jueves, octubre 23, 2025

Cosmos: la medida del microcosmos

 

Cosmos: la medida del microcosmos

“El hombre es la medida de todas las cosas.”
                                                                     Protágoras

“El cosmos es todo lo que es, todo lo que fue y todo lo que será.”
                                                                                 Carl Sagan

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha levantado la mirada hacia el cielo en busca de respuestas. ¿Cambia el Cosmos o permanece inmóvil? ¿Existe algo más allá del “más allá”? Las preguntas siguen siendo las mismas: ellas nacen de nuestra pequeñez ante lo inconmensurable. Pero en los últimos siglos, la curiosidad humana se ha desplazado: del firmamento al microscopio, del infinito hacia afuera al infinito hacia adentro.

Anton Van Leeuwenhoek | Cell Theory, Discoveries & Contributions Video

En ¨Cazadores de Microbios¨ el muy leíble y releible libro de Paul de Kruif comienza con el exitoso primer cazador Anton van Leeeuwenhoek , tendero escéptico creador de sus microscopios no vendibles ni tocables. Con el comienza el desplazamiento del Ego Humano.  Desmantela la arrogancia antropocéntrica de Protágoras "El hombre es la medida de todas las cosas".  Y es el punto de partida para la propuesta de una medida distinta a la de Protágoras , la de Lynn Margulis y Dorion Sagan  

Si aquel afirmaba que el hombre era la medida de todas las cosas, ellos nos hacen ver que somos apenas una permutación final de una larga historia de seres más antiguos, diminutos resilientes y antifragiles : las bacterias. Desde su “ecología profunda”, invierten el eje de la escala cósmica: la vida puede sobrevivir sin nosotros, pero nosotros no podríamos vivir sin el microcosmos. Por eso —dicen con ironía socrática— deberíamos llamarnos Homo insapiens insapiens.

La cooperación como ley de vida

El neodarwinismo nos enseñó a pensar la evolución como lucha y competencia, pero Margulis lo reinterpreta como alianza y simbiosis. La vida no se sostiene por la fuerza de los más aptos, sino por la capacidad de cooperar.  Las grandes innovaciones evolutivas no nacieron del conflicto, sino de asociaciones improbables: células que aprendieron a vivir juntas, genomas que aprendieron a convivir.

Participamos de una inmensa asociación silenciosa: dependemos de organismos fotosintéticos que nos proveen oxígeno, de bacterias y hongos que reciclan nuestros desechos, de microorganismos que transforman la materia y cierran el círculo de la vida. Ninguna tecnología ni poder político podrían sustituir esa red invisible.

Durante cuatro mil millones de años, las bacterias dominaron el planeta. Ellas fueron las primeras en respirar sin oxígeno, las primeras en inventar la fotosíntesis, las primeras en transformar la Tierra. Nosotros, animales y plantas, somos recién llegados. Fenómenos pasajeros en una evolución principalmente bacteriana. En cierto sentido, seguimos siendo un fenómeno microbiano más.

El universo como información

El físico Vlatko Vedral sostiene que “la información es física”, que constituye la magnitud fundamental del universo. Lo que existe, existe porque contiene información y la transmite. Desde esa perspectiva, la vida puede pensarse como un tejido de mensajes codificados, un flujo continuo entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande.

En ese flujo, los virus cumplen un papel paradójico. Peter Medawar los llamó “malas noticias envueltas en proteínas”. Pero más allá de su reputación de parásitos, son los transportistas profesionales de genes, piezas clave en la circulación de información biológica. En fila india, todos los virus del planeta formarían una columna de 200 millones de años luz: una cifra que desborda cualquier imaginación humana.

Somos minoría en un planeta dominado por bacterias, hongos, virus y priones. Algunos de ellos —como los priones descubiertos por Stanley Prusiner— pueden destruir el cerebro; otros, como los que estudió Eric Kandel, podrían guardar el secreto de la memoria a largo plazo. Nada escapa a la ambigüedad de lo vivo: lo que enferma también puede curar; lo que destruye, enseña.

Simbiosis, transgénesis y evolución

Los virus pueden introducir genes nuevos en las células e incluso alterar información defectuosa. Así nacieron las técnicas de ADN recombinante: cortar, pegar, copiar, reparar. La enzima ligasa une fragmentos; la polimerasa copia y rellena; las enzimas de restricción defienden a las bacterias de la invasión viral. Gracias a ellas, la ciencia pudo unir piezas de ADN de distintos orígenes: el comienzo de la biotecnología y de sus dilemas éticos.

La naturaleza, sin embargo, lleva practicando la transgénesis horizontal desde hace millones de años. La avispa que deposita sus huevos en una oruga lleva consigo un virus que inhibe las defensas del huésped; algunas orugas, a su vez, incorporan ADN ajeno y se transforman en “mariposas transgénicas”. Paradójicamente, la mariposa Monarca, símbolo de lo natural, es también emblema de esa mezcla genética que tanto cuidado merece o tememos. Cada día, los virus marinos eliminan hasta el 40% de las bacterias oceánicas, reciclando nutrientes y sosteniendo la vida marina. Sin ellos, el equilibrio ecológico se derrumbaría.

Entre la amenaza y la necesidad

El SARS-CoV-2 —nuestro visitante más reciente— nos devolvió brutalmente al hecho esencial: no estamos fuera del ciclo, somos parte de él. Este virus, con apenas cuatro proteínas y un puñado de instrucciones genéticas, detuvo al planeta. Su existencia reveló la fragilidad de nuestras certezas y puso a prueba nuestro dominio tecnológico.

Paradójicamente, si alguien presionara un botón para hacer desaparecer todos los virus del planeta, cometería un error fatal. Ellos son, aunque no lo parezca, necesarios: regulan poblaciones, reciclan materia, transfieren genes, mantienen la biodiversidad. Sin virus, no habría vida tal como la conocemos.

Epílogo: el espejo del cosmos

Quizás la enseñanza más profunda del cosmos —ese que Sagan veía como “todo lo que es, fue y será”— no está en los confines del universo, sino en lo invisible. Somos una forma del cosmos que aprendió a observarse, pero también una colonia simbiótica de seres diminutos. Si alguna vez fuimos la medida de todas las cosas, hoy sabemos que somos apenas una medida entre muchas, una tela más en la red de la existencia. Quizás el verdadero gesto sapiencial sea reconocer, con humildad cósmica, que la vida continuará su camino sin nosotros aun cuando  somos cosmos pensante: polvo de estrellas y suma de microbios, soñando con entenderse. Nos deja con una "humildad cósmica" muy necesaria: si bien somos "cosmos pensante" y "polvo de estrellas" (Sagan), no somos más que una "suma de microbios" que ha aprendido a observarse. Es un llamado a reemplazar la ambición de dominio por la ética de la interdependencia. Es una opinión que invita no solo a pensar, sino a sentir la profunda conexión que nos une a lo infinitamente pequeño.

 

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