lunes, octubre 27, 2025

Más allá de los algoritmos: Gödel Penrose y los qualia: la razón viva y la rojés del rojo


 

Más allá de los algoritmos: Gödel Penrose y los qualia: la razón viva y la rojés del rojo

“No todo lo verdadero se deduce”


Gödel: la verdad que se escapa del sistema :En 1931, Kurt Gödel demostró algo que transformó para siempre la lógica y la epistemología: en todo sistema formal lo bastante complejo existen proposiciones verdaderas que no pueden demostrarse dentro del propio sistema. Es decir, hay verdades que no se deducen. Esa grieta, aparentemente técnica, tiene una resonancia filosófica profunda: la razón no puede encerrarse en sus propias reglas. Siempre habrá un resto de verdad que excede el cálculo, un punto donde la deducción toca su límite y comienza la comprensión.

Penrose: comprender no es calcular: Penrose retomó esa intuición y la llevó al corazón de la mente humana. Si en matemáticas existen verdades no demostrables, también en la conciencia hay comprensiones que no pueden reducirse a algoritmos. Sostiene que la mente humana es capaz de reconocer esas verdades —intuiciones, insights, comprensiones súbitas— que ninguna máquina podría derivar. ¨Comprender no es calcular”,  es ver sentido, no solo procesar símbolos. Es un acto reflexivo, creativo y consciente que implica contexto, intención y vivencia.


Por eso, la mente no puede ser entendida como un software que corre sobre el hardware del cerebro: es un sistema abierto, autorreferente, capaz de trascender su propio código.

En síntesis, Penrose está defendiendo la idea de que la comprensión humana es un fenómeno irreductible a la computación. Podemos construir máquinas que deduzcan, calculen o simulen, pero comprender —dar sentido— requiere algo más: una forma de lucidez que emerge de la conciencia y no de la programación.

 

Los qualia: la interioridad del sentido. En ese punto entra en escena el misterio de los qualia: las cualidades subjetivas de la experiencia, la textura interna del mundo vivido. El rojo no es solo una longitud de onda; es la rojés del rojo, el modo en que la conciencia lo experimenta.

 

Esa cualidad, ese “cómo se siente”, no puede deducirse ni simularse. Los qualia son la evidencia de que la conciencia no se deja reducir a información. Pueden describirse las causas físicas de una experiencia, pero no su vivencia interior. Ahí se aloja la diferencia radical entre una mente que calcula y una mente que comprende, entre un sistema que procesa datos y un ser que los experimenta como significado.

El rojo no es solo una longitud de onda; es la rojés del rojo, el modo en que la conciencia lo experimenta. Los qualia son la evidencia de que la conciencia no se deja reducir a información. Pueden describirse las causas físicas de una experiencia —las neuronas, los fotones, las sinapsis—, pero no su textura vivida. Entre el estímulo físico y la sensación interior hay un abismo que ningún algoritmo puede cruzar.

Y, sin embargo, ese abismo no es pura separación. Aunque nadie puede sentir “mi rojo”, todos comprendemos lo que es ver el rojo. En esa paradoja —lo intransferible que, a la vez, nos une— se juega la condición humana de la conciencia: singular y compartida, privada y común.

La razón viva: comprender desde el ser

La razón viva es la que reconoce esa interioridad, la que no se limita a operar con signos, sino que los habita. Está en el científico que intuye una ley, en el artista que reconoce una forma, en el amante que entiende sin palabras, en el filósofo que pregunta con el cuerpo entero. Es la razón que experimenta sentido antes de poder formularlo, la que se atreve a vivir las preguntas sin esperar respuestas automáticas.

Esa razón viva se da en todos los órdenes de nuestra existencia. Es la fuente del asombro, de la creatividad, del juicio ético, del acto de fe y del pensamiento libre. Y es también —en un mundo saturado de datos y algoritmos— el núcleo de nuestra supervivencia cognitiva: la capacidad de mantener la lucidez interior, de no delegar la comprensión en las máquinas, de seguir viendo la rojés del rojo incluso cuando todo se vuelve cálculo.

Epílogo: la mente como frontera viva

Penrose, Gödel y los qualia convergen en una misma enseñanza:

La verdad, la comprensión y la experiencia exceden cualquier sistema cerrado. Donde la razón programada termina, comienza la razón viva.  Ella es la chispa que convierte la información en sentido, el código en comprensión, el dato en experiencia. Comprender es, finalmente, vivir la verdad desde adentro, dejar que la mente se ilumine no por deducción, sino por presencia.

Porque, como intuía Penrose, la conciencia no solo calcula: reconoce, siente, crea —y en ese acto, se vuelve viva. Penrose está defendiendo la idea de que la comprensión humana es un fenómeno irreductible a la computación. Podemos construir máquinas que deduzcan, calculen o simulen, pero comprender —dar sentido— requiere algo más: una forma de lucidez que emerge de la conciencia y no de la programación.

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