viernes, julio 04, 2025

Cuidado con lo que pensás... te estás tallando el cerebro










 

Cuidado con lo que pensás...

te estás tallando el cerebro

 

Del pensamiento a la biología, del viaje interior a la epigenética: cuando una casa rodante nos recuerda que somos escultores de nosotros mismos.

 

 


 

Meses atrás, en la costanera, vi una casa rodante detenida. En su frente y fondo, como si llevara su filosofía grabada en chapa, decía en letras grandes: “Dopamina Viajera”. Pasé varias veces hasta que al fin di con el dueño. Me detuve, lo saludé y comenzamos una charla muy interesante.

Es una de esas personas que te miran a los ojos sin apuro, con una calma que no es pasividad, sino presencia. Le pregunté el porqué del nombre. Se río y me dijo: “Soy bioquímico”, y me contó que había sido amigo-discípulo de mi primo Oscar Cañete —uno de nuestros “laboristas de café”, y para mí, como un hermano. “Esto es un homenaje a él”, me dijo, “a los viajes, a las moléculas… y a las ideas que nos quedaban dando vueltas en la cabeza”.

Me contó también que, ya jubilado, viajaba con su casa rodante y que su presencia allí, en ese lugar frente al río, se debía a que estaba haciendo un curso de buceo. No sólo buceaba en el agua, pensé, también buceaba en la memoria.

Esa casa rodante no era sólo un vehículo. Era una declaración de principios: la dopamina —ese mensajero químico del deseo, la motivación y el placer— también viaja con uno. Como los pensamientos. Como los recuerdos. Como los afectos. Y si viajan con uno… también lo transforman.

Lo que pensás te esculpe: de Cajal a Hebb

Me propuse entonces aproximar el tema desde los pioneros. Uno de ellos fue Santiago Ramón y Cajal, padre de la neurociencia moderna y premio Nobel, quien hace más de un siglo profetizó:

“Todo ser humano, si se lo propone, puede ser el escultor de su propio cerebro.”

Lo decía con conocimiento científico. Lo que hoy llamamos neuroplasticidad —gracias a figuras como Rita Levi-Montalcini, Nobel de Medicina en 1986 por descubrir el factor de crecimiento neuronal (NGF)— ya era una intuición poderosa para Cajal en 1900. Las neuronas, las sinapsis, el sistema nervioso: son moldeables.

La neurociencia actual lo confirma: pensar cambia la estructura del cerebro.

El investigador Álvaro Pascual-Leone, desde Harvard, demostró que incluso imaginar una acción activa y fortalece las mismas regiones cerebrales que realizarla físicamente. El pensamiento, aún sin acción visible, deja huella.

 

¿Cómo deja huella? Porque cada vez que activamos un grupo de neuronas, si lo hacemos de manera repetida, reforzamos ese camino. Es el principio propuesto por Donald Hebb en 1949:“Neurons that fire together wire together.”(Las neuronas que se activan juntas, se cablean juntas.) Esa repetición configura lo que hoy se conoce como engrama, una especie de “cicatriz o huella funcional” en el cerebro, una traza estable que codifica una memoria, una emoción o un hábito mental.

 

Repetir pensamientos negativos o destructivos refuerza circuitos difíciles de desactivar. Pero también podemos entrenar gratitud, atención o compasión, generando rutas neuronales más saludables y estables. Pensar es actuar sobre uno mismo.

El pensamiento como acto biológico

Esto me hizo recordar un pasaje Orwell de 1984. El protagonista, Winston Smith, escribe “abajo el Gran Hermano” en su diario oculto. Inmediatamente se arrepiente. Pero se da cuenta de algo tremendo: aunque no lo hubiera escrito, ya lo había pensado… y eso bastaba. En esa distopía, pensar era un delito. Por suerte, en nuestra realidad, pensar sigue siendo propiedad privada, pero con consecuencias públicas: en el cuerpo, en los vínculos, en el cerebro.

El experto en identidad Andy Stalman recomienda algo muy simple:

“Ocho abrazos de seis segundos por día liberan oxitocina y fortalecen la confianza.”

Abrazar, tocar, mirar: no son gestos vacíos. Son actos que cambian la química del cerebro y los circuitos del vínculo. El cuerpo no es sólo un vehículo: es parte del lenguaje emocional. La conexión sincera moldea pensamientos. Y como diría Stalman: del like al love, de lo superficial a lo real.

Epigenética: cuando el pensamiento se hereda

Si el pensamiento moldea el cerebro, entonces no da lo mismo lo que pensamos, porque cada pensamiento:

  • Libera sustancias
  • Refuerza circuitos
  • Prepara respuestas emocionales
  • Afecta el cuerpo
  • Afecta los vínculos
  • Afecta la percepción
  • Deja engramas.

Y algunos de esos engramas pueden durar toda la vida. Pensar es una forma de entrenar quién uno será mañana. Incluso más allá de uno mismo.

Jean-Baptiste Lamarck tenía parte de razón: lo adquirido también puede heredarse, solo que el proceso es diferente. La epigenética, estudia cómo el ambiente y la experiencia modulan la activación de genes sin alterar el ADN, le da hoy una base científica a esa vieja intuición.

Lo que uno vive, siente, piensa… también se escribe en el cuerpo. Y a veces, en la descendencia.

Durante décadas se creyó que lo biológico era destino. Hoy sabemos que el entorno, el afecto, el estrés o el pensamiento pueden activar o silenciar genes, modificando qué partes del genoma se expresan. La vieja oposición entre “innato” y “adquirido” se vuelve porosa. Lo adquirido puede ser profundamente biológico.

Conclusión: la dopamina también viaja con vos

Volviendo a aquella escena en la costanera, esa casa rodante llamada “Dopamina Viajera” no era un simple nombre curioso. Era un manifiesto sobre el modo en que la biología, la mente, la memoria y el afecto viajan juntos, en los pensamientos, en los vínculos, en cada elección mental que hacemos. Y al viajar, nos van esculpiendo por dentro.

Así que; si alguna vez ves pasar una casa rodante con un mensaje extraño en su carrocería no la subestimes. Quizás te esté hablando. Y quizás también te pregunte: ¿Con qué pensamientos estás viajando hoy? ¿Qué historias y emociones estás dejando que te esculpan por dentro?

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