viernes, julio 11, 2025

Subjetividad: El Enigma que Escapa a la Máquina

 

Subjetividad: El Enigma que Escapa a la Máquina

En la cena del 12 09 19 en un momento el Dr. Leguizamón nos recordó la palabra cualia. Del libro Conversaciones sobre la Conciencia de Susan Blackmore me apropie de algunas propuestas que hicieran David Chalmers, Stuart Hameroff y  Roger Penrose

Para Chalmers el problema difícil es dar una explicación de los procesos subjetivos, de cómo se producen, hasta ahora nadie tiene una pista, y considera como problemas fáciles a los relacionados con las conductas. Sostiene que en el corazón de la ciencia de la conciencia está el intento de entender  la perspectiva de primera persona, pero cuando  miramos desde el punto de vista de la ciencia, lo hacemos desde la perspectiva de tercera persona, somos objetivos. Pero lo importante es nuestra película interna, la cual está llena de sentimientos.

 

Postula que, así como el mundo tiene componentes que nadie intenta explicar en términos más básicos  cómo el espacio, el tiempo, la masa o la carga eléctrica y se los considera como algo fundamental, lo mismo tenemos que decir de la conciencia, de la cual no la podemos derivar de propiedades físicas fundamentales y si asegurar que no puede reducirse, que es fundamental, qué es una característica básica del mundo tan irreducible como el espacio y el tiempo. En algún momento tal vez encontraremos las leyes que rigen la relación primera y tercera persona.

 

Stuart  Hameroff  cuando S. Blackmore le pregunta; ¿De dónde viene esa subjetividad? le da dos posibles explicaciones.

La primera la de la emergencia: la conciencia surgiría como propiedad de nivel superior a partir de procesos neuronales complejos. Pero esta visión, advierte, nos vuelve peligrosamente parecidos a robots avanzados. ¿Dónde queda entonces el temblor íntimo del dolor o la ternura?

La segunda es más radical. Hameroff postula una protoconciencia fundamental, una suerte de conciencia elemental inscrita en la estructura más profunda del universo. En parte coincide con Chalmers, pero discrepa en un punto decisivo: si los qualia son realmente fundamentales, deben existir en el nivel más básico de la realidad, el nivel cuántico, allí donde se trenza la geometría del espacio-tiempo. En ese abismo microscópico —casi místico— también se alojarían, según él, los valores platónicos: la matemática, la ética, la estética.

Roger Penrose,  premio Nobel de Física que trabajó con Hameroff , añade otra capa al misterio. Para él, la mente humana no puede ser explicada únicamente por procesos computacionales. Existen en nuestra experiencia procesos no computables, que no pueden ser reducidos a algoritmos ni replicados por una máquina. Inspirado en los teoremas de incompletitud de Gödel, Penrose sugiere que hay en nuestra conciencia algo que escapa a cualquier sistema formal cerrado. Nuestra capacidad de intuir verdades matemáticas, de captar significados o de tener vivencias estéticas profundas no puede, sostiene, ser emulada por ningún programa. La conciencia, entonces, no sólo sería irreductible a lo físico, sino también a lo mecánico.

Y mientras Chalmers ,Hameroff y Penrose  intentan descifrar el enigma, me viene a la mente aquel breve poema de Stephen Crane:

Un hombre le dijo al universo:
“Señor, yo existo”.
Respondió el universo:
“Ese hecho no me ha inspirado obligación alguna”.

Este poema, muy breve pero potente, resume una de las visiones más radicales de Crane: la indiferencia del universo ante la existencia humana. Con apenas cinco líneas, plantea una suerte de respuesta cruda al antropocentrismo: el hombre reclama su existencia, pero el universo no se siente en deuda por ello.

 

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