Justicia equitativa: de la teoría a la realidad
La
justicia equitativa es uno de los grandes desafíos de las sociedades
contemporáneas, un principio de justicia que busca tratar a las personas de
manera justa
y proporcional,
teniendo en cuenta sus circunstancias particulares, más allá de la
aplicación estricta de reglas generales o leyes uniformes. A diferencia de la
justicia formal o legal, que aplica las
mismas normas a todos, la justicia equitativa considera la equidad, es decir, la capacidad
de ajustar la aplicación de la norma para lograr un resultado más razonable, equilibrado
y justo
en cada situación concreta. No se trata de una utopía, sino de una meta hacia
la cual los pueblos pueden avanzar con políticas sostenidas y con marcos
institucionales sólidos. Dos autores resultan centrales para comprender esta
idea: John Rawls y François Dubet. Aunque desde perspectivas diferentes, ambos se
complementan en la formulación de un horizonte de justicia más justo y viable.
Para
Rawls,
la justicia debe organizarse a partir de principios básicos: igualdad de
libertades fundamentales para todos, y las desigualdades sociales y económicas
solo aceptables si benefician a los menos favorecidos. Su célebre teoría de la
“justicia como equidad” propone que imaginemos una “posición original”, en la
cual, tras un velo de ignorancia, diseñamos instituciones sin saber qué lugar
ocuparemos en la sociedad. Este ejercicio obliga a garantizar derechos y
oportunidades mínimas, así como mecanismos de corrección de desigualdades.
Dubet, por su parte, plantea
que la justicia social se juega principalmente en dos planos: la igualdad de
oportunidades y la igualdad de posiciones. La primera busca que todos los
individuos puedan competir en condiciones justas; la segunda, que las distancias
sociales no sean tan abismales como para fracturar el tejido comunitario. De
este modo, Dubet complementa a Rawls al subrayar la necesidad no solo de abrir
puertas, sino también de reducir las brechas estructurales. En esta visión, la redistribución de
recursos no es una palabra prohibida, sino un instrumento necesario y
coherente con la justicia equitativa, que permite equilibrar desigualdades
estructurales y garantizar condiciones mínimas de vida digna para todos.
Lalonde nos recuerda que la salud y el
bienestar no dependen únicamente de hospitales o médicos. La expectativa y
calidad de vida surgen de la interacción entre biología, ambiente, estilo de
vida y sistema sanitario. Esto significa que garantizar la salud para todos
requiere políticas integrales: educación, nutrición, vivienda digna, trabajo
seguro, entornos seguros y hábitos saludables. No es solo un derecho; es un
instrumento tangible de equidad.
Podemos imaginar estas
políticas también desde la óptica del ¨óptimo de Pareto¨: mejorar la
salud, la educación y las condiciones de vida de los más vulnerables puede
aumentar el bienestar general sin perjudicar a nadie, generando un efecto
positivo que se expande a toda la sociedad. Así, equidad y eficiencia son conceptos complementarios.
Lejos
de ser meras abstracciones, estas ideas han encontrado concreción en varios
países. Los Estados de bienestar de Europa del Norte —Suecia, Noruega,
Dinamarca y Finlandia— iniciaron este camino desde mediados del siglo XX,
consolidando sistemas robustos de salud, educación y protección social. En
estos contextos, la justicia equitativa se ha materializado en una sociedad
donde las diferencias económicas existen, pero no impiden el acceso a derechos
fundamentales ni destruyen la cohesión social.
Otros
países, como Alemania y Holanda, han adoptado modelos mixtos desde la
posguerra, combinando economía de mercado con amplios sistemas de protección
social. En América Latina, Uruguay y Costa Rica se destacan por haber
construido, desde mediados del siglo XX, sistemas de salud y educación que
buscan universalidad y equidad, aunque con las limitaciones propias de la
región.
Así,
puede afirmarse que la justicia equitativa no es una utopía etérea, sino una
meta concreta a la que ya se han acercado diversas sociedades. El desafío,
entonces, consiste en aprender de esas experiencias históricas, adaptarlas a
cada contexto y seguir avanzando hacia un modelo en el que la libertad y la
igualdad no se contradigan, sino que se potencien mutuamente.
Para los países
acercarse a la justicia equitativa implica avanzar en algunos frentes
clave:
1.
Educación universal y de calidad: invertir
sostenidamente en escuelas públicas inclusivas, capaces de reducir las
desigualdades de origen.
2.
Salud accesible y promotora de bienestar: construir sistemas
universales que garanticen atención básica y preventiva, pero entendiendo que
“salud para todos” no significa solo acceso a tratamientos médicos. Según la Carta de Ottawa (1986), el ideal es promover
la salud como un estado de completo bienestar físico, mental y social,
diferenciando claramente la promoción de la salud del tratamiento de
enfermedades. Así, los objetivos de prevención, educación y promoción de la
salud son complementarios al tratamiento, pero no equivalentes.
3.
Protección social efectiva y redistribución de recursos: implementar políticas
que reduzcan la vulnerabilidad de los sectores más frágiles frente a crisis
económicas o sanitarias, entendiendo que la redistribución es un instrumento
necesario para garantizar condiciones mínimas de vida digna.
4.
Instituciones transparentes y sólidas: fortalecer el Estado
de derecho y combatir la corrupción para asegurar que los recursos públicos se
traduzcan en bienes comunes.
5.
Participación ciudadana real: promover espacios de
deliberación y decisión en los que la sociedad pueda incidir en la orientación
de las políticas.
Estos
pasos, lejos de constituir recetas cerradas, son orientaciones que permiten
trazar un camino hacia sociedades más justas y cohesionadas. El horizonte de
Rawls y Dubet deja en claro que la equidad no es una quimera, sino un proyecto
colectivo posible, siempre que exista voluntad política y compromiso social.
Epílogo: caminar hacia la equidad
La justicia equitativa es un horizonte posible, que requiere voluntad
política, compromiso social y políticas integrales que conecten derechos,
oportunidades y bienestar. J.Rawls en la justicia como equidad nos recuerda que debemos diseñar instituciones como si no supiéramos
nuestro lugar en la sociedad, F.Dubet en
repensar la justicia en la vida social , nos advierte que abrir puertas no basta,
que es necesario reducir las brechas estructurales que fracturan el tejido
social y, M.Lalonde nos muestra que la salud y la esperanza de vida dependen de
la interacción de múltiples factores, desde la biología hasta el entorno y el
estilo de vida.
Cuando estas perspectivas se
combinan, emerge un principio claro: mejorar la vida de los más vulnerables no
solo es justo, sino que beneficia a toda la sociedad. Desde la óptica del óptimo
de Pareto, políticas que elevan la equidad sin perjudicar a nadie generan
un efecto multiplicador de bienestar, transformando la equidad en algo
tangible, ético y sostenible.
La justicia equitativa es,
en esencia, un acto colectivo. No ocurre por azar, sino por decisiones
conscientes que priorizan la dignidad, la oportunidad y, la salud de todos. Es
un proyecto que exige constancia, imaginación y reflexión, pero que, al mismo
tiempo, nos recuerda que una sociedad más justa no solo protege a los más
débiles: enriquece la vida de todos sus miembros.
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