Más allá de
los algoritmos: Gödel Penrose y los qualia: la razón viva y la rojés del rojo
“No todo lo
verdadero se deduce”
Gödel: la verdad que se escapa del sistema :En 1931, Kurt Gödel demostró algo que transformó para siempre la
lógica y la epistemología: en todo sistema formal lo bastante complejo existen
proposiciones verdaderas que no pueden demostrarse dentro del propio sistema. Es
decir, hay verdades que no se deducen. Esa grieta, aparentemente
técnica, tiene una resonancia filosófica profunda: la razón no puede encerrarse
en sus propias reglas. Siempre habrá un resto de verdad que excede el
cálculo, un punto donde la deducción toca su límite y comienza la comprensión.
Penrose:
comprender no es calcular: Penrose retomó esa intuición y la llevó al corazón de la mente humana. Si
en matemáticas existen verdades no demostrables, también en la conciencia hay
comprensiones que no pueden reducirse a algoritmos. Sostiene que la mente
humana es capaz de reconocer esas verdades —intuiciones, insights,
comprensiones súbitas— que ninguna máquina podría derivar. ¨Comprender
no es calcular”, es ver sentido,
no solo procesar símbolos. Es un acto reflexivo, creativo y consciente que
implica contexto, intención y vivencia.
Por eso, la mente no puede ser entendida como un software que corre sobre
el hardware del cerebro: es un sistema abierto, autorreferente, capaz de
trascender su propio código.
En síntesis, Penrose está
defendiendo la idea de que la comprensión humana es un fenómeno irreductible
a la computación. Podemos construir máquinas que deduzcan, calculen o
simulen, pero comprender —dar sentido— requiere algo más: una forma de lucidez
que emerge de la conciencia y no de la programación.
Los qualia: la interioridad
del sentido. En ese
punto entra en escena el misterio de los qualia: las cualidades
subjetivas de la experiencia, la textura interna del mundo vivido. El rojo no
es solo una longitud de onda; es la rojés del rojo, el modo en que la
conciencia lo experimenta.
Esa cualidad, ese “cómo se siente”, no puede
deducirse ni simularse. Los qualia son la evidencia de que la
conciencia no se deja reducir a información. Pueden describirse las
causas físicas de una experiencia, pero no su vivencia interior. Ahí se aloja
la diferencia radical entre una mente que calcula y una mente que comprende,
entre un sistema que procesa datos y un ser que los experimenta como
significado.
El rojo no es solo una
longitud de onda; es la rojés del rojo, el modo en que la conciencia lo
experimenta. Los qualia son la evidencia de que la conciencia no se deja
reducir a información. Pueden describirse las causas físicas de una experiencia
—las neuronas, los fotones, las sinapsis—, pero no su textura vivida. Entre
el estímulo físico y la sensación interior hay un abismo que ningún algoritmo
puede cruzar.
Y, sin embargo, ese abismo
no es pura separación. Aunque nadie puede sentir “mi rojo”, todos comprendemos lo
que es ver el rojo. En esa paradoja —lo intransferible que, a la vez, nos
une— se juega la condición humana de la conciencia: singular y compartida,
privada y común.
La razón
viva: comprender desde el ser
La razón viva es la
que reconoce esa interioridad, la que no se limita a operar con signos, sino
que los habita. Está en el científico que intuye una ley, en el artista que
reconoce una forma, en el amante que entiende sin palabras, en el filósofo que
pregunta con el cuerpo entero. Es la razón que experimenta sentido antes de
poder formularlo, la que se atreve a vivir las preguntas sin esperar
respuestas automáticas.
Esa razón viva se da en
todos los órdenes de nuestra existencia. Es la fuente del asombro, de la
creatividad, del juicio ético, del acto de fe y del pensamiento libre. Y es
también —en un mundo saturado de datos y algoritmos— el núcleo de nuestra supervivencia
cognitiva: la capacidad de mantener la lucidez interior, de no delegar la
comprensión en las máquinas, de seguir viendo la rojés del rojo incluso cuando
todo se vuelve cálculo.
Epílogo: la mente como frontera viva
Penrose,
Gödel y los qualia convergen en una misma enseñanza:
La verdad, la comprensión y la experiencia
exceden cualquier sistema cerrado. Donde la razón programada termina, comienza
la razón viva. Ella es la chispa que convierte la información en sentido, el código en
comprensión, el dato en experiencia. Comprender es, finalmente, vivir la
verdad desde adentro, dejar que la mente se ilumine no por deducción, sino
por presencia.
Porque, como intuía Penrose, la conciencia no solo calcula: reconoce,
siente, crea —y en ese acto, se vuelve viva. Penrose está defendiendo la
idea de que la comprensión humana es un fenómeno irreductible a la
computación. Podemos construir máquinas que deduzcan, calculen o simulen,
pero comprender —dar sentido— requiere algo más: una forma de lucidez que
emerge de la conciencia y no de la programación.
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