Ser
alfabetizado hoy: leer el mundo en la era de los algoritmos
“Leer no es
caminar sobre las palabras, sino atravesarlas.”
— Paulo Freire
El alfabeto la Revolución
Apacible
En el libro ¨El
infinito en un Junco¨ de I.Valllejo, uno de sus capítulos se denomina; La
revolución apacible del alfabeto. Es cierto que hoy se lee mucho, y que es
muy raro encontrar una persona adulta que no sepa leer, vivimos en un mundo ¨alfabetizado¨.
Hacen seis mil años aparecieron los primeros signos escritos en la Mesopotamia
y también en otros lugares, su origen fue absolutamente practico; ¨primero
las cuentas luego los cuentos¨, se aprendió el cálculo antes que las
letras. 
Al principio solo dibujos, pero se
necesitaban muchos y eso dejaba poco espacio para la memoria, la solución fue
sencilla y una de las mayores genialidades de nuestra historia, dejar  de dibujar cosas e ideas que son infinitas,
para dibujar el sonidos de las palabras, y así a través de  simplificaciones llegaron las letras y
combinándolas se logró la más perfecta partitura del lenguaje y la más
duradera. Con  la invención del alfabeto
se derribó muros y se abrió las puertas al conocimiento para que muchos accediéramos
al pensamiento escrito. El origen del alfabeto se
remonta a varias culturas que desarrollaron sistemas de escritura para
comunicarse y registrar información. Lo finito para lo infinito.
Uno de los sistemas de escritura más influyentes
en el desarrollo del alfabeto occidental es el alfabeto fenicio. Ellos crearon
un sistema de escritura basado en signos o caracteres que representaban sonidos
consonánticos sin vocales, era extremadamente eficiente para el comercio y la
comunicación. Los griegos adaptaron el alfabeto fenicio en el siglo VIII a.C.,
le añadieron vocales  y desarrollaron el
primer alfabeto griego, que constaba de 24 letras. Esto permitió una
representación más precisa de los sonidos de la lengua griega y facilitó la
lectura y la escritura. En síntesis, el alfabeto fenicio,  fue adoptado, adaptado y modificado por
varias culturas a lo largo del tiempo. Cada adaptación y evolución, llevó al desarrollo
de sistemas de escritura más efectiva y versátil, que finalmente condujeron a
los alfabetos utilizados en todo el mundo en la actualidad.
J.Wagensberg con una visión integradora nos  dice, hoy los alfabetos son
cuatro: a) Algo más de cien letras para la materia inerte, la tabla
periódica, b) Veintisiete letras para el español c) Cuatro letras para la
materia viva, d) Millones para describir paisajes. 
Durante siglos, la
alfabetización fue una frontera nítida: saber leer y escribir significaba poder
ingresar al mundo de la cultura, la ley y la historia. Fue —como bien señala
Irene Vallejo en El infinito en un junco— una revolución apacible,
una conquista silenciosa que cambió para siempre la relación del ser humano con
la palabra.
Sin embargo, hoy esa frontera se ha desplazado. Vivimos en
sociedades formalmente alfabetizadas, pero paradójicamente más expuestas a la
confusión, la manipulación y el ruido informativo. Ser alfabetizado en el siglo
XXI no se reduce a conocer las letras del alfabeto, sino a saber orientarse
en el laberinto del sentido. 
Existen
diverso estamentos muy claramente definidos:
Del
alfabeto al algoritmo El alfabeto fue, en su
momento, una tecnología del pensamiento. Permitió fijar la palabra, conservar
la memoria y construir conocimiento acumulativo. Cada signo era un puente entre
el sonido y la idea, entre el cuerpo y la mente. Hoy, la tecnología dominante
ya no es la letra, sino el algoritmo. Y, como en toda revolución
silenciosa, su influencia no siempre es visible: los algoritmos leen por
nosotros, seleccionan lo que vemos, anticipan lo que deseamos. Así como en la
antigüedad pocos sabían escribir y muchos dependían de los escribas, hoy muchos
leen, pero pocos comprenden cómo se escriben los códigos que gobiernan la
información. La nueva forma de analfabetismo no es la ausencia de lectura, sino
la lectura dirigida.
 Alfabetización funcional y
crítica: el mínimo y el umbral Saber leer
y escribir textos sigue siendo fundamental. Pero la verdadera alfabetización
comienza cuando comprendemos qué nos dice el texto y qué intenta hacernos creer.
Leer críticamente es reconocer el tono, la intención, el sesgo. Es entender que
todo texto —sea un poema, un tuit o un informe científico— es también un acto
de poder. El pensamiento de Freire conserva toda su vigencia:
 “La lectura del mundo precede
a la lectura de la palabra”. Hoy deberíamos agregar: la lectura del sistema
precede a la lectura de la pantalla.
La alfabetización crítica implica aprender a ver
los hilos invisibles que mueven el discurso, los intereses detrás de la
información y los mecanismos de persuasión que operan sobre la atención.
Alfabetización digital: sobrevivir
al exceso Internet democratizó el acceso a la palabra,
pero al precio de una sobreabundancia caótica. La información ya no
escasea; lo que escasea es la atención y la capacidad de discernir. Ser
alfabetizado digitalmente es saber navegar en ese océano sin naufragar.
Significa desarrollar una conciencia de los entornos informativos y de
cómo configuran nuestras percepciones. En este contexto, la lectura se vuelve
un acto ecológico: seleccionar qué leer, qué creer y qué ignorar. Leer se
transforma en una forma de higiene mental.
Alfabetización científica e informacional: leer la evidencia Otra dimensión esencial es la alfabetización
científica: la capacidad de distinguir entre un hecho, una hipótesis y una
opinión. En tiempos de desinformación viral, donde las emociones circulan más
rápido que los datos, comprender cómo se construye la evidencia científica es
una forma de defensa cognitiva. Ser alfabetizado científicamente no
significa ser científico, sino entender cómo piensa la ciencia: por
conjeturas, refutaciones y revisiones. En ese sentido, el pensamiento de Popper
o Peirce sigue siendo clave: aprender a convivir con la duda, a corregir
nuestras creencias, a pensar en términos de probabilidad y no de dogma.
Alfabetización cognitiva: La alfabetización más profunda es la del
propio pensamiento.
Implica reconocer nuestros sesgos, emociones y límites cognitivos. Saber
cómo se genera una creencia, cómo se refuerza un prejuicio, cómo opera la atención.
En la era de la inteligencia artificial, esta alfabetización se vuelve vital:
quien no conoce su mente será leído y precedido por los algoritmos mejor que
por sí mismo.
Leer el mundo hoy requiere también leerse a uno mismo: entender
cómo percibimos, cómo inferimos y cómo nos equivocamos. Esa metacognición es la
nueva frontera de la libertad.
De la letra
al sentido La alfabetización del futuro no se medirá por
la capacidad de leer textos, sino por la capacidad de construir sentido. Ser
alfabetizado hoy es poder dialogar con la complejidad sin reducirla a
consignas. Es poder pensar con otros, escribir con criterio, y no perder la
brújula ética en un mundo saturado de estímulos. En definitiva, ser
alfabetizado en el siglo XXI es un acto de resistencia: resistir la
manipulación, la simplificación y la indiferencia. Es continuar, con otros
medios, la vieja revolución apacible que comenzó cuando el ser humano aprendió
a dejar huella en el junco, en el papel y ahora, en el código.
Epílogo:
El nuevo alfabeto no está hecho solo de
letras, sino de gestos cognitivos: atención, duda, empatía, discernimiento. La verdadera alfabetización del futuro será la capacidad de mantener la
mente despierta en medio del ruido.
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