¿Igualdad de oportunidades o
igualdad de posiciones ?
Estábamos hablando sobre la
situación social cuando Cacho, con tono firme y sencillo, lanzó una frase que
resuena en cualquier sobremesa bien intencionada: "Debe haber igualdad
de oportunidades. “Una afirmación que parece justa, evidente, indiscutible.
Pero ¿qué significa realmente? ¿Es tan simple como suena?
El
sociólogo François Dubet, en su libro Repensar la
justicia social, ofrece una mirada lúcida sobre este tema. Según él,
existen dos grandes maneras de entender la justicia social: la igualdad de
oportunidades y la igualdad de posiciones. Ambas buscan reducir las
inequidades en las sociedades democráticas. Sin embargo, aunque se complementan
en ciertos aspectos, también pueden entrar en conflicto y —llevadas al extremo—
generar nuevas formas de injusticia.
1.-La igualdad
de oportunidades : un ideal meritocrático parte de un principio atractivo: cada persona debería tener las
mismas condiciones de partida para desarrollar su talento y esfuerzo. Desde
esta visión meritocrática, el mérito es la clave del ascenso social. Quien más
se esfuerza o tiene mejores ideas merece llegar más lejos. Es una forma de
justicia que no reparte premios al azar, sino con criterios que parecen
razonables: talento + dedicación = recompensa.
A primera vista, es difícil
estar en desacuerdo. Pero al mirar más de cerca, surgen las grietas: ¿de verdad
todos corremos la misma carrera? ¿Qué ocurre con quienes nacen en contextos
profundamente desiguales, donde el talento no puede siquiera desplegarse?
¿Dónde quedan los obstáculos invisibles que enfrentan quienes viven con hambre,
discriminación o carencias estructurales?
Desde esta lógica, el rol del Estado debería
ser mínimo: garantizar libertades básicas como la de
expresión, culto o propiedad privada, pero sin intervenir demasiado en la
distribución económica.
En este punto conviene detenerse en la propuesta del filósofo John
Rawls, una figura clave en el pensamiento liberal contemporáneo. En su obra
Teoría de la justicia, Rawls propone un experimento mental conocido como
el "velo de la ignorancia": imaginar que debemos diseñar una
sociedad sin saber qué lugar ocuparemos en ella (ni género, clase, religión, talentos o situación
económica). Desde esa posición imparcial, dice Rawls, la mayoría elegiría una
sociedad que garantice libertades básicas para todos, pero que también limite
las desigualdades.
Rawls no propone eliminar
por completo las diferencias sociales, sino establecer un criterio ético: solo
deben permitirse aquellas desigualdades que beneficien a los más desfavorecidos.
A esta idea se la conoce como el ¨principio de la diferencia¨. Así, una
sociedad puede ser justa incluso con cierta desigualdad, siempre que esta
mejore la situación de quienes están en peor posición.
Algunos países han
intentado, en mayor o menor medida, aplicar esta lógica. Los países nórdicos,
como Noruega o Finlandia, combinan amplias libertades con fuertes sistemas de
salud, educación y protección social que aseguran condiciones dignas para
todos. Canadá y Alemania también son ejemplos de democracias liberales
con políticas redistributivas sólidas. Incluso Singapur, con un modelo
más autoritario pero pragmático, tolera desigualdades económicas, aunque
garantiza vivienda, salud y educación a toda la población, buscando que nadie
quede completamente excluido del progreso.
Rawls intenta conciliar el
ideal de libertad individual con un principio de equidad estructural. Es una
visión liberal con sensibilidad social. Y aunque resulta atractiva en teoría,
su aplicación práctica depende de la voluntad política y del contexto histórico
de cada sociedad.
2.-Igualdad
de posiciones. Esta mirada sostiene que no basta con
ofrecer las mismas reglas: también hay que igualar las condiciones reales.
Según esta perspectiva, cada persona debería tener acceso efectivo a los bienes
económicos y sociales, más allá de su punto de partida. Para lograrlo, el
Estado debe intervenir activamente: con políticas públicas, programas
progresivos, inversiones en educación, salud, vivienda.
Aquí, la desigualdad no se
considera un dato natural, sino una construcción histórica y social que puede
—y debe— ser corregida. También en esta visión hay justicia: no se trata de
premiar sin esfuerzo, sino de reconocer que la libertad solo puede ejercerse si
las condiciones materiales lo permiten.
Con los investigadores de
café, intentamos pensarlo con un ejemplo: imaginamos una carrera de obstáculos.
Todos largamos desde la misma línea de partida y al mismo tiempo. Eso parecería
ser igualdad de oportunidades. Pero rápidamente vemos que algunos corren
descalzos, otros llevan una mochila cargada, otros tienen hambre. Nadie
necesita un cronómetro para advertir que habrá desigualdad de resultados.
Entonces, ¿cuál es la verdadera igualdad?
La discusión no tiene
respuestas únicas. Como bien señala Dubet, la justicia social no se resuelve
con slogans. Exige repensar profundamente qué entendemos por equidad, por
mérito, por libertad. Tal vez no se trate de elegir entre oportunidades o
posiciones, sino de reconocer que una sociedad democrática necesita de ambas
miradas para no volverse cruel, indiferente o elitista.
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