Cosmos: la
medida del microcosmos
“El hombre
es la medida de todas las cosas.”
                                                                    
— Protágoras
“El cosmos
es todo lo que es, todo lo que fue y todo lo que será.”
                                                                                
— Carl Sagan
Desde tiempos inmemoriales,
la humanidad ha levantado la mirada hacia el cielo en busca de respuestas.
¿Cambia el Cosmos o permanece inmóvil? ¿Existe algo más allá del “más allá”?
Las preguntas siguen siendo las mismas: ellas nacen de nuestra pequeñez ante lo
inconmensurable. Pero en los últimos siglos, la curiosidad humana se ha
desplazado: del firmamento al microscopio, del infinito hacia afuera al
infinito hacia adentro. 
En ¨Cazadores de Microbios¨
el muy leíble y releible libro de Paul de Kruif comienza con el exitoso primer
cazador Anton van Leeeuwenhoek , tendero escéptico creador de sus microscopios
no vendibles ni tocables. Con el comienza el desplazamiento del Ego Humano.  Desmantela la arrogancia antropocéntrica de
Protágoras "El hombre es la medida de todas las cosas".  Y es el punto de partida para la propuesta de una
medida distinta a la de Protágoras , la de Lynn Margulis y Dorion Sagan  
Si aquel afirmaba que el
hombre era la medida de todas las cosas, ellos nos hacen ver que somos apenas
una permutación final de una larga historia de seres más antiguos,
diminutos resilientes y antifragiles : las bacterias. Desde su “ecología
profunda”, invierten el eje de la escala cósmica: la vida puede sobrevivir sin
nosotros, pero nosotros no podríamos vivir sin el microcosmos. Por eso —dicen
con ironía socrática— deberíamos llamarnos Homo insapiens insapiens.
La cooperación como ley de vida
El neodarwinismo nos enseñó a pensar la evolución como lucha y
competencia, pero Margulis lo reinterpreta como alianza y simbiosis. La
vida no se sostiene por la fuerza de los más aptos, sino por la capacidad de
cooperar.  Las grandes innovaciones
evolutivas no nacieron del conflicto, sino de asociaciones improbables: células
que aprendieron a vivir juntas, genomas que aprendieron a convivir.
Participamos de una inmensa
asociación silenciosa: dependemos de organismos fotosintéticos que nos proveen
oxígeno, de bacterias y hongos que reciclan nuestros desechos, de
microorganismos que transforman la materia y cierran el círculo de la vida.
Ninguna tecnología ni poder político podrían sustituir esa red invisible.
Durante cuatro mil millones
de años, las bacterias dominaron el planeta. Ellas fueron las primeras en
respirar sin oxígeno, las primeras en inventar la fotosíntesis, las primeras en
transformar la Tierra. Nosotros, animales y plantas, somos recién llegados.
Fenómenos pasajeros en una evolución principalmente bacteriana. En
cierto sentido, seguimos siendo un fenómeno microbiano más.
El universo como información
El físico Vlatko Vedral
sostiene que “la información es física”, que constituye la magnitud
fundamental del universo. Lo que existe, existe porque contiene información
y la transmite. Desde esa perspectiva, la vida puede pensarse como un tejido de
mensajes codificados, un flujo continuo entre lo infinitamente pequeño y lo
infinitamente grande.
En ese flujo, los virus
cumplen un papel paradójico. Peter Medawar los llamó “malas noticias envueltas
en proteínas”. Pero más allá de su reputación de parásitos, son los transportistas
profesionales de genes, piezas clave en la circulación de información
biológica. En fila india, todos los virus del planeta formarían una columna de
200 millones de años luz: una cifra que desborda cualquier imaginación humana.
Somos minoría en un planeta
dominado por bacterias, hongos, virus y priones. Algunos de ellos —como los
priones descubiertos por Stanley Prusiner— pueden destruir el cerebro; otros,
como los que estudió Eric Kandel, podrían guardar el secreto de la memoria a
largo plazo. Nada escapa a la ambigüedad de lo vivo: lo que enferma también
puede curar; lo que destruye, enseña.
Simbiosis, transgénesis y evolución
Los virus pueden introducir
genes nuevos en las células e incluso alterar información defectuosa. Así
nacieron las técnicas de ADN recombinante: cortar, pegar, copiar, reparar. La
enzima ligasa une fragmentos; la polimerasa copia y rellena; las
enzimas de restricción defienden a las bacterias de la invasión viral. Gracias
a ellas, la ciencia pudo unir piezas de ADN de distintos orígenes: el comienzo
de la biotecnología y de sus dilemas éticos.
La naturaleza, sin embargo,
lleva practicando la transgénesis horizontal desde hace millones de
años. La avispa que deposita sus huevos en una oruga lleva consigo un virus que
inhibe las defensas del huésped; algunas orugas, a su vez, incorporan ADN ajeno
y se transforman en “mariposas transgénicas”. Paradójicamente, la mariposa
Monarca, símbolo de lo natural, es también emblema de esa mezcla genética que
tanto cuidado merece o tememos. Cada día, los virus marinos eliminan hasta el
40% de las bacterias oceánicas, reciclando nutrientes y sosteniendo la vida
marina. Sin ellos, el equilibrio ecológico se derrumbaría.
Entre la
amenaza y la necesidad
El SARS-CoV-2 —nuestro
visitante más reciente— nos devolvió brutalmente al hecho esencial: no
estamos fuera del ciclo, somos parte de él. Este virus, con apenas cuatro
proteínas y un puñado de instrucciones genéticas, detuvo al planeta. Su
existencia reveló la fragilidad de nuestras certezas y puso a prueba nuestro
dominio tecnológico.
Paradójicamente, si alguien
presionara un botón para hacer desaparecer todos los virus del planeta,
cometería un error fatal. Ellos son, aunque no lo parezca, necesarios:
regulan poblaciones, reciclan materia, transfieren genes, mantienen la
biodiversidad. Sin virus, no habría vida tal como la conocemos.
Epílogo: el espejo del cosmos
Quizás la enseñanza más
profunda del cosmos —ese que Sagan veía como “todo lo que es, fue y será”— no
está en los confines del universo, sino en lo invisible. Somos una forma del
cosmos que aprendió a observarse, pero también una colonia simbiótica de
seres diminutos. Si alguna vez fuimos la medida de todas las cosas, hoy
sabemos que somos apenas una medida entre muchas, una tela más en la red de la
existencia. Quizás el verdadero gesto sapiencial sea reconocer, con humildad
cósmica, que la vida continuará su camino sin nosotros aun cuando  somos cosmos pensante: polvo de
estrellas y suma de microbios, soñando con entenderse. Nos deja con una "humildad
cósmica" muy necesaria: si bien somos "cosmos pensante"
y "polvo de estrellas" (Sagan), no somos más que una "suma
de microbios" que ha aprendido a observarse. Es un llamado a
reemplazar la ambición de dominio por la ética de la interdependencia.
Es una opinión que invita no solo a pensar, sino a sentir la profunda conexión
que nos une a lo infinitamente pequeño.
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