jueves, julio 24, 2025

¿IGUALDAD DE OPORTUNIDADES O IGUALDAD DE POSICIONES?


 

¿Igualdad de oportunidades o igualdad de posiciones ?


Estábamos hablando sobre la situación social cuando Cacho, con tono firme y sencillo, lanzó una frase que resuena en cualquier sobremesa bien intencionada: "Debe haber igualdad de oportunidades. “Una afirmación que parece justa, evidente, indiscutible. Pero ¿qué significa realmente? ¿Es tan simple como suena?

El sociólogo François Dubet, en su libro Repensar la justicia social, ofrece una mirada lúcida sobre este tema. Según él, existen dos grandes maneras de entender la justicia social: la igualdad de oportunidades y la igualdad de posiciones. Ambas buscan reducir las inequidades en las sociedades democráticas. Sin embargo, aunque se complementan en ciertos aspectos, también pueden entrar en conflicto y —llevadas al extremo— generar nuevas formas de injusticia.

1.-La igualdad de oportunidades : un ideal meritocrático parte de un principio atractivo: cada persona debería tener las mismas condiciones de partida para desarrollar su talento y esfuerzo. Desde esta visión meritocrática, el mérito es la clave del ascenso social. Quien más se esfuerza o tiene mejores ideas merece llegar más lejos. Es una forma de justicia que no reparte premios al azar, sino con criterios que parecen razonables: talento + dedicación = recompensa.

A primera vista, es difícil estar en desacuerdo. Pero al mirar más de cerca, surgen las grietas: ¿de verdad todos corremos la misma carrera? ¿Qué ocurre con quienes nacen en contextos profundamente desiguales, donde el talento no puede siquiera desplegarse? ¿Dónde quedan los obstáculos invisibles que enfrentan quienes viven con hambre, discriminación o carencias estructurales?

Desde esta lógica, el rol del Estado debería ser mínimo: garantizar libertades básicas como la de expresión, culto o propiedad privada, pero sin intervenir demasiado en la distribución económica.

 

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En este punto conviene detenerse en la propuesta del filósofo John Rawls, una figura clave en el pensamiento liberal contemporáneo. En su obra Teoría de la justicia, Rawls propone un experimento mental conocido como el "velo de la ignorancia": imaginar que debemos diseñar una sociedad sin saber qué lugar ocuparemos en ella (ni  género, clase, religión, talentos o situación económica). Desde esa posición imparcial, dice Rawls, la mayoría elegiría una sociedad que garantice libertades básicas para todos, pero que también limite las desigualdades.

Rawls no propone eliminar por completo las diferencias sociales, sino establecer un criterio ético: solo deben permitirse aquellas desigualdades que beneficien a los más desfavorecidos. A esta idea se la conoce como el ¨principio de la diferencia¨. Así, una sociedad puede ser justa incluso con cierta desigualdad, siempre que esta mejore la situación de quienes están en peor posición.

Algunos países han intentado, en mayor o menor medida, aplicar esta lógica. Los países nórdicos, como Noruega o Finlandia, combinan amplias libertades con fuertes sistemas de salud, educación y protección social que aseguran condiciones dignas para todos. Canadá y Alemania también son ejemplos de democracias liberales con políticas redistributivas sólidas. Incluso Singapur, con un modelo más autoritario pero pragmático, tolera desigualdades económicas, aunque garantiza vivienda, salud y educación a toda la población, buscando que nadie quede completamente excluido del progreso.

Rawls intenta conciliar el ideal de libertad individual con un principio de equidad estructural. Es una visión liberal con sensibilidad social. Y aunque resulta atractiva en teoría, su aplicación práctica depende de la voluntad política y del contexto histórico de cada sociedad.

2.-Igualdad de posiciones. Esta mirada sostiene que no basta con ofrecer las mismas reglas: también hay que igualar las condiciones reales. Según esta perspectiva, cada persona debería tener acceso efectivo a los bienes económicos y sociales, más allá de su punto de partida. Para lograrlo, el Estado debe intervenir activamente: con políticas públicas, programas progresivos, inversiones en educación, salud, vivienda.

Aquí, la desigualdad no se considera un dato natural, sino una construcción histórica y social que puede —y debe— ser corregida. También en esta visión hay justicia: no se trata de premiar sin esfuerzo, sino de reconocer que la libertad solo puede ejercerse si las condiciones materiales lo permiten.

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Con los investigadores de café, intentamos pensarlo con un ejemplo: imaginamos una carrera de obstáculos. Todos largamos desde la misma línea de partida y al mismo tiempo. Eso parecería ser igualdad de oportunidades. Pero rápidamente vemos que algunos corren descalzos, otros llevan una mochila cargada, otros tienen hambre. Nadie necesita un cronómetro para advertir que habrá desigualdad de resultados. Entonces, ¿cuál es la verdadera igualdad?

La discusión no tiene respuestas únicas. Como bien señala Dubet, la justicia social no se resuelve con slogans. Exige repensar profundamente qué entendemos por equidad, por mérito, por libertad. Tal vez no se trate de elegir entre oportunidades o posiciones, sino de reconocer que una sociedad democrática necesita de ambas miradas para no volverse cruel, indiferente o elitista.

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