Subjetividad: El Enigma que Escapa a la Máquina
En la cena del 12
09 19 en un momento el Dr. Leguizamón nos recordó la palabra cualia. Del libro Conversaciones sobre la Conciencia de Susan Blackmore
me apropie de algunas propuestas que hicieran David Chalmers, Stuart Hameroff
y Roger Penrose
Para Chalmers el problema difícil es dar una
explicación de los procesos subjetivos, de cómo se producen, hasta ahora nadie
tiene una pista, y considera como problemas fáciles a los relacionados con las
conductas. Sostiene que en el corazón de la ciencia de la conciencia está el
intento de entender la perspectiva de
primera persona, pero cuando miramos
desde el punto de vista de la ciencia, lo hacemos desde la perspectiva de
tercera persona, somos objetivos. Pero lo importante es nuestra película
interna, la cual está llena de sentimientos.
Postula que, así como el mundo tiene componentes que nadie
intenta explicar en términos más básicos
cómo el espacio, el tiempo, la masa o la carga eléctrica y se los
considera como algo fundamental, lo mismo tenemos que decir de la conciencia,
de la cual no la podemos derivar de propiedades físicas fundamentales y si
asegurar que no puede reducirse, que es fundamental, qué es una característica
básica del mundo tan irreducible como el espacio y el tiempo. En algún momento
tal vez encontraremos las leyes que rigen la relación primera y tercera
persona.
Stuart Hameroff cuando S. Blackmore le pregunta; ¿De dónde
viene esa subjetividad? le da dos posibles explicaciones.
La primera la de la emergencia: la conciencia surgiría
como propiedad de nivel superior a partir de procesos neuronales complejos.
Pero esta visión, advierte, nos vuelve peligrosamente parecidos a robots
avanzados. ¿Dónde queda entonces el temblor íntimo del dolor o la ternura?
La segunda es más radical. Hameroff postula una protoconciencia
fundamental, una suerte de conciencia elemental inscrita en la estructura
más profunda del universo. En parte coincide con Chalmers, pero discrepa en un
punto decisivo: si los qualia son realmente fundamentales, deben existir
en el nivel más básico de la realidad, el nivel cuántico, allí donde se trenza
la geometría del espacio-tiempo. En ese abismo microscópico —casi místico—
también se alojarían, según él, los valores platónicos: la matemática, la
ética, la estética.
Roger Penrose, premio Nobel de Física que trabajó con
Hameroff , añade otra capa al misterio. Para él, la mente humana no puede ser
explicada únicamente por procesos computacionales. Existen en nuestra
experiencia procesos no computables, que no pueden ser reducidos a
algoritmos ni replicados por una máquina. Inspirado en los teoremas de
incompletitud de Gödel, Penrose sugiere que hay en nuestra conciencia algo que
escapa a cualquier sistema formal cerrado. Nuestra capacidad de intuir verdades
matemáticas, de captar significados o de tener vivencias estéticas profundas no
puede, sostiene, ser emulada por ningún programa. La conciencia, entonces, no
sólo sería irreductible a lo físico, sino también a lo mecánico.
Y mientras Chalmers ,Hameroff y Penrose intentan descifrar el enigma, me viene a la
mente aquel breve poema de Stephen Crane:
Un hombre le dijo al universo:
“Señor, yo existo”.
Respondió el universo:
“Ese hecho no me ha inspirado obligación alguna”.
Este
poema, muy breve pero potente, resume una de las visiones más radicales de
Crane: la indiferencia del universo ante la existencia
humana. Con apenas cinco líneas, plantea una suerte de
respuesta cruda al antropocentrismo: el hombre reclama su existencia, pero el
universo no se siente en deuda por ello.
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