jueves, julio 17, 2025

¿Estamos guiados por un destino escrito o somos autores de nuestras decisiones?

 

 

¿Estamos guiados por un destino escrito o somos autores de nuestras decisiones?

 

Moiras: Las Diosas del Destino - Mitología Griega - Mira la Historia

Yo soy determinista —dice Nacho, mientras revuelve su café ¨casi media lágrima¨, como si no acabara de decidir como  lo quiere. Creo en el destino, siempre creí. Lo que tiene que pasar, pasa. Mi café está escrito.

Para los antiguos, el destino tenía nombre: Ananké, la necesidad. Y tenía hijas: las Moiras. Cloto hilaba el nacimiento, Laquesis medía el hilo de cada vida, Átropos —la más temida— lo cortaba sin aviso con unas tijeras de oro. Una vida como una hebra ya trazada. Nacho sonríe cuando le recuerdo esto. Dice que le tranquiliza pensar que todo tiene sentido, aunque no lo entendamos. Que incluso el sufrimiento debe servir para algo. Que hay  solo guiones que se cumplen.

Me pareció apropiado recurrir a una idea del físico y pensador Jorge Wagensberg, quien proponía que el debate entre destino y libertad no es solo filosófico, sino una cuestión de cómo concebimos la estructura de la realidad.

Según Wagensberg existen tres clases de ¨Constitución¨ de la realidad:

1.      Clase A: sin leyes. Puro azar. Es el caos total.

2.      Clase B: realidad con leyes, pero con espacio para el azar. Hay caminos, pero también bifurcaciones. Se puede elegir.

3.      Clase C: todo está regido por leyes. No hay azar. La solución es única. El futuro está escrito.

4.      La desechó por allí nada vale, conjunto de objetos y procesos no reales.

Nacho —sin saberlo— vive en la Clase C. Y no está solo. Einstein, Spinoza, Dostoievski también hallaban consuelo en esa certeza absoluta. Pero quien mejor representa esta visión es Pierre-Simon Laplace, el matemático del siglo XIX que imaginó un universo totalmente determinista: si una inteligencia —el famoso demonio de Laplace— conociera la posición y velocidad de todas las partículas del universo en un momento dado, podría predecir el pasado y el futuro con exactitud total. Sin lugar para el azar. Ni para la libertad. Una realidad previsible, cerrada.

Pero hay una sombra en la Clase C no hay culpa, ni mérito, ni ética. Tampoco hay elección. ¿Cómo se aprende, se cambia o se ama si todo está predeterminado? ¿Dónde queda el arte, la política, la rebeldía?

Le digo a Nacho que lo entiendo ( solo para conformarlo). Que hay algo seductor en pensar que todo ocurre porque debe. Que hay una escritura profunda que ordena el caos. Pero también le digo que, si seguimos esa lógica hasta el final, no podemos reprocharle nada a nadie. Ni a un corrupto, ni a un asesino, ni a uno mismo.

—¿Y si el libre albedrío fuera solo una ilusión? —pregunta Nacho.
Tal vez lo sea —respondo—. Pero es una ilusión necesaria. Porque es ahí donde decidimos ser buenos, o valientes, o… es ahí donde pensamos, donde dudamos, donde construimos futuro.

 

La clase B de la realidad : el territorio humano

Me quedo con  la Clase B —mezcla de ley y azar— es el territorio fértil. El más incómodo, sí, porque obliga a elegir, pero también el más humano. En esa zona ambigua habita Darwin, … una realidad con cierto derecho a la contingencia ,plagada de bifurcaciones donde se puede y se debe elegir con restricciones y con cierta dosis de azar que se entrelazan en la evolución. Allí está Borges, que imaginó bifurcaciones infinitas en los senderos del tiempo. Y Boltzmann, que comprendió que el desorden no es caos, sino posibilidad.

Las Moiras, sí, son imponentes. Pero prefiero imaginar que —a veces— Cloto se distrae, Laquesis duda y Átropos… se equivoca o se le perdió la tijera

Epílogo: ¿Qué dice la neurociencia?

En los años 80, el neurólogo Benjamín Libet sorprendió al mundo con un hallazgo inquietante: cuando una persona decide mover un dedo, su cerebro muestra actividad preparatoria (el llamado potencial de preparación) hasta 300 milisegundos antes de que esa persona sienta que ha tomado la decisión.

En otras palabras: el cerebro actúa antes que la conciencia. ¿Estamos, entonces, condenados a obedecer impulsos neuronales disfrazados de voluntad? Muchos interpretaron estos resultados como la confirmación de un determinismo laplaciano. Nuestro cerebro como la versión interna del demonio de Laplace.

Pero Libet encontró algo más, un momento entre la intención inconsciente y la acción final donde el sujeto puede inhibir el movimiento. Una suerte de “veto” consciente. No elegimos el impulso, pero quizá sí podemos decidir si seguirlo o no. Ese mínimo gesto —el de frenar, negar, interrumpir— es lo más parecido que la neurociencia nos ofrece al libre albedrío. No es libertad absoluta, pero tampoco sumisión ciega. Es apenas una grieta donde cabe todo: el arte, la culpa, el perdón, la elección.

Y cuando esa grieta muy importante porque cuando se pierde se hace notar en trastornos como la esquizofrenia, no se distingue entre pensamiento y acción, entre impulso y voluntad. Se pierde el "veto", el límite  entre uno mismo y el mundo. Es una disolución de la agencia, del yo como autor.

Nacho para tu tranquilidad , quizá nunca sepamos si somos libres o si solo lo parecemos.  Tal vez el punto no sea resolverlo del todo, sino habitarlo, aceptar que, incluso si todo estuviera escrito, hay momentos mínimos, fugaces en los que parece que decidimos. Y que esa apariencia nos basta para vivir, para amar, para pedir perdón… y para elegir qué hacer con nuestro dolor.

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