viernes, septiembre 26, 2025

Justicia equitativa: de la teoría a la realidad

 

 

Justicia equitativa: de la teoría a la realidad

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La justicia equitativa es uno de los grandes desafíos de las sociedades contemporáneas, un principio de justicia que busca tratar a las personas de manera justa y proporcional, teniendo en cuenta sus circunstancias particulares, más allá de la aplicación estricta de reglas generales o leyes uniformes. A diferencia de la justicia  formal o legal, que aplica las mismas normas a todos, la justicia equitativa considera la equidad, es decir, la capacidad de ajustar la aplicación de la norma para lograr un resultado más razonable, equilibrado y justo en cada situación concreta. No se trata de una utopía, sino de una meta hacia la cual los pueblos pueden avanzar con políticas sostenidas y con marcos institucionales sólidos. Dos autores resultan centrales para comprender esta idea: John Rawls y François Dubet. Aunque desde perspectivas diferentes, ambos se complementan en la formulación de un horizonte de justicia más justo y viable.

Para Rawls, la justicia debe organizarse a partir de principios básicos: igualdad de libertades fundamentales para todos, y las desigualdades sociales y económicas solo aceptables si benefician a los menos favorecidos. Su célebre teoría de la “justicia como equidad” propone que imaginemos una “posición original”, en la cual, tras un velo de ignorancia, diseñamos instituciones sin saber qué lugar ocuparemos en la sociedad. Este ejercicio obliga a garantizar derechos y oportunidades mínimas, así como mecanismos de corrección de desigualdades.

Dubet, por su parte, plantea que la justicia social se juega principalmente en dos planos: la igualdad de oportunidades y la igualdad de posiciones. La primera busca que todos los individuos puedan competir en condiciones justas; la segunda, que las distancias sociales no sean tan abismales como para fracturar el tejido comunitario. De este modo, Dubet complementa a Rawls al subrayar la necesidad no solo de abrir puertas, sino también de reducir las brechas estructurales. En esta visión, la redistribución de recursos no es una palabra prohibida, sino un instrumento necesario y coherente con la justicia equitativa, que permite equilibrar desigualdades estructurales y garantizar condiciones mínimas de vida digna para todos.

Lalonde  nos recuerda que la salud y el bienestar no dependen únicamente de hospitales o médicos. La expectativa y calidad de vida surgen de la interacción entre biología, ambiente, estilo de vida y sistema sanitario. Esto significa que garantizar la salud para todos requiere políticas integrales: educación, nutrición, vivienda digna, trabajo seguro, entornos seguros y hábitos saludables. No es solo un derecho; es un instrumento tangible de equidad.

Podemos imaginar estas políticas también desde la óptica del ¨óptimo de Pareto¨: mejorar la salud, la educación y las condiciones de vida de los más vulnerables puede aumentar el bienestar general sin perjudicar a nadie, generando un efecto positivo que se expande a toda la sociedad. Así, equidad y eficiencia  son conceptos complementarios.

Lejos de ser meras abstracciones, estas ideas han encontrado concreción en varios países. Los Estados de bienestar de Europa del Norte —Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia— iniciaron este camino desde mediados del siglo XX, consolidando sistemas robustos de salud, educación y protección social. En estos contextos, la justicia equitativa se ha materializado en una sociedad donde las diferencias económicas existen, pero no impiden el acceso a derechos fundamentales ni destruyen la cohesión social.

Otros países, como Alemania y Holanda, han adoptado modelos mixtos desde la posguerra, combinando economía de mercado con amplios sistemas de protección social. En América Latina, Uruguay y Costa Rica se destacan por haber construido, desde mediados del siglo XX, sistemas de salud y educación que buscan universalidad y equidad, aunque con las limitaciones propias de la región.

Así, puede afirmarse que la justicia equitativa no es una utopía etérea, sino una meta concreta a la que ya se han acercado diversas sociedades. El desafío, entonces, consiste en aprender de esas experiencias históricas, adaptarlas a cada contexto y seguir avanzando hacia un modelo en el que la libertad y la igualdad no se contradigan, sino que se potencien mutuamente.

Para los países acercarse a la justicia equitativa implica avanzar en algunos frentes clave:

1.      Educación universal y de calidad: invertir sostenidamente en escuelas públicas inclusivas, capaces de reducir las desigualdades de origen.

2.      Salud accesible y promotora de bienestar: construir sistemas universales que garanticen atención básica y preventiva, pero entendiendo que “salud para todos” no significa solo acceso a tratamientos médicos. Según la Carta de Ottawa (1986), el ideal es promover la salud como un estado de completo bienestar físico, mental y social, diferenciando claramente la promoción de la salud del tratamiento de enfermedades. Así, los objetivos de prevención, educación y promoción de la salud son complementarios al tratamiento, pero no equivalentes.

3.      Protección social efectiva y redistribución de recursos: implementar políticas que reduzcan la vulnerabilidad de los sectores más frágiles frente a crisis económicas o sanitarias, entendiendo que la redistribución es un instrumento necesario para garantizar condiciones mínimas de vida digna.

4.      Instituciones transparentes y sólidas: fortalecer el Estado de derecho y combatir la corrupción para asegurar que los recursos públicos se traduzcan en bienes comunes.

5.      Participación ciudadana real: promover espacios de deliberación y decisión en los que la sociedad pueda incidir en la orientación de las políticas.

Estos pasos, lejos de constituir recetas cerradas, son orientaciones que permiten trazar un camino hacia sociedades más justas y cohesionadas. El horizonte de Rawls y Dubet deja en claro que la equidad no es una quimera, sino un proyecto colectivo posible, siempre que exista voluntad política y compromiso social.

Epílogo: caminar hacia la equidad

La justicia equitativa es un horizonte posible, que requiere voluntad política, compromiso social y políticas integrales que conecten derechos, oportunidades y bienestar. J.Rawls en la justicia como equidad nos recuerda que debemos diseñar instituciones como si no supiéramos nuestro lugar en la sociedad,  F.Dubet en repensar la justicia en la vida social , nos advierte que abrir puertas no basta, que es necesario reducir las brechas estructurales que fracturan el tejido social y, M.Lalonde nos muestra que la salud y la esperanza de vida dependen de la interacción de múltiples factores, desde la biología hasta el entorno y el estilo de vida.

Cuando estas perspectivas se combinan, emerge un principio claro: mejorar la vida de los más vulnerables no solo es justo, sino que beneficia a toda la sociedad. Desde la óptica del óptimo de Pareto, políticas que elevan la equidad sin perjudicar a nadie generan un efecto multiplicador de bienestar, transformando la equidad en algo tangible, ético y sostenible.

La justicia equitativa es, en esencia, un acto colectivo. No ocurre por azar, sino por decisiones conscientes que priorizan la dignidad, la oportunidad y, la salud de todos. Es un proyecto que exige constancia, imaginación y reflexión, pero que, al mismo tiempo, nos recuerda que una sociedad más justa no solo protege a los más débiles: enriquece la vida de todos sus miembros.

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