martes, octubre 21, 2025

El espejo y el cuadro: de Velázquez a los sufíes La mirada que se mira

 

El espejo y el cuadro: de Velázquez a los sufíes

La mirada que se mira

http://4.bp.blogspot.com/-lc_x1Tqfpi0/TWY-P2Nfp_I/AAAAAAAABAI/D0MkcPR-4x0/s640/meninas.jpg

Las Meninas es, probablemente, el cuadro más lindo y también el más enigmático de Diego Velázquez. Ninguna otra pintura ha sabido conjugar la realidad y su reflejo, el poder y la ilusión, la presencia y la ausencia. Cuando uno tiene la posibilidad de ver el cuadro no se da por enterado de que es mirado, Michel Foucault lo analizó con maestría, describiendo ese juego de miradas cruzadas donde el pintor, el rey, los personajes y el espectador  atrapados en una malla invisible.

“...El pintor está ligeramente alejado del cuadro. Lanza una mirada sobre el modelo; quizá se trata de añadir un último toque, pero también puede ser que no haya dado aún la primera pincelada... para el espectador que lo contempla ahora, está a la derecha de su cuadro, que a su vez ocupa el extremo izquierdo... con respecto a este mismo espectador el cuadro está vuelto de espaldas...”

                     M-  Foucault.

 

El espejo del fondo refleja al rey Felipe IV y a su esposa, quienes no están físicamente en la escena. Desde esa distancia, somos nosotros los  mirones quienes ocupamos su lugar. Así, el cuadro se transforma en una trampa óptica y filosófica: ¿Somos testigos de una representación o parte de ella? ¿Fue pintado para honrar al rey o para honrarnos a nosotros, los infinitos espectadores que prolongamos su mirada?

La imagen que sale del cuadro: Francisco de Pacheco, maestro y suegro de Velázquez, le aconsejaba: “No te olvides: la imagen debe salir del cuadro.” Esa frase, aparentemente técnica, encierra un mandato espiritual: el arte debe trascender el marco que lo contiene. Velázquez lo entendió en toda su profundidad.

En Las Meninas, la pintura ya no está dentro del cuadro: sale  hacia afuera, hacia el espacio del espectador, hacia nosotros hacia el propio acto de mirar. En ese sentido, Velázquez fue tan místico como los pintores de las viejas parábolas orientales. Su arte no busca representar cosas, sino reflejar la luz que las hace visibles. Y allí, la pintura se convierte en espejo.

Un día cualquiera, el gran Mogol estuvo, deseoso de saber cuáles eran los artistas más prestigiosos de su imperio. Ofreció para ello decorar los muros de su palacio de la manera más hermosa; luego de varios días de alegría y de decepción se encontraban sólo dos equipos aún en competencia; uno era budista y el otro sufi. Ellos debían decorar los dos muros opuestos de la gran galería. Los budistas trabajaban como una legión de ángeles, decorando soberbiamente su pared; los sufis tras un velo, pulían la suya. Los días pasaban y el fin del concurso se aproximaba, los budistas hacían maravilla tras maravilla y los sufis no hacían otra cosa que pulir la superficie de la pared. El día del veredicto, el mismo Gran Mogol descubrió las obras y se descubrió que el reflejo de la de los budistas sobre la superficie pulida por los sufis, era una delicia para el alma.”

 

Epílogo:

El espejo de Las Meninas no sólo devuelve una imagen: devuelve la conciencia de quien mira. El arte —como la sabiduría sufí— no se logra acumulando formas, sino puliendo la superficie interior hasta que pueda intentar reflejar la verdad. Así como el espejo necesita vaciarse para reflejar, el pensamiento necesita silencio para comprender. Quizás, siguiendo el consejo de Pacheco, toda imagen —y toda alma— deba, al fin, salir del cuadro.

 

No hay comentarios:

Archivo del blog