PALINDROMOS
II
CRISPR ¨EL GRAN EDITOR
Con los sistemas CRISPR-Cas
estamos inmersos en una revolución que amenaza con cambiarnos la vida, incluso
más que internet o el teléfono móvil, pero desde un punto de vista más
saludable. Se prevé que estos sistemas puedan curar enfermedades hasta ahora
intratables.
F.Mojica
De chicos,
buscábamos capicúas en los boletos de colectivo. Si el número era simétrico,
creíamos que tendríamos suerte. Aquella
esperanza infantil era para nosotros un buen augurio. Sin saberlo, estábamos
rozando un principio fundamental que la naturaleza venía practicando desde hace
millones de años: la simetría palindrómica como mecanismo de supervivencia. Al
parecer era la presencia ancestral y vital de la buena suerte.
En el mundo microscópico,
bacterias y arqueas también juegan su suerte ante el ataque de virus. Y lo
hacen con palíndromos. En 1987, Yoshizumi Ishino, mientras secuenciaba el
genoma de Escherichia coli, encontró una estructura inusual: segmentos
de ADN idénticos entre sí, separados por fragmentos únicos a los que llamó
“espaciadores”. Años después, en 1993, Francisco Mojica, trabajando con arqueas
en las salinas de Santa Pola (España), descubrió que esos espaciadores cumplían
una función clave: coincidían con fragmentos de ADN viral. Era como si las
bacterias conservaran un archivo con los retratos de sus enemigos.
El 21 de diciembre de 2001,
Mojica registró el nombre del sistema: CRISPR, sigla en inglés de clustered
regularly interspaced short palindromic repeats (repeticiones palindrómicas
cortas agrupadas y regularmente espaciadas). Cuando le comentó a su esposa,
ella bromeó: “Lindo nombre para un perro”. Pero el nombre quedó. Y con él, una
de las mayores revoluciones biotecnológicas de la historia reciente.
El biólogo ruso Eugene
Koonin demostraría más tarde que ciertas enzimas —asociadas al sistema CRISPR—
cumplían la función de cortar y pegar información genética: extraían el ADN
del virus atacante e insertaban esa “foto” criminal en el genoma de la
bacteria, como una memoria inmunitaria. Así, los espaciadores virales se
convertían en agentes de vigilancia: reconocían al invasor si volvía a atacar.
Es un sistema inmune adaptativo que las bacterias desarrollaron mucho antes de
que el ser humano imaginara siquiera lo que era un gen.
El componente clave del
sistema es la enzima Cas9 (CRISPR-associated protein 9), que, junto con
una guía de ARN, permite localizar y cortar con precisión el segmento deseado
del ADN. Este corte activa un proceso de reparación, en el cual puede
insertarse un gen previamente diseñado por los científicos. Así nació la idea
de una edición genética programable, que hoy se aplica en
investigaciones sobre enfermedades hereditarias, terapias celulares, cultivos
resistentes y vacunas.
En 2012, Jennifer Doudna y
Emmanuelle Charpentier lograron reconstruir y adaptar el sistema CRISPR-Cas9 en
laboratorio, creando lo que hoy se conoce como “las tijeras moleculares”.
Un año después, en 2013, Feng Zhang lo adaptó para células eucariotas (las
nuestras), lo que desató una disputa por la patente. En el camino, el
investigador argentino Luciano Marraffini, parte clave del equipo, fue
desplazado, recordándonos que, a los científicos, como a todos los humanos,
nada de lo humano les es ajeno.
En 2020, Doudna y
Charpentier recibieron el Premio Nobel de Química por este descubrimiento.
Mojica, pionero indiscutido, no fue incluido, aunque sigue siendo optimista.
Otros, como el genetista español Lluís Montoliu, son más cautos: CRISPR es una
técnica poderosa, sencilla y barata... quizás demasiado.
Cómo funciona CRISPR-Cas9 (versión simplificada)
1.
La enzima Cas9 utiliza un fragmento de ARN
como guía para localizar la secuencia específica del ADN a editar.
2.
Una vez allí, Cas9 “abre la cremallera” del
ADN y corta exactamente en el lugar deseado.
3.
La célula, al detectar la rotura, intenta
repararla.
4.
En ese momento, los científicos pueden
insertar un gen nuevo, programado previamente, que será incorporado en el sitio
del corte.
Es un procedimiento que
permite no solo silenciar genes, sino también corregir mutaciones o insertar
funciones completamente nuevas. La ciencia, una vez más, aprendió de las
bacterias.
De aquellos capicúas de la
infancia a los palíndromos genéticos de las bacterias y arqueas, algo nos une: la intuición de que lo
simétrico, lo que se repite, guarda un poder especial. Ahora que el ser humano
ha aprendido a editar su propio manual de instrucciones, la pregunta ya no es
solo técnica: ¿hasta dónde debemos intervenir?
Adenda;
El
descubrir el proceso de corte y pega preciso, en realidad de descubrir porque
lo venían haciendo bacterias y arqueas
silenciosamente para sobrevivir, sin esper de otro premio, fue una tarea de investigadores, no siempre trabajando
juntos pero que sumaron positivamente. Un juego de suma no nula aditivo, una
cooperación que no necesariamente indica consentimiento explícito según la
visión de R. Wright.
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