sábado, octubre 25, 2025

Ensayos de café: El punto ciego del lenguaje y la conciencia

 

Ensayos de café: El punto ciego del lenguaje y la conciencia

A muchos les gusta ,  Nacho no es la excepción  creo como excusa comenzar las conversaciones con una frase desconcertante. Aquella tarde, mientras revolvía el café semi media lagrima Nacho, dijo con aire serio:
—Yo no quiero ser autorreferencial.

Lo miré y sonreí: Y  le dije demasiado tarde, Nacho —le dije—. Ya lo fuiste al decirlo.

Él se río, tanto por entender la ¨trampa¨ como por disfrutar el enredo. Y así empezó una charla que, como casi todas con él, terminó siendo una meditación sobre el pensamiento mismo.

La trampa de la frase Decir “no quiero ser autorreferencial” es como decir “no estoy hablando” mientras se habla, o “no existen afirmaciones universales” mientras se hace una afirmación universal. Lo que ocurre no es un simple error lógico, sino una contradicción en acto: el contenido niega lo que el acto realiza.

El Estagirita lo habría reconocido enseguida: viola el principio  según el cual una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo respecto. La frase de Cacho, en su simplicidad, hace justamente eso: es y no es autorreferencial a la vez.

El ojo que no puede verse Hay un límite que atraviesa tanto la visión física como la conciencia: el punto desde el cual miramos no puede verse directamente. El ojo ve todo menos a sí mismo; solo puede observarse en un espejo, en una foto, o en la representación que otros hacen de él.


De manera análoga, la conciencia puede observar pensamientos, emociones y percepciones, pero nunca puede observarse totalmente a sí misma en el acto de observar. Este es un ejemplo perfecto de autorreferencia estructural: cuando el observador y lo observado coinciden, se genera un bucle que limita la percepción directa. Intentar observarse totalmente proyecta siempre una “sombra”: aquello que no puede ser captado desde dentro del sistema que lo genera. Es aquí donde surge el punto ciego luminoso de la conciencia: lo que no puede verse porque es lo que ve.

Gödel y la autorreferencia lógica

La analogía se vuelve aún más profunda si la cruzamos con la lógica y la matemática.
Gödel mostró que cualquier sistema lo suficientemente poderoso no puede contener todas sus propias verdades. Su proposición autorreferencial —“Esta proposición no es demostrable”— es un espejo lógico: igual que el ojo que intenta verse mirar, el sistema se dobla sobre sí mismo y descubre un límite insalvable.

Así, el ojo que no puede verse funciona como metáfora de la mente humana frente a la comprensión de sí misma:

  • Lo vemos todo menos a nosotros mismos.
  • Lo que no podemos ver es, precisamente, lo que nos permite ver.
  • La autorreferencia no es un fallo, sino la condición de la presencia consciente.

 

El punto ciego y la autorreferencia inconsciente Todo acto consciente parte de ese punto íntimo o ciego. Desde allí emerge toda percepción, toda emoción, todo pensamiento. No lo vemos, pero todo lo que vemos brota de él.

Por eso, toda forma de conciencia es inevitablemente autorreferencial, aunque no lo sepamos.
Cada vez que decimos “yo pienso”, “yo veo”, “yo siento”, el “yo” ya está implícito: está mirando, incluso cuando no se nombra. Incluso cuando creemos estar volcados completamente hacia el mundo, hay una mínima curvatura que nos devuelve a nosotros mismos. Ese centro invisible es la raíz de todo sentido, y también de toda reflexión.

 

Podríamos pensar que esto nos condena al solipsismo, a no salir nunca de nosotros mismos, pero es más profundo: ese centro invisible es lo que nos permite empatizar, crear, entender.
Solo porque hay un “yo” mirando podemos imaginar que hay “otros” que también miran. La autorreferencia no es encierro, sino la condición de toda apertura.

El misterio del “yo” es el mismo misterio que nos permite decir “tú”. Y, en ese reconocimiento silencioso, se encuentra la huella de nuestra presencia: el límite que nos hace conscientes de ser conscientes.

 

Epílogo: la risa de Nacho

Nacho me escuchaba en silencio, con esa mezcla de curiosidad y descreimiento que solo él maneja. Cuando terminé, soltó una carcajada breve: Entonces, al final, ¿somos todos autorreferenciales?

Sí —le respondí—.Hasta el silencio lo es, porque también dice algo sobre lo que calla.

Nacho miró por la ventana, pensativo.—Bueno —dijo al fin—. Si no se puede evitar, al menos que sea con estilo. Y brindamos con el último sorbo de café por el misterioso arte de decir sin poder salir de lo dicho, de ver sin poder verse, y de existir siempre desde ese punto ciego que nos sostiene.

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