Kant, Einstein y los Aymara: tres miradas sobre el tiempo y el
conocimiento. Están juntos, pero no del todo integrados.
Sapere Aude, decía
Kant: atrévete a saber. Su filosofía crítica marcó un antes y un después al
preguntarse no solo qué conocemos, sino cómo es posible el
conocimiento. Según él, solo accedemos a los fenómenos, es decir, a
lo que aparece ante nosotros, y no a las cosas en sí mismas (noúmenos),
que nos están vedadas. Nacemos, decía, con una suerte de "plaqueta"
estructural: el tiempo y el espacio como intuiciones a priori (su estética
trascendental) y ciertas categorías fundamentales como cantidad, cualidad,
relación y modalidad (la analítica trascendental). Con esta estructura,
interpretamos el mundo; sin ella, no habría experiencia posible. Y, sin
embargo, como advertía San Agustín, el tiempo es algo que, si nadie nos lo
pregunta, creemos entender; pero si tratamos de explicarlo, se vuelve esquivo.
Más de un siglo después,
Albert Einstein dio un nuevo golpe: el tiempo no es absoluto, sino relativo; se
curva junto al espacio y se entrelaza con la gravedad. Nace así el
espacio-tiempo como una unidad dinámica, en la que el pasado, el presente y el
futuro dependen del observador. La física moderna pone en duda nuestras
intuiciones más básicas, y el tiempo deja de ser una flecha recta y universal.
La cultura aymara, originaria
de los Andes, aporta una concepción profundamente distinta, tanto lingüística
como corporal. Para los aymara, el pasado está delante de nosotros,
porque ya lo hemos vivido, ya lo vemos; en cambio, el futuro está detrás,
porque aún no lo conocemos, no lo vemos venir. En su lengua, el tiempo no se
divide en pasado, presente y futuro, como en muchas lenguas occidentales, sino
en “futuro” y “no-futuro”. Esta última categoría incluye lo que ya ha ocurrido
y lo que está ocurriendo: lo visible.
Este cambio de perspectiva no es solo
semántico: se traduce en gestos. Cuando los aymara hablan del futuro, mueven
la mano hacia atrás; cuando se refieren al pasado, señalan hacia
adelante. Es un giro radical, no solo del cuerpo, sino de la cosmovisión.
Para ellos, caminar hacia el futuro es caminar hacia lo desconocido,
literalmente de espaldas. Paradójicamente, en nuestras culturas, la
expresión “estar de espaldas al futuro” se usa de forma negativa, para
describir actitudes conservadoras, retrógradas, que se resisten a la
innovación. Pero en la visión aymara, dar la espalda al futuro no es
ignorancia ni miedo, sino reconocimiento lúcido de su opacidad.
¿Cómo
ver lo que no ha sucedido? ¿No es acaso más razonable mirar lo ya conocido?
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