología no es preocupación de docentes jubilados ,es un desafió a
desarrollar desde los primeros años.
Este recorrido —abducción,
inducción, deducción, control bayesiano y vigilancia epistemológica— constituye
una verdadera dialéctica del conocimiento: un proceso cibernético y dinámico, donde
lo que creemos saber está en permanente revisión. Y muchas veces ocurre sin que
podamos explicitarlo. Por eso, aprender a reconocer este proceso en nosotros es
también una forma de empoderamiento.
Hacia una conciencia epistemológica Saber no es
suficiente. Lo que marca la diferencia es la capacidad de reconocer cómo
sabemos lo que sabemos. Esta conciencia sobre el propio proceso de conocimiento
— conciencia epistemológica— es el punto de inflexión entre un
conocimiento pasivo y uno transformador. Es, en esencia, el paso que nos
permite salir del piloto automático y convertirnos en agentes activos de
nuestra propia comprensión. Esta capacidad está íntimamente ligada a la metacognición,
es decir, al pensamiento sobre el pensamiento. Cuando una persona puede
detenerse a observar cómo ha llegado a una conclusión, qué supuestos ha
utilizado, qué fuentes ha considerado, qué emociones intervinieron en su
juicio, entonces no solo se vuelve más precisa, sino también más libre. Porque
comprender los mecanismos de la mente permite tomar distancia, elegir caminos
distintos, corregir errores, y ampliar las posibilidades de acción.
Hacer consciente lo
subconsciente implica justamente eso: traer a la luz aquello que opera de forma
implícita. No para invalidarlo —pues muchas veces el saber intuitivo es
acertado y valioso—, sino para complementarlo con comprensión. No se trata de
racionalizarlo todo, sino de poder nombrar lo que sabemos, de ubicarlo
en un marco que nos permita compartirlo, revisarlo, mejorarlo.
En el ámbito educativo, por
ejemplo, este enfoque resulta revolucionario. Educar no debería ser solo
transmitir contenidos, sino enseñar a pensar sobre el pensamiento, a dudar, a
inferir, a hacerse preguntas poderosas. En la vida personal, esta conciencia
nos permite comprender nuestras decisiones, reconocer patrones heredados,
detectar creencias limitantes, y abrirnos a nuevas formas de percibir y actuar.
Por eso, desarrollar la capacidad de explicitar lo implícito es una tarea intelectual y también una práctica
ética. Es asumir la responsabilidad de conocernos mejor, de interactuar con el
mundo con mayor conciencia, y de construir conocimiento no como acumulación,
sino como transformación.
Conclusión El conocimiento, lejos de ser un conjunto de
datos externos que acumulamos, es un proceso vivo, íntimamente ligado a nuestra
experiencia, a nuestra historia y a las estructuras que operan —muchas veces
silenciosamente— desde el subconsciente. Comprender este proceso, hacerlo
visible, es una forma de apropiación activa del saber, un camino hacia una vida
más lúcida, más autónoma y conectada con la realidad. Inferencias como
la abducción, la inducción y la deducción modelan nuestras formas de pensar,
incluso cuando no somos plenamente conscientes de ello. El control probabilístico y de la vigilancia
epistemológica son imprescindibles para evitar caer en dogmas o errores
sistemáticos. Pero, por encima de todo, debemos resaltar la necesidad de hacer
consciente lo subconsciente: reconocer ese saber latente que nos habita y
que puede convertirse en una fuente inagotable de sentido si logramos traerlo
al plano de la conciencia. El explicitar lo implícito, de nombrar lo que
ya sabemos sin saber que lo sabemos, es el verdadero motor de la inteligencia y
nos permite no solo comprender el mundo con mayor claridad, sino también
comprendernos a nosotros mismos con mayor profundidad. Como síntesis, y quizás
también como invitación a un modo de vivir el conocimiento, podemos afirmar:
“Hacer consciente lo subconsciente es desarrollar activamente la
capacidad de explicitar lo implícito, y con ello, abrir la puerta a una
comprensión más plena, crítica y transformadora del saber.”
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